En una entrevista concedida el domingo 14 de enero a un programa de televisión italiano Che tempo que fa, el papa Francisco afirmó que le gusta pensar que el infierno está vacío. Con su bonhomía misericordiosa, ha manifestado concretamente: «Lo que voy a decir no es un dogma de fe sino algo personal: me gusta pensar que el infierno está vacío, ¡espero que sea una realidad!»
La Biblia nos dice que “Dios quiere que todos se salven” (1 Tm 2,1-8). De lo que cabe colegir que en su deseo a cerca de algo que pudiera ocