Los Evangelios de la liturgia de las misas de los días 6, 7, 8 y 9 de mayo, son del capítulo 6 (vv. 30-35; 35-40; 44-51; 52-59) de san Juan. Tratan del Pan de Vida, del alimento de la vida eterna. Ese pan que del cielo que da vida, no es otro que Jesús mismo: «Yo soy el pan de vida«, «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.»
Son palabras inimaginables… Solo a Dios se le puede ocurrir algo así. Es el don de sí, en quien la vida se sustenta, ahora y para siempre.
«El pan que yo daré es mi carne«. Ante la presencia del Pan Eucarístico es ser humano se define: «el que cree tiene vida eterna.»
San Juan en la Última Cena no menciona sorprendentemente la consagración eucarística, y al contrario de los otros relatos evangélicos que si lo narran; Juan lo hará ahora de manera extensa, en el contexto de gentío de la multiplicación de los panes y peces, universalizando la eucaristía, el alimento de pan vida, su cuerpo, a toda la humanidad.
Lo primero que se siente tras leerlo es la contundencia y rotundidad de lo que Jesús expresa. Nadie jamás ha hablado así, con tanta firmeza, osadía y autoridad: por la forma y el contenido. Después de esto, nadie que crea -nos pensamos en los protestantes- puede dudar de la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Es un alimento que sacia y plenifica, de forma que nunca se tendrá hambre -a diferencia de la material-, ni tampoco sed. Ese hambre y esa sed del alma, presente en el ser humano, tendente a buscar la religación con Dios, su origen, fuente, sustento, santidad y fin. «Señor, danos siempre ese pan.». «El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.»
Ante el Cuerpo Eucarístico de Cristo nos jugamos todo: Él es la Vida. En tan breve texto se repite el sentido del término constantemente (pan vivo, vivirá, vida del mundo, vida en vosotros, vida eterna, Padre que vive, vivo por el Padre, vivirá por mí, vivirá para siempre).
Cundo se cree verdaderamente en estas palabras de Jesucristo, cualquier otra noticia o verdad palidecen, pues Su Pan lo es todo: es la Vida, la Vida Eterna.
Ante la Eucaristía uno presiente —y así lo es— que se lo juega todo. Es como la raya que separa la luz de la sombra. La decisión que tomemos ante ella, nos hará caer de un lado o de otro: de la vida o de la muerte. Ante ella se dilucida nuestro destino. Se requiere la inocencia de un niño o la fe de un santo.
La Eucaristía es la ofrenda, la gracia, la vida divina; Dios se nos ofrece para darnos gratuitamente participación en el banquete de la vida eterna: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día” (Jn 6,54).
La Eucaristía constituye la fuente de la vida espiritual. Tenemos que vivir de Ella. La eucaristía es el alma de la religión que profesamos, “fuente y cima de toda la vida cristiana” (Conc. Vaticano II).
Evangelio del 6 de mayo, según san Juan (6,30-35):
«¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron a Jesús– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: «Dios les dio a comer pan del cielo.»»
Jesús les contestó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo.»
Ellos le pidieron: «Señor, danos siempre ese pan.»
Y Jesús les dijo: «Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.»
Evangelio del 7 de mayo, según san Juan (6,35-40):
EN aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.
Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.
Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».
Evangelio del 8 de mayo, según san Juan (6,44-51):
EN aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, Y yo lo resucitaré en el último día.
Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí.
No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Evangelio del 9 de mayo, según san Juan (6,52-59):
EN aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.
…oo0oo…
Catena Aurea
Alcuino
Entendieron que esta comida que dura hasta la vida eterna era obra de Dios y por esto le preguntan lo que han de hacer para poder conseguir este alimento (esto es, la obra de Dios). Y esto es lo que da a entender respecto de lo que dijo el evangelista: «Y le dijeron: ¿Qué haremos para hacer las obras de Dios?»
Beda
Esto es, ¿qué mandamientos deberemos observar para que podamos cumplir los deseos de Dios?
Crisóstomo in Ioannem hom. 44
Y decían esto, no para aprender y obrar, sino queriendo obligarlo a que les diese a conocer aquella clase de comida.
Teofilacto
Mas Jesucristo, aunque conocía que de nada les aprovechaba, les contestó sin embargo, para utilidad de los demás. Y les dio a conocer (como a todos los demás hombres) cuál es la obra de Dios. Por esto sigue: «Respondió Jesús y les dijo: ésta es la obra de Dios, que creáis en Aquél que El envió».
San Agustín In Ioannem tract., 25.
Y no dijo, para que le creáis a El, sino para que creáis en El. Pues el que le cree a El, no cree en El en seguida. Porque los demonios le creían, pero no creían en El y nosotros creemos a Pablo, pero no creemos en Pablo. Por lo tanto, creer en El es amarlo creyendo, y creyendo adorarle, y creyendo ir a El e incorporarse con sus miembros ( Gál 3,25). Esta es la fe que el Señor exige de nosotros y que obra por medio del amor. La fe se distingue, pues, de las obras, como dice el Apóstol ( Rom 3,28): «Que el hombre se justifica por medio de la fe sin las obras de la Ley». Y hay algunas obras que parecen buenas sin la fe de Jesucristo y no son buenas, porque no se refieren a aquel fin de donde deriva su bondad. Porque el fin de la Ley es Jesucristo, para justificación de todo creyente. ( Rom 10,4) Y por tanto, no quiso distinguir la fe de la obra, sino que dijo que la misma fe es la obra de Dios, pues esta misma fe es la que obra por medio del amor. Y no dijo ( 2Cor 3,17): ésta es vuestra obra, sino: ésta es la obra de Dios, a fin de que creáis en El, para que el que se gloría, se gloríe en el Señor. Luego creer en El es comer aquel alimento que permanece hasta la vida eterna. ¿Para qué preparas tu diente y tu vientre? Cree y ya has comido. Mas aunque los invitaba a creer, ellos todavía pedían milagros para creer. Y esto es lo que sigue: «Entonces le dijeron: ¿pues qué milagro haces», etc.
Crisóstomo, ut supra
Nada más opuesto a la razón que decir esto como si no hubiese hecho ningún prodigio, cuando tenían un milagro ante los ojos. Y no le permiten al Señor que elija la clase de milagro que quiera hacer, sino que lo quieren obligar a que no haga ningún otro que no sea aquél que se hizo en beneficio de sus padres. Por esto añaden: «nuestros Padres comieron el maná en el desierto».
Alcuino
Y para que no parezca que era de despreciar el maná en alguna manera, lo ensalzan con las palabras del salmo, diciendo ( Sal 78,24): «como está escrito: Pan del cielo les dio a comer».
