En el Evangelio según san Mateo (18, 1-5. 10) de la liturgia de hoy, 2 de octubre, Jesús, respondiendo a la pregunta de los apóstoles sobre quién es el más grande en el Reino de los cielos, les dice –seguro que con sorpresa para todos ellos-: un niño.
Es decir, un ser tan pequeño es el más grande en el Reino. Obviamente aquí hay toda una verdad que tiene algo de incomprensible para quien mira las cosas de Dios con ojos humanos. Hay en ello una “filosofía” sobrenatural, una sabiduría divina, que rompe los esquemas de nuestro entendimiento mundano o lógica material.
De modo que para ser grande en el Reino de los cielos se ha ser pequeño, con alma de niño. Y lo que parece paradójico: En el Reino sólo se puede estar siendo grande, y al Reino sólo se puede entrar siendo pequeño.
Dice el Señor en las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12): “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.” “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.” Estos requisitos sólo los cumplen los que son pequeños como niños: tienen un espíritu puro, inocente, y agradecidamente necesitado del amor paternal de Dios, de su gracia, en la que pone su confianza.
Este espíritu de la infancia, esa inocencia primigenia, es un don, que “el niño tiene de forma natural”. Cuando se hace adulto puede perder esa gracia o disposición, y abandona la sencillez original para “perderse” en la complejidad. Ha de sobrepasar esa maraña mundana que le indispone para la amistad de Dios, y recobrar el ser sencillo, noble, inocente, confiado, abierto a Dios. La sabiduría y santidad son el sereno y sencillo esplendor de un alma cándida, que posee esa gracia natural y esa ausencia de conflicto interno que, entre los humanos, sólo se dan en los niños y en los místicos. Ellos son los que están en el secreto del Reino; los poseen el tesoro escondido.
Estos son los pequeños, encomendados en su cuidado a los ángeles –a lo que recordemos en este su día-, de los que al final del Evangelio habla Jesús advirtiendo seriamente: “Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo».
Lectura del santo evangelio según san Lucas Mt 18, 1-5. 10:
En cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron:
«¿Quién es más grande en el Reino de los cielos?»
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: «Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, pues yo les digo que sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo».
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Catena Aurea
San Jerónimo
Después que los discípulos vieron que se había pagado el mismo tributo por Pedro que por el Señor, dedujeron que Pedro era el primero de los apóstoles.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 58,2
Esta idea suscitó en ellos una especie de resentimiento, que da a entender el evangelista cuando dice: «En aquella hora se llegaron los discípulos a Jesús diciendo: ¿Quién piensas que es mayor en el Reino de los Cielos?» Se avergonzaban de confesar la pasión que sufrían y por eso no dicen abiertamente: ¿Por qué honraste más a Pedro que a nosotros? sino que preguntan de una manera general: ¿quién es mayor? Cuando distinguió el Señor a sus tres discípulos a la vez -a Pedro, a Santiago y a Juan- en la transfiguración, no experimentaron lo demás resentimiento alguno; pero cuando ven que uno solo es el honrado, se quejan los otros. Mas debemos considerar, primeramente, que no exigen las cosas de la tierra y además, que depusieron después este movimiento apasionado; pero nosotros no podemos llegar ni hasta sus defectos, porque no preguntamos quién es el mayor en el Reino de los Cielos, sino quién es el mayor en el reino de la tierra.
Orígenes, homilia 5 in Matthaeum
Si dudamos en alguna ocasión y no encontramos la resolución de las dudas, debemos imitar a los discípulos aproximándonos tranquilamente a Jesús, que tiene poder para iluminar los corazones de los hombres y hacerles entender toda clase de cuestión; preguntemos también a los doctores que están colocados al frente de las iglesias. Sabían los discípulos, al hacer esa pregunta, que en el Reino de los Cielos no eran iguales todos los santos; pero deseaban saber de qué manera se llegaba a ser el mayor y por qué camino se descendía a ser el menor. O también, por lo que el Señor les había dicho antes, sabían quién era grande y quién el menor; pero no comprendían quién sería el mayor entre muchos que eran grandes.