Crisóstomo, ut supra
Habiendo hecho muchos milagros en Egipto, en el mar Rojo y en el desierto, sólo hacen mención de éste, porque era el que deseaban más por la tiranía del vientre. Y no dicen que Dios hizo esto, para que no parezca que lo comparan con Dios; y no citan a Moisés, para que no se crea que humillan a Jesucristo, sino que adoptan el término medio, diciendo: «nuestros padres comieron el maná».
San Agustín In Ioannem tract., 25.
Jesús nuestro Señor hablaba de sí de tal modo, que se hacía superior a Moisés, porque Moisés nunca se había atrevido a decir que daría una comida que no concluiría jamás. Sabía aquella gente todo lo que había hecho Moisés y sin embargo querían ver cosas mayores. De modo que casi puede entenderse que decían al Señor: tú ofreces un alimento que nunca se acaba, y sin embargo, nada haces de lo que hizo Moisés; porque aquél no nos dio panes de cebada, sino maná bajado del cielo.
Crisóstomo in Ioannem hom. 44.
El Señor podía haberles dicho que Moisés había hecho otros milagros mayores, pero ahora no era tiempo de hablar de esto, sino de procurar atraerlos al alimento espiritual. Por esto sigue: «En verdad, en verdad os digo, que no os dio Moisés pan del cielo», etc. Porque en realidad el maná no venía del cielo. ¿Y cómo se dice del cielo? Del mismo modo que se dice aves del cielo ( Sal 8; Sal 17,14; Eclo 46): «Tronó el Señor desde el cielo». Dice que aquel pan no era verdadero, no porque hubiese sido falso el milagro del maná, sino porque sólo era figura y no realidad. No dijo: no dio Moisés, sino yo. Y en lugar de Moisés pone a Dios Padre y en vez de maná se ofrece a sí mismo.
San Agustín, ut supra
Como diciendo: aquel maná representaba esta comida (esto es, aquella comida de que os he hablado antes), y todas aquellas cosas eran figuras mías. Habéis amado las figuras y despreciáis lo significado por ellas. Pues Dios concedió el pan que el mismo maná había representado, esto es, a nuestro Señor Jesucristo. Por esto sigue: «Mas el pan de Dios es aquél que descendió del cielo y da la vida al mundo».
Beda
Pero no a los elementos, sino a los hombres que habitan en el mundo.
Teofilacto
Hablaba de sí mismo como pan verdadero, porque lo que principalmente se representa por medio del maná, es el Hijo Unigénito de Dios hecho hombre. Maná es vocablo que significa ¿qué es esto? 1 ( Ex 26) Porque los judíos, cuando lo veían, se decían asombrados los unos a los otros: ¿qué es esto? Mas el Hijo de Dios hecho hombre es el maná más poderoso y admirable, de modo que a cualquiera se le ocurre preguntar: ¿qué es esto? ¿Y cómo el Hijo de Dios es Hijo del hombre? y ¿cómo puede ser que de dos naturalezas se forme una sola persona?
Alcuino
El, que siendo divino, descendió del Cielo asumiendo la humanidad y para la vida al mundo 2.
Teofilacto
Y este pan existe como vida según su naturaleza (como Hijo del Padre vivo). Hace obras propias, porque da vida a todas las cosas. Y así como el pan de la tierra conserva la naturaleza débil de nuestra carne, así Jesucristo, por medio de las operaciones del Espíritu, da vida al alma y hace también al cuerpo incorruptible, pues por su resurrección comunica la incorruptibilidad al cuerpo y de aquí el decir que da la vida al mundo.
Crisóstomo, ut supra
No sólo a los judíos, sino a todo el mundo. Mas ellos se fijaban aún en las cosas más bajas. Por esto sigue: «ellos, pues, le dijeron: Señor, dadnos este pan». Y habiendo dicho El: mi Padre es quien da este pan, no le dijeron: ruégale que nos lo dé, sino: dánosle.
San Agustín, ut supra
Y así como la Samaritana, a quien dijo el Señor: «El que bebiere de esta agua nunca volverá a tener sed» ( Jn 4,14), tomando esto mismo en sentido material y queriendo ponerse a cubierto de la indigencia, también había dicho: «dame de esta agua»; éstos dicen: «Danos este pan»; que nos alimente y que no falte.
Notas
- El nombre hebreo man es explicado en Ex 16,15 por la pregunta de los israelitas: man hu, ¿qué es esto?
- «A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que ‘en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente’ ( Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el ‘sacramento’, es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora». ( Catecismo de la Iglesia Católica, 515) «Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres». ( Catecismo de la Iglesia Católica, 609)
Crisóstomo in Ioannem hom. 44
En lo que sigue el Señor los va a iniciar en el conocimiento de los misterios. En primer término, habla de su divinidad, por lo que les dice: «Y Jesús les dijo: yo soy el pan de la vida». Y no dijo esto refiriéndose a su cuerpo, porque de esto habló más adelante cuando dijo: «el pan que os daré, es mi propia carne». Pero ahora habla de su divinidad, porque su carne es pan por la Palabra de Dios, que se convierte en pan celestial para todo aquél que recibe su mismo espíritu.
Teofilacto
Y no dijo: yo soy el pan de alimento, sino de la vida. Y como todas las cosas estaban muertas, Jesucristo nos da vida por medio de sí mismo. Luego es un pan, no de la vida ordinaria, sino de aquélla que no concluye con la muerte. Por esto añade: «El que a mí viene, no tendrá hambre; y el que en mí cree, nunca jamás tendrá sed».
San Agustín In Ioannem tract., 25.
El que viene a mí, esto es, el que cree en mí. Y cuando dijo: no tendrá hambre, debe entenderse esto mismo, y cuando dice que nunca tendrá sed, con una y otra cosa significa aquella saciedad eterna en donde nunca hay hambre.
Teofilacto.
No se tendrá sed ni hambre, esto es, de oír la palabra de Dios, ni se cansará, ni será mortificado con sed intelectual, como sucedería cuando no tuviera el agua del bautismo y la santificación por el Espíritu Santo.
San Agustín, ut supra
Vosotros pues deseáis el pan del cielo, el mismo que tenéis a la vista, pero no lo coméis. Por esto sigue: «Mas ya os he dicho que me habéis visto, pero que no me creéis».
Alcuino
Como diciendo: no he dicho esto porque yo piense que seréis saciados con este pan, sino más bien lo digo para que os avergoncéis de vuestra incredulidad, porque veis y no creéis.
Crisóstomo, ut supra
O acaso en aquellas palabras «os he dicho», da a conocer el testimonio de las Escrituras, al cual se había referido antes, cuando decía: «Ellas son las que dan testimonio de mí» ( Jn 5,39). Y en otro lugar les había dicho: «porque he venido en nombre de mi Padre, y no me habéis recibido» ( Jn 5,43). Y en cuanto a lo que les dijo: «Y que me habéis visto», etc., se refiere, aunque de una manera oculta, a los milagros.
San Agustín, ut supra
No soy yo quien ha perdido al pueblo de Dios, porque vosotros me habéis visto y no me habéis creído. Por esto sigue: «Todo lo que me da el Padre, a mí vendrá, y aquél que a mí viene, no le echaré fuera».
Beda
Dice «Todo» en absoluto para designar la plenitud de los fieles. Porque éstos son los que el Padre da al Hijo, cuando por medio de una inspiración interior les hace creer en el Hijo.
Alcuino
Todo aquél a quien el Padre traiga con el fin de que crea en mí, vendrá a mí por medio de la fe, de tal modo, que a mí se una. Y a todo aquél que venga a mí por medio de la fe y de las buenas acciones, no lo echaré fuera, esto es, habitará conmigo en el secreto de su conciencia limpia y al fin lo recibiré en la eterna bienaventuranza.
San Agustín, ut supra
Aquel interior de donde no se sale fuera es un gran santuario, un dulce apartamiento sin tedio, sin la amargura de los malos pensamientos y sin la interposición de las tentaciones y de los dolores. Del cual se dice: «Entra en el goce de tu Señor» ( Mt 25,21).
Crisóstomo, ut supra
En lo que dice: «Todo lo que me da el Padre», demuestra que no es una cosa contingente el creer en Jesucristo, ni se consigue por medio de la sola razón humana, sino que necesita de aquella revelación que procede de lo alto, aun en el alma piadosa que recibe la revelación. Por donde no están exentos de culpa aquéllos a quienes el Padre no da, porque también necesitamos de la voluntad propia para creer. Por medio de esto refuta la incredulidad de aquéllos, manifestando que el que no cree en El se opone a la voluntad del Padre. Mas San Pablo dice que el Hijo los traerá al Padre ( 1Cor 15,24), esto es, cuando entregue el reino a Dios y al Padre. Y así como el Padre cuando da no se priva de nada, así tampoco el Hijo cuando entrega. Y se dice que el Hijo entrega, porque somos llevados al Padre por medio de El, y respecto del Padre se ha dicho: «Por medio del que habéis sido llamados a vivir en sociedad con su Hijo. Y así, el que viene a mí se salvará, porque he venido y he tomado carne en beneficio de éstos» ( 1Jn 2; 1Cor 1,9). Por esto sigue: «Porque descendí del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió». Pero, ¿qué dices?, ¿unas cosas son tuyas y otras cosas son de El? Y para que nadie vaya a pensar cosa parecida, añadió: «Y ésta es la voluntad de aquel Padre que me envió: que todo aquél que ve al Hijo, tenga vida eterna». Y por esto quiere también el Hijo, porque Este da la vida a los que quiere. ¿Qué es, pues, lo que dice? No he venido a hacer más que lo que el Padre quiere, como no teniendo separada mi voluntad de la del Padre; todas las cosas que son del Padre son mías. Pero no dijo esto, porque lo deja para el fin. Y entretanto oculta las cosas superiores.
San Agustín In Ioannem tract., 25.
Y por qué no arrojará fuera, lo explica diciendo: «Porque descendí del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquél que me envió». El alma se separó de Dios porque era soberbia y así por la soberbia fuimos arrojados. Pero volvemos por medio de la humildad, pues el médico, cuando estudia la enfermedad, si cura lo que ha sido producido por una causa y no extirpa la causa misma, manifestará que sólo cura por un poco de tiempo, mas durará la enfermedad mientras no desaparezca la causa. Con el fin de curar las causas de todas las enfermedades (esto es, la soberbia), bajó el Hijo de Dios y se hizo humilde. ¿Por qué, pues, ¡oh hombre! te ensoberbeces? El Hijo de Dios se ha hecho humilde por ti. Pudieras avergonzarte quizá de imitar a un hombre humilde. Imita al menos a un Dios humilde y ésta es la recomendación de la humildad: «No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquél que me envió». Porque la soberbia hace su propia voluntad y la humildad hace la voluntad de Dios.
San Hilario De Trin., 1, 3
Y no dice esto porque hace lo que no quiere, puesto que da a conocer que su obediencia está subordinada a la voluntad del Padre, queriendo El cumplir la voluntad del Padre.
San Agustín, ut supra
Y por tanto, no arrojaré fuera al que viene a mí porque no he venido a hacer mi voluntad. Siendo humilde he venido a enseñar la humildad y el que viene a mí se incorpora conmigo y se hace humilde, porque no hace su voluntad, sino la de Dios; y no será arrojado fuera. Si lo había sido antes, fue porque era soberbio, y a mí no puede venir el que no sea humilde. Lo que se arroja fuera es la soberbia; el que observa la humildad, no se separa de la verdad. Por lo tanto, no arrojará fuera al que viene a El, porque no viene a hacer su voluntad, como manifiesta cuando añade: «Y ésta es la voluntad de aquel Padre que me envió; que nada pierda de lo que me dio el Padre». Le fue dado todo aquél que observa la humildad ( Mt 18,14). No hay voluntad en el Padre de que perezca siquiera uno, aunque sea de los más pequeñuelos. De los soberbios puede perecer alguno, pero de los pequeños ninguno perece. Porque si no os hacéis como este pequeñuelo, no entraréis en el reino de la gloria ( Mt 18,3).
San Agustín De correptione et gracia, cap. 9
Mas los que en los misterios providentísimos de Dios han sido designados, predestinados, llamados, justificados y glorificados (aun cuando aún no hayan sido regenerados, ni aún nacidos), ya son hijos de Dios y no pueden perecer; y éstos son los que vienen verdaderamente a Jesucristo. Y Jesucristo es quien les da la perseverancia en el bien hasta el fin. Y no se concede ésta sino a aquéllos que no perecerán, porque los que no perseveran, perecerán 1.
Crisóstomo in Ioannem hom. 44
Respecto a lo que dijo «que nada pierda de todo aquello», no da a entender que necesite cuidar de ellos, sino que dice esto para que obtengan su salvación. Y después que había dicho: «que nada pierda de aquello, y no lo echaré fuera», añade: «Sino que lo resucitaré en el último día». Porque en el día de la resurrección serán arrojados todos los malos, según dice por San Mateo ( Mt 22,13): «Cogedlo, y arrojadlo a las tinieblas exteriores». Porque ellos mismos serán los que se perderán, como dice también por medio de San Mateo ( Mt 10,28): «Quien puede perder su cuerpo y su alma en el infierno». Y por esto, muchas veces les habla de la resurrección, para que no juzguen la providencia de Dios sólo por las cosas presentes, sino también atendiendo a la otra vida.
San Agustín In Ioannem tract., 25.