San Jerónimo
Mas el Señor, al ver sus pensamientos, quiso curar su deseo de vanagloria, mediante una comparación sumamente humilde. Por eso sigue: «Y llamando Jesús a un niño, etc.»
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 58,3
Me parece una cosa muy bien hecha la presentación, en medio de ellos, de un niño inocente.
San Jerónimo
De manera que por su edad fuese el tipo de la inocencia. Por otro lado, el mismo Señor se presentó en medio de ellos como un niño, para demostrarles que no había venido para ser servido, sino para darles ejemplo de humildad. Otros significan por la palabra niño, al Espíritu Santo, a quien puso el Señor en el corazón de sus discípulos, para cambiar su orgullo en humildad. Sigue: «Y dijo: En verdad os digo, que si no os volviereis, e hiciereis como niños, etc.» El Señor no mandó a los apóstoles que tuvieran la edad de los niños, sino que tuvieran su inocencia y que obtuvieran por sus esfuerzos lo que aquellos poseían por sus años, de manera que fueran niños en la malicia, pero no en la sabiduría ( 1Cor 14). Es como si dijera: así como este niño, que os propongo como ejemplo, no es tenaz en la cólera, olvida el mal que se le ha hecho, no se deleita en ver una mujer hermosa, no piensa una cosa y dice otra; de esta manera, vosotros, si no tuviereis esa inocencia y esa pureza de alma, no podréis entrar en el Reino de los Cielos.
San Hilario, in Matthaeum, 18
Llamó también niños a todos los creyentes, por su obediencia a la fe; éstos siguen a su padre, aman a su madre, no saben querer el mal, desprecian los cuidados de los afanes de la vida, no son insolentes, no tienen odio, no mienten, creen lo que se les dice y tienen por verdadero lo que oyen. Tal es el sentido literal.
Glosa
Si no os convertís de ese orgullo y de esa indignación en que ahora vivís, y no os hacéis por la virtud tan inocentes y humildes, como son los niños por su edad, no entraréis en el Reino de los Cielos, porque de este modo no se puede entrar. Cualquiera, pues, que se humillare como este niño será el mayor en el Reino de los Cielos.
Remigio
Esto es, en el conocimiento de la gracia, o en la dignidad eclesiástica, o en cierta bienaventuranza eterna.
San Jerónimo
O de otro modo, cualquiera que se humillare como este niño -es decir, el que se humillare a ejemplo mío- entrará en el Reino de los Cielos.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 58,3
Esto equivale a decir: No solamente recibiréis una recompensa si os hiciereis como este niño, sino que si honrareis por mí a todos los que se hacen semejantes a un niño, yo determino para vosotros, como recompensa del honor que les habéis dado, el Reino de los Cielos. Y aun les propone otra cosa mayor, en estas palabras: «A mí recibe».
«Mirad que no tengáis en poco a uno de estos pequeñitos; porque os digo, que sus ángeles en los cielos siempre ven la cara de mi Padre: que está en los cielos.” (v.10).
San Jerónimo
Dijo el Señor arriba, que debían ser amputados el pie, la mano, el ojo, todo parentesco y toda costumbre que pudiera dar lugar al escándalo; ahora suaviza la dureza de esta máxima diciendo: «Mirad que no tengáis en poco a uno de estos pequeñitos». Que equivale a decir: No los despreciéis, sino procurad, en cuanto os sea posible, su salvación después de la vuestra; pero si los viereis que continúan en el pecado, mejor es que os salvéis vosotros que el que perezcáis con la multitud.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 59,4
O también se gana mucho con huir de los malos y con honrar a los buenos. Nos enseñó el Señor arriba, que cortemos nuestras amistades con los que escandalizan y aquí nos enseña a rendir culto y a tener celo por los santos.
Glosa
O de otro modo, guardaos de despreciar a ninguno de estos pequeñitos. Porque el mal que resulta de los hermanos, que han sido escandalizados, es muy grande.