Y ved cómo habla aquí de aquellas dos resurrecciones: el que viene a mí, resucita ahora, haciéndose humilde en mis miembros; pero lo resucitaré en el último día. Y para probar lo que había dicho: «que todo aquello que el Padre me dio» y respecto de lo que dijo después: «que nada se pierda», añade: «Y la voluntad de mi Padre que me envió, es ésta: que todo aquél que vea al Hijo y crea en El, tenga vida eterna». Antes dijo también ( Jn 5,24): «El que oye mi palabra y cree en Aquél que me envió», y ahora dice: «El que ve al Hijo y cree en El». No dijo: y cree en el Padre, porque lo mismo es creer en el Hijo que creer en el Padre, puesto que así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también concedió al Hijo que tuviera vida en sí mismo; ( Jn 5,26) para que éste concediera que todo aquél que vea al Hijo y crea en El tenga vida eterna, y creyendo y pasando la vida, pase como aquella primera resurrección. Y como esta vida no es la única, habla también de la segunda: «Y yo lo resucitaré en el último día».
Notas
- El concilio de Trento (1547) enseña que: «Si alguno dijere que la gracia de la justificación no se da sino en los predestinados a la vida, y todos los demás que son llamados, son ciertamente llamados, pero no reciben la gracia, como predestinados que están al mal por el poder divino, sea anatema» ( Dz 827).
Crisóstomo in Ioannem hom. 45.
Mas los judíos, creyendo que se trataba de la comida material, no se disgustaron hasta que se convencieron de lo contrario. Por esto dice: «Los judíos, pues, murmuraban de El, porque había dicho: Yo soy el pan vivo», etc. Parece que se disgustaban también porque dijo que había bajado del cielo, pero esto no era lo que producía su disgusto, sino que ya no esperaban saciarse de un alimento corporal. Sin embargo aún lo consideraban porque estaba reciente el milagro y por tanto no lo contradecían abiertamente, sino que manifestaban su disgusto murmurando. Y dice lo que murmuraban cuando añade: «Y decían: ¿No es éste Jesús el hijo de José», etc.
San Agustín In Ioannem tract., 26.
Muy alejados estaban éstos del pan del cielo y no sabían experimentar hambre de El, porque este pan supone el hambre del hombre interior.
Crisóstomo, ut supra
Es bien sabido, pues, que aún no conocían su generación admirable. Por eso aún lo llaman hijo de José y sin embargo, no los increpa. Así, no les respondió: no soy hijo de José, puesto que no podían tener conocimiento de su generación prodigiosa. Y si no podían entenderlo claramente cuando hablaba respecto de la generación humana, con mucha más razón no lo comprenderían cuando hablase de otra naturaleza más elevada.
San Agustín, ut supra
Tomó carne de los hombres, pero no a la manera de los demás hombres, porque teniendo Padre en el Cielo, eligió Madre en la tierra, y allí nació sin madre, y aquí sin padre. «Los judíos pues murmuraban de El», etc. ¿Que responde ante tales murmuradores? «No murmuréis entre vosotros». Como si dijese: sé por qué no sentís este hambre y por qué no comprendéis ni buscáis este pan. «Nadie puede venir a mí, si no lo trajere el Padre que me envió». ¡Noble excelencia de la gracia 1! Ninguno viene si no es traído. ¿A quién trae y a quién no trae? El porqué, no debéis investigarlo si no queréis errar. Acéptalo y entonces entiéndelo. Y si acaso no has sido traído aún, ruega para que lo seas.
Crisóstomo, ut supra
Aquí se levantan los maniqueos diciendo que nada se deja a nuestra propia libertad, pero esto no destruye lo que en nosotros hay, sino que manifiesta que necesitamos del auxilio divino. Manifiesta pues aquí, que no se refiere a aquél que viene como obligado, sino a aquél que viene venciendo muchas contrariedades.
San Agustín, ut supra
Si a pesar nuestro somos traídos a Jesucristo, se sigue que a pesar nuestro creemos. Luego se nos hace violencia, no se mueve la voluntad. Pero alguno podrá entrar en la Iglesia no queriendo, mas no podrá creer si no quiere, «porque con el corazón se cree en la justicia» ( Rom 10,10). Así pues, si viene obligado el que es traído, no cree; y si no cree, no viene; porque no nos encaminamos hacia Jesucristo andando, sino creyendo; y no nos aproximamos a El moviendo el cuerpo, sino por la voluntad del alma. Por tanto, eres traído voluntariamente. ¿Y qué es ser traído voluntariamente? «Complácete en el Señor, y alcanzarás de El lo que pide tu corazón» ( Sal 36,4). Hay cierto goce en nuestra alma para la cual es muy satisfactorio aquel pan del cielo. Además, si fue lícito al poeta decir que el placer de cada uno es lo que lo atrae, ¿con cuánta más razón debemos decir nosotros que el hombre es traído a Jesucristo cuando se deleita en la verdad, cuando se deleita en la santidad, cuando se deleita en la justicia y cuando se deleita en la vida eterna? Y todo esto es Jesucristo. Los sentidos del cuerpo tienen sus placeres, ¿el alma carecerá de ellos? Dame un hombre que ama, uno que desea, uno que es fervoroso, uno que tiene hambre, uno que anda con esta solicitud y que tiene sed y que suspira por llegar a la fuente de la vida eterna. Este hombre comprenderá lo que digo. Porque el Señor quiso decir: «a quien el Padre trajere». Si hemos de ser traídos seámoslo por Aquél a quien dice el que lo ama ( Cant 1,3): «Tráeme en pos de ti». Pero veamos cómo debe entenderse aquella sentencia. El Padre trae al Hijo a aquéllos que creen en el Hijo porque conocen que Este tiene a Dios por Padre, puesto que Dios Padre engendró al Hijo igual a sí. Y el que piensa y cree en la fe y examina que el Hijo es igual al Padre, en quien cree, es traído por el Padre al Hijo. Arrio pensó que sólo era una criatura; el Padre no lo trajo. Fotino 2 dijo: Jesucristo únicamente es hombre; como creyó esto, no lo trajo el Padre. Trajo a Pedro, que dijo: «Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo» ( Mt 16,16). Por esto se le contestó: «La carne y la sangre no te han revelado esto, sino mi Padre que está en los Cielos» ( Mt 16,17). Esta revelación es la atracción misma. Si atraen aquellas cosas que se revelan a los que se aman entre las delicias terrenas, ¿no atraerá Jesucristo revelado por el Padre? ¿Qué otra cosa mejor desea el alma que la verdad? Pero aquí los hombres tienen hambre, allí serán saciados. Por esto añade: «Y yo le resucitaré en el postrimero día». Como diciendo: será saciado, porque aquí tiene sed y en la resurrección de los muertos yo le resucitaré.
San Agustín De quaest. nov. et vet. testam. qu. 79
O bien atrae el Padre hacia el Hijo por medio de los milagros que hacía por El.
Crisóstomo in Ioannem hom. 45
No es pequeña la dignidad del Hijo si el Padre atrae y El resucita, no separando sus obras de las del Padre, sino manifestando la igualdad que existe entre la virtud y el poder del Padre con su poder. Manifiesta a continuación el modo con que el Padre atrae, diciendo: «Escrito está en los profetas: y serán todos enseñados por Dios». He aquí el honor que concede la fe, puesto que no viene de los hombres, ni por medio de los hombres, sino que deben aprenderla del mismo Dios. Porque un maestro, cuando preside una clase, está dispuesto a comunicar toda su ciencia, para inculcar a todos su enseñanza. Mas si el Señor nos enseña a todos, ¿cómo es que algunos no creen? Y esto se dice respecto de muchos, o sea de todos los que mueren.
San Agustín De praedest. Sanct. cap. 8
Hablamos con propiedad cuando decimos de algún maestro que enseña las letras humanas y está solo en la ciudad: éste enseña aquí todas las letras; no porque todos aprendan, sino porque ninguno de los que allí están aprenden sino de él. Y así decimos con propiedad: Dios manifiesta a todos cómo deben venir a Jesucristo, no porque todos vengan, sino porque no pueden venir de otro modo.
San Agustín In Ioannem tract., 25.
Todos los hombres de aquel reino serán enseñados por Dios y no podrán oír estas cosas de los hombres. Y aun cuando aquí oyen de los hombres, lo que comprenden se les concede interiormente, interiormente brilla, e interiormente se les revela. Yo, por ejemplo, lanzo un estrépito de palabras en vuestros oídos, pero si no revela el que está dentro, ¿qué digo? ¿qué hablo? Dice, pues: «Y todos serán enseñados por Dios». Como diciendo: ¿Cómo podéis conocerme, oh judíos, siendo a quienes el Padre no ha enseñado?
Beda.
Dice en plural: en los profetas, porque todos éstos estaban llenos de un mismo espíritu. Y aunque vaticinaban cosas diferentes, se encaminaban a un mismo fin, estando los unos conformes con los pensamientos de los otros y con las palabras del profeta Joel: «Serán todos enseñados por Dios».
Glosa.
Esto no se encuentra así en Joel, sino de una manera parecida, porque allí se dice: «Hijos de Sion, regocijaos y alegraos en el Señor nuestro Dios, porque os ha dado un doctor» ( Jl 2,33). Más expresivo está en Isaías cuando dice: «Yo tomaré a todos tus hijos enseñados por el Señor» ( Is 54).
Crisóstomo, ut supra
Lo cual es una cosa de verdadera importancia, porque antes aprendían por ministerio humano las cosas que atañen a Dios, y ahora por el Hijo único de Dios y por el Espíritu Santo.
San Agustín De praedest. Sanct. cap. 8 et seqq
Todos los que son enseñados por Dios vienen al Hijo, porque oyeron y aprendieron del Padre por el Hijo. De aquí que añada: «Todo el que oyó del Padre y aprendió, viene a mí». Si el que oyó las cosas del Padre y aprendió viene, en verdad que el que no oyó del Padre no aprendió. La escuela donde el Padre es oído y enseña que se vaya a su Hijo está muy alejada de los sentidos del cuerpo. Porque esta operación no la realiza por los oídos de la carne, sino del espíritu, en donde está el mismo Hijo, dado que es su Verbo por el que el Padre enseña del modo antedicho. Está también el Espíritu Santo, porque hemos aprendido que las operaciones de la Trinidad son inseparables, y se le atribuye esto principalmente al Padre, porque de El es el Hijo y procede de ambos el Espíritu Santo. Y así la gracia que se concede por la divina magnificencia a los corazones humanos por caminos ocultos, no puede ser rechazada por un corazón duro, supuesto que su primer movimiento es quitar la dureza de corazón 3. ¿Y por qué enseña a todos para que vengan a Jesucristo, sino porque aquéllos a quienes enseña les enseña por su misericordia y aquéllos a quienes no enseña lo hace porque ellos se hacen acreedores a tal pena? Y si dijéramos que quieren aprender aquellos a los que no enseña, nos responderá: ¿Y dónde están cuando se le dice: «Señor, si tú nos miras, nos darás vida» ( Sal 84,7)? Y si Dios no hace que quieran aquéllos que no quieren, ¿por qué ruega la Iglesia por sus perseguidores, conforme a lo que Dios le tiene ordenado? Por tanto, no puede decir alguno: he creído para ser llamado por esta causa, siendo así que la gracia de Dios prepara a aquél que es llamado para que crea.
San Agustín In Ioannem tract., 26.
He aquí cómo el Padre atrae enseñando la verdad y no imponiendo la necesidad, porque el atraer es propio de Dios: «Todo el que oyó la voz del Padre y aprendió, viene a mí». ¿Cómo así? ¿Jesucristo nada enseñó? ¿Cómo, si los hombres no vieron a su maestro el Padre, vieron al Hijo? El Hijo, pues, hablaba, pero el Padre enseñaba. Y si yo, siendo hombre, enseño a aquél que ha oído mi palabra, el Padre también enseña a aquél que oye a su Verbo. El mismo da a conocer esto y nos enseña lo que dijo, expresándose a continuación en estos términos: «No porque alguno ha visto al Padre, sino aquél que oyó la voz del Padre». Como diciendo: no sea que acaso, cuando esto os digo, que todo el que ha oído y aprendido del Padre, digáis entre vosotros: nunca hemos visto al Padre; ¿cómo podemos aprender de El? Oídlo de mí mismo. Yo he conocido al Padre, vengo de El, del mismo modo que la palabra es de aquél de quien la concibe, no porque suena y pasa, sino porque se queda con el que habla y atrae al que oye.
Crisóstomo, ut supra
Y en verdad que todos somos hijos de Dios y lo que es muy esencial y propio del Hijo, de esto no habló por la debilidad de los que le oyesen.
Notas
- «Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar». ( Catecismo de la Iglesia Católica, 357) «La vocación de la humanidad es manifestar la imagen de Dios y ser transformada a imagen del Hijo Unico del Padre. Esta vocación reviste una forma personal, puesto que cada uno es llamado a entrar en la bienaventuranza divina; pero concierne también al conjunto de la comunidad humana». ( Catecismo de la Iglesia Católica 1877)
- Se trata de Fotino de Sirmio.
- «La iniciativa divina en la obra de la gracia previene, prepara y suscita la respuesta libre del hombre. La gracia responde a las aspiraciones profundas de la libertad humana; y la llama a cooperar con ella, y la perfecciona». ( Catecismo de la Iglesia Católica, 2022)
San Agustín In Ioannem tract., 26.
El Señor quiso dar a conocer lo que El era. Por esto dice: «En verdad, en verdad os digo, que aquél que cree en mí, tiene vida eterna». Como diciendo: el que cree en mí, me tiene. ¿Y qué es tenerme? Tener la vida eterna. Y la vida eterna es el Verbo que en el principio estaba con Dios y la vida era la luz de los hombres. La vida asumió a la muerte, para que la muerte fuese destruida por la vida.