Orígenes, homilia 5 in Matthaeum
Son pequeñitos aquellos que hace poco tiempo que han nacido en Cristo, o aquellos, que no pudiendo avanzar, están como si acabaran de nacer. No tuvo el Señor necesidad de mandar que no se despreciase a los fieles más perfectos, sino a los pequeñitos, como ya lo había mandado antes: «Si alguno escandalizare a alguno de estos pequeñitos» ( Mt 18,6), etc. Además, bajo la palabra pequeñitos quizá quisiera comprender aquí también a los perfectos, según el modo que tuvo de expresarse en otro lugar ( Lc 9,48): «El que fuere más pequeño entre vosotros, éste será el mayor», etc.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 59,4
O también, porque los que son perfectos, son mirados por muchos como pequeñitos, es decir, pobres y despreciables.
Orígenes, homilia 5 in Matthaeum
Sin embargo, no se armoniza bien esta interpretación con la frase: «Si alguno escandalizare a uno de estos pequeñitos» ( Mt 18,6), etc. Porque el hombre perfecto ni se escandaliza, ni perece; los que admiten esta interpretación dicen que es mudable el alma del justo y que alguna vez se escandaliza aunque no con facilidad.
Glosa
No se les debe despreciar; son tan queridos de Dios, que les ha enviado sus ángeles para que los guarden. Por eso sigue: «En verdad os digo que», etc.
Orígenes, homilia 5 in Matthaeum
Afirman algunos que Dios da a los hombres un ángel custodio. Porque han venido a ser por el agua regeneradora niños en Cristo; añadiendo, que no es posible que un ángel santo mire a los incrédulos y a los que yerran y que mientras permanece el hombre en la incredulidad y en el pecado, está bajo la potestad de los ángeles de Satanás. Otros creen que desde el momento en que nace uno recibe su ángel custodio.
San Jerónimo
Grande dignidad es ésta del alma humana, de tener desde que nace un ángel destinado para que la guarde.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 59,4
No habla aquí el Señor de los ángeles indistintamente, sino de los ángeles más elevados. Porque al decir: «Ven siempre la cara de mi Padre», nos significa que su presencia es muy libre y el honor de que gozan delante de Dios es muy grande.
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 34,12
Se cuenta que el anciano y venerable Padre Dionisio Areopagita decía (y lo dice realmente), que entre los ángeles, que son de un rango inferior, hay algunos que son enviados para desempeñar alguna misión visible o invisible, mientras los que son de escala superior no son empleados para ninguna comisión exterior.
San Gregorio Magno, Moralia, 2,3
Y los ángeles ven siempre el rostro del Padre y, sin embargo, vienen a nosotros. Porque vienen hacia nosotros con la presencia espiritual y no obstante permanecen en el lugar de donde salieron por la contemplación interior y no salen fuera de la visión divina, de tal manera que queden privados de los gozos de la contemplación interior.
San Hilario, in Matthaeum, 18
Los ángeles ofrecen diariamente a Dios las oraciones de los que se han de salvar por Cristo. Por consiguiente, es muy peligroso despreciar a Aquel cuyos deseos y peticiones llegan por servicio y ministerio de los ángeles a Dios eterno e invisible.
San Agustín, de civitate Dei, 22,29
O también son llamados ángeles nuestros los que son ángeles de Dios. Son ángeles de Dios porque no se separan de El y nuestros porque han comenzado a tenernos por conciudadanos suyos; consiguientemente, así como ellos ven a Dios, también nosotros le veremos cara a cara. San Juan dice de esta visión ( 1Jn 3,2): «Le veremos como El es». Por rostro de Dios debe entenderse su manifestación y no la parte del cuerpo a que nosotros damos ese nombre.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 59,4
Otra nueva razón nos da el Señor para que no despreciemos a los pequeñitos, cuando dice: «Porque el Hijo del hombre vino», etc.
Remigio
Lo que equivale a decir: No despreciéis a los pequeñitos, porque yo me he dignado hacerme hombre por los hombres. En las palabras: «lo que había perecido» se sobreentiende el género humano. Todos los elementos guardan su orden, pero el hombre erró, porque perdió el suyo.
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