Crisóstomo in Ioannem hom. 45.
Y como las multitudes instaban pidiendo el alimento corporal, acordándose de aquel alimento que se había concedido a sus padres, con el fin de manifestarles que todo aquello no fue otra cosa más que una figura de la verdad que tenían presente, hace mención de la comida espiritual diciendo: «Yo soy el pan de la vida». Se llama a sí mismo pan de la vida, porque encierra en sí nuestra vida toda, tanto la presente como la venidera.
San Agustín, ut supra
Mas como ellos se enorgullecían hablando del maná, añade: «Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron». Y por esto, vuestros padres eran como vosotros. Murmuradores eran los padres de los hijos murmuradores, porque se dice que en nada ofendió tanto aquel pueblo a Dios, como murmurando contra Dios. Y por esta razón murieron, porque creyeron sólo lo que veían y no creían ni entendían lo que no veían.
Crisóstomo, ut supra
Y no sin causa añadió: «en el desierto», manifestando de una manera oculta que no fue largo aquel periodo en que se concedió el maná y que además no llegó con ellos hasta la tierra prometida. Pero como veían que el pan que Jesucristo les había dado era de poco mérito en comparación del que habían recibido sus padres, (puesto que aquél bajaba del cielo y el que Jesucristo les dio, aunque por un milagro, era de la tierra), por esto añadió: «Este es el pan que desciende del cielo».
San Agustín, ut supra
El maná prefiguró a este pan y el altar del Señor también. Tanto en éste como en aquél se prefiguran los sacramentos. En las figuras hay diferencia, mas en la cosa que se figura hay paridad. Oigamos al Apóstol ( 1Cor 10,3): «Todos comieron la misma comida espiritual».
Crisóstomo, ut supra
Después manifiesta (lo que podía convencerles más) que ellos eran de mejor condición que sus padres, porque éstos, habiendo comido el maná, murieron, y por esto añade: «Para que el que comiere de él no muera». Por el fin da a conocer la diferencia de uno y otro pan. En este lugar llama pan a los misterios salvíficos y a la fe, que es su objeto propio, o bien se refiere a su cuerpo, pues todas estas cosas sostienen el alma.
San Agustín, ut supra
¿Pero nosotros, no comeremos del pan que baja del cielo? Aquellos murieron, como nosotros también hemos de morir en cuanto a la muerte de este cuerpo, visible y material. Pero en cuanto a la muerte del espíritu, de la que murieron los padres de éstos, Moisés comió el maná y muchos otros que agradaron a Dios y no murieron porque aquella comida visible fue entendida por ellos en sentido espiritual. Tuvieron de ella hambre espiritual, la gustaron en espíritu y espiritualmente quedaron saciados. Y nosotros hoy también recibimos un alimento visible, pero una cosa es el sacramento y otra la virtud del sacramento. ¿Cuántos hay que reciben este pan del altar, y mueren a pesar de ello? Por esto dice el Apóstol ( 1Cor 11,29): «Que come y bebe su propia condenación». Por tanto, comed el pan del cielo en espíritu y llevad vuestra inocencia ante el altar. Los pecados, ya que son diarios, que no sean mortales. Antes que os aproximéis al altar, ved lo que hacéis, ved lo que decís: perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores ( Mt 6,12). Si perdonas, te serán perdonadas. Aproxímate tranquilo, es pan, no veneno. Y si alguno comiese de este pan, no morirá, pero respecto de la virtud del sacramento y no en cuanto se refiere al sacramento visible; esto es, el que lo come interiormente y no exteriormente.
Alcuino
Y por eso no muere el que come este pan, porque «Yo soy el pan vivo que bajé del cielo».
Teofilacto
Con este fin se encarnó; y no fue primero sólo hombre y después tomó la divinidad, como dice Nestorio, mintiendo.
San Agustín, ut supra
También el maná bajó del cielo, pero el maná era sombra y este pan es la realidad.
Alcuino
Mi vida es la que vivifica. Por esto sigue: «Si alguno comiere de este pan, vivirá», no sólo en la vida presente por medio de la fe y de la santidad, sino «vivirá eternamente. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
San Agustín
Explica el Señor a continuación por qué se llama a sí mismo pan, no sólo en lo que toca a la divinidad que todo lo nutre, sino también a la naturaleza humana que asumió el Verbo de Dios, cuando añade: «El pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Beda
El Señor concedió este pan cuando instituyó el sacramento de su cuerpo y su sangre y lo dio a sus discípulos y cuando se ofreció a Dios Padre en el ara de la cruz. Cuando dice: «Por la vida del mundo», no debemos entender que por los elementos, sino por todos aquéllos que se designan en el nombre del mundo.
Teofilacto
Cuando dice: «Que yo daré» da a conocer su poder, porque no fue crucificado como siervo del Padre y menor que El, sino voluntariamente. Pues aunque se dice que fue entregado por el Padre, se entregó El a sí mismo. Y véase cómo el pan que nosotros recibimos en el sacramento no es la figura del cuerpo de Jesucristo, sino el mismo verdadero cuerpo de Jesucristo. Porque no dijo: el pan que yo daré lleva la imagen de mi cuerpo, sino: es mi propia carne. Se transforma este pan por las palabras inefables, por la bendición y habitación mística del Espíritu Santo en el cuerpo de Jesucristo. ¿Y por qué no vemos su cuerpo? Porque si lo viésemos, nos horrorizaríamos de comerlo. Por cuya razón, condescendiendo con nuestra fragilidad, vemos esta comida espiritual en la manera que convenía a nuestro modo de conocer. Entregó su carne por la vida del mundo, porque muriendo destruyó la muerte. Yo también entiendo la resurrección en aquellas palabras «por la vida del mundo». Porque la muerte del Señor concedió la resurrección general a todo el género humano. Y acaso a la vida, que consiste en la santificación y en la perfección según el espíritu, la llamó vida del mundo. Aunque no todos hayan recibido la vida que se encuentra en la santificación y en el espíritu, sin embargo, el Señor se entregó por el mundo y cuanto hay en él, por lo que todo el mundo se santifica.
San Agustín In Ioannem tract., 26.
¿Y cómo iba a entender el hombre que llamase pan a su carne? Conocen, pues, los fieles que es el cuerpo de Jesucristo y no deben despreciarlo. Háganse cuerpo de Jesucristo, si quieren vivir del espíritu de Jesucristo, porque no vive del espíritu de Jesucristo sino el cuerpo de Jesucristo. ¿Acaso mi cuerpo vive de tu espíritu? El Apóstol da a conocer este pan diciendo ( 1Cor 10,17): «Muchos somos un solo cuerpo, todos los que participamos de este solo pan». ¡Oh sacramento de piedad! ¡Oh signo de unidad! ¡Oh vínculo de caridad! El que quiere vivir, tiene de dónde vivir; acérquese, crea, incorpórese para que sea vivificado.
San Agustín In Ioannem tract., 26.
Y como los judíos no entendían cuál era aquel pan de concordia, disputaban entre sí. Por esto dice: «Comenzaron entonces los judíos a altercar unos con otros», etc. Mas los que comen de este pan, no discuten entre sí, puesto que por medio de este pan Dios hace habitar a todos unidos en su casa.
Beda.
Creían pues los judíos, que el Señor dividiría en trozos su propia carne y se la daría a comer; por esto disputaban porque no entendían.
Crisóstomo in Ioannem hom. 46.
Y como decían que esto era imposible, esto es, que diese a comer su propia carne, les dio a entender que no sólo no era imposible, sino muy necesario; por esto sigue: «Y Jesús les dijo: en verdad, en verdad os digo que si no comiereis la carne», etc. Como diciendo: de qué modo se da y cómo debe comerse este pan, vosotros no lo sabéis, mas si no lo comiereis, no tendréis vida en vosotros.
San Agustín, ut supra
Como si dijese: vosotros ignoráis de qué manera alguien puede ser comido y cuál sea el modo de comer aquel pan, pero aun así «si no comiéreis la carne del Hijo del hombre y bebiéreis su sangre, no tendréis vida en vosotros».
Beda
Y para que no creyesen que esto se decía para ellos solos, formuló a continuación una sentencia general, diciendo: «Que el que come mi carne y bebe mi sangre», etc. Y para que no entendiesen que se refería a esta vida y cuestionasen acerca de ello, añadió: «Tiene vida eterna». Mas no la tiene el que no come esta carne ni bebe esta sangre, puesto que podemos tener la vida temporal prescindiendo de El, pero de ninguna manera la vida eterna. No sucede así respecto de la comida que tomamos para alimentar esta vida temporal, porque los que no la reciben, no viven, ni tampoco vivirá el que la tome, puesto que sucede que mueren todos los que la toman, o por enfermedad, o por ancianidad, o por cualquier otra causa. Mas respecto de esta comida y esta bebida, esto es, del cuerpo y la sangre del Señor, no sucede así. Porque el que no la toma no tiene vida eterna y el que la toma tiene vida y ésta es eterna.
Teofilacto
Porque no es carne de un mero hombre, sino de Dios, quien deseando hacer al hombre divino, como que lo embriaga en su divinidad.
San Agustín De civ. Dei. 22, 19
Hay algunos que, por lo que dice aquí, ofrecen la salvación a los hombres purificados por el bautismo de Jesucristo, con tal que participen de su cuerpo (aunque vivan de cualquier modo). Pero les contradice el Apóstol, diciendo: «son bien conocidas las acciones de la carne, como son la fornicación, la inmundicia» ( Gál 5,19), etc. Acerca de lo que os predico, como ya os llevo dicho, que los que así obran, no alcanzarán el reino de Dios. Por esta razón se pregunta con fundamento cómo debe entenderse lo que aquí dice. El que vive unido con su cuerpo -esto es, en unión con los miembros cristianos, de cuyo cuerpo suelen participar todos los fieles que se acercan al altar-, ése puede propiamente decirse que come el cuerpo y bebe la sangre de Jesucristo. Por esto los herejes y los cismáticos, que están separados de la unidad del cuerpo, pueden recibir este sacramento, pero no les aprovecha, antes al contrario, les perjudica, porque son considerados como más pecadores y hay más dificultad para perdonarlos. Y ellos no deben considerarse como seguros por sus costumbres malas y depravadas, porque por la maldad de su vida abandonaron la misma santidad de la vida, que es Jesucristo, ya fornicando, o ya haciendo otras cosas por el estilo. Y no puede decirse que éstos coman el cuerpo de Jesucristo, porque ni aun deben contarse entre los miembros de Jesucristo. Y pasando otras cosas en silencio, no pueden ser a la vez miembros de Jesucristo y miembros de una mujer impúdica.
San Agustín In Ioannem tract., 26.
Quiere que se entienda por esta comida y esta bebida la unión que hay entre su cuerpo y sus miembros, como es la Iglesia en sus predestinados, en los llamados, en los justificados, en los santos glorificados y en sus fieles. Este sacramento (esto es, la unidad del cuerpo y la sangre de Jesucristo), que en algunos lugares se prepara todos los días en la mesa del Señor y en otros, sólo de tiempo en tiempo y se recibe de la mesa del Señor, para unos es vida, para otros condenación. Pero la entidad de aquello que constituye el sacramento, da vida a todo hombre, y a ninguno sirve de condenación, cualquiera que sea el que de ella participa. Y para que no creyesen que por medio de esta comida y esta bebida se ofrecía la vida eterna de tal modo que aquéllos que la recibiesen ya no morirían ni aun en cuanto al cuerpo, saliendo al encuentro de esta idea, continuó diciendo: «Y yo le resucitaré en el último día», con el fin de que tenga entre tanto la vida eterna, según el espíritu, en el descanso donde se encuentran las almas de los justos. Mas en cuanto al cuerpo, ni aun éste carecerá de vida eterna, porque en la resurrección de los muertos, cuando llegue el último día, la tendrá.
Beda.
Había dicho ya: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna», y para manifestar cuánta diferencia hay entre la comida y bebida material y el sacramento espiritual de su cuerpo y su sangre, añadió: «Porque mi carne verdaderamente es comida», etc.
Crisóstomo in Ioannem hom., 46.
Y dice esto, o bien para que crean en lo que estaba diciendo y no que era enigma o parábola, sino para que comprendan que conviene en absoluto comer el cuerpo de Jesucristo; o bien quiere decir que es verdadera comida ésta que salva al alma.
San Agustín In Ioannem tract., 26.
Como los hombres desean conseguir mediante la comida y bebida saciar para siempre su hambre y su sed, esto en realidad no lo satisface nada sino esta comida y esta bebida, que hace inmortales e incorruptibles a aquéllos que la reciben; esto es, a la misma sociedad de los santos, en donde se encontrará la paz y unidad plena y perfecta. Por lo tanto, nuestro Señor recomendó su cuerpo y su sangre como cosas que se reducen y refieren a cierta unidad, porque de muchos granos se forma otro cuerpo (esto es, el pan), que es un solo todo y lo mismo sucede respecto del vino, que se forma por la reunión de muchos racimos. Después manifiesta en qué consiste comer su cuerpo y beber su sangre, diciendo: «El que come mi carne, etc., permanece en mí y yo en él». Esto es, pues, comer aquella comida y beber aquella bebida, a saber: permanecer en Cristo y tener a Cristo permaneciendo en sí. Y por esto el que no permanece en Cristo y aquél en quien Cristo no permanece, sin duda alguna ni come su carne ni bebe su sangre, sino que, por el contrario, come y bebe sacramento de tan gran valía para su condenación.
Crisóstomo, ut supra
De otra manera puede explicarse la continuación: como había ofrecido la vida eterna a los que lo comiesen, para confirmarlo, añadió: «El que come mi carne, etc., permanece en mí».
San Agustín De verb. Dom. serm. 11
Y en realidad, muchos que comen aquella carne y beben aquella sangre hipócritamente, se hacen apóstatas. ¿Acaso permanecen en Cristo y Cristo en ellos? Pero hay cierta manera de comer aquella carne y de beber aquella sangre, para que el que la coma y la beba permanezca en Cristo y Cristo en él.
San Agustín De civ. Dei. 21, 25
Esta es el haber recibido el Cuerpo de Cristo no sólo sacramentalmente, sino efectivamente, por estar incorporados en su cuerpo. 1.
Crisóstomo, ut supra
Y como yo vivo, es cosa clara que él también vivirá. Y para probar esto añade: «Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre».
San Agustín De verb. Dom serm. 11
Como diciendo: Yo vivo como el Padre. Y para que no se crea que es ingénito, añadió: «por el Padre», manifestando, aunque veladamente, que el Padre es su principio. Y cuando dice: «Así también el que come, él mismo vivirá por mí», no dice esto sencillamente de la vida, sino de la vida de santidad. Porque viven también los infieles, aunque no comen de aquella carne. Y tampoco dice esto en cuanto a la resurrección general, porque también resucitarán; sino que habla de la vida de la gloria y que tiene recompensa.
San Agustín In Ioannem tract., 26.
Mas no dice: del mismo modo que como al Padre y yo vivo por el Padre, el que me come también vive por mí. Porque el Hijo no se hace mejor porque participa del Padre, mientras que por la participación del Hijo, que es lo que significa aquel acto de comerlo nosotros, nos hacemos mejores, uniendo a nosotros su cuerpo y su sangre. Y si dijo: «Vivo por el Padre», es porque es de la misma esencia y esto se dice sin detrimento de la igualdad. Y sin embargo, diciendo: «El que me come vivirá por mí», no afirma nuestra igualdad respecto de El, sino que muestra la gracia del mediador. Mas, si según esto oímos: «Vivo por el Padre», como aquello que dice en otro lugar, «Y el Padre es mayor que yo» ( Jn 14,28), dijo también: «Como me envió el Padre», lo cual equivale decir: para que yo viva por el Padre, esto es, para que mi vida se refiera a El como a lo más grande, fue hecha mi humillación, la causa que me enviara. Pues para que cada uno viva por mí, ha de participar de mí, comiéndome.
San Hilario De Trin., 1, 8
No queda lugar a duda acerca de la verdad de la carne y la sangre de Jesucristo. Mas ahora, según dice el mismo Dios y nuestra fe nos enseña, es verdadera carne y verdadera sangre. Y ésta es la causa de nuestra vida, porque tenemos a Jesucristo viviendo en nosotros, que somos carnales, por medio de la carne, debiendo vivir también nosotros por medio de El, del mismo modo que El vive por el Padre. Y si nosotros vivimos por El de una manera física, según la carne, esto es, habiendo recibido la naturaleza de la carne, ¿cómo dejará de tener en sí al Padre, en cuanto al espíritu, siendo así que El vive por el Padre? Pero vive por el Padre porque su generación no añadió nada ajeno a su naturaleza.
San Agustín In Ioannem tract., 26.
Y bajó del cielo para que vivamos comiendo aquel pan los que no podemos obtener la vida eterna por nosotros mismos. Por esto sigue: «Este es el pan que descendió del cielo».
San Hilario De Trin., 1, 10
Aquí El se denomina pan. Y para que no se crea que sufrió menoscabo el poder y la naturaleza del Verbo al asociarse con la carne, dijo que el pan era su carne, para que por medio de esto, bajando este pan del cielo, no se creyese que el origen de su cuerpo procedía de la concepción natural, manifestando que su cuerpo era del cielo. Mas como el pan es suyo, manifiesta que ha tomado aquel cuerpo por medio del Verbo.
Teofilacto
Por lo tanto, no comemos a Dios en su pura esencia, porque es impalpable e incorpóreo, como tampoco comemos la carne de un puro hombre, que de nada nos podría aprovechar. Mas como Dios unió a sí la carne humana, su carne tiene propiedades que dan vida, no porque se haya convertido en naturaleza divina, sino como sucede al hierro candente, que permanece hierro y tiene las propiedades del fuego. Pues así la carne del Señor es dadora de vida como carne del Verbo.
Beda
Y para manifestar la diferencia de la sombra y de la luz, de la figura y la realidad, añadió: «No como el maná que comieron vuestros padres, y murieron».
San Agustín, ut supra
Aquello de que murieron, quiere que se entienda en el sentido de que no viven eternamente, porque ciertamente en lo temporal también morirán los que comen a Jesucristo, pero vivirán eternamente, porque Jesucristo es la vida eterna.
Crisóstomo, ut supra
Y si fue posible que sin siega y sin grano y otras cosas por el estilo, conservasen la vida aquéllos por espacio de cuarenta años, con mucha más razón puede hacer esto ahora por medio de la comida espiritual, de la cual eran figuras aquellos sucesos. Con frecuencia, pues, ofrece la vida, porque no hay cosa más apreciable para los hombres. Por esto en el Antiguo Testamento se ofrecía la vida larga y ahora se ofrece una vida que no tiene fin. Además quiere demostrar por medio de esto que rompía ahora el decreto de muerte que había dado por el pecado primero, ofreciendo por el contrario la vida eterna. Prosigue: «Esto dijo en la Sinagoga cuando enseñaba en Cafarnaúm», en donde había hecho muchos milagros. Mas enseñaba en la Sinagoga y en el templo, queriendo atraer la multitud y manifestando que no es contrario al Padre.
Beda
En sentido místico, Cafarnaúm -que quiere decir villa hermosísima 2– representa al mundo, mas la Sinagoga representa al pueblo judío. Y por esto se explica que al aparecer el Señor en el mundo por el misterio de su encarnación, enseñó al pueblo judío muchas cosas que comprendió.
Notas
- «La razón es el haber recibido el Cuerpo de Cristo no sólo sacramentalmente, sino efectivamente, por estar incorporados en su cuerpo. Es el mismo cuerpo del que dijo el Apóstol: Como hay un solo pan, aun siendo muchos no formamos mas que un solo cuerpo. Entonces el que forma parte de la unidad de ese Cuerpo de Cristo, es decir, el que es miembro de ese comunidad formada por los cristianos, que comulgan asiduamente en el sacramento de su Cuerpo en el altar, ése es de quien puede decirse que come el Cuerpo de Cristo y bebe su Sangre» (San Agustín, De civitate dei, XXI, 25,2).
- Del hebreo kefar nahum, aldea de Nahún (=compasivo o Yahveh consuela), ciudad de Galilea, junto al lago de Tiberíades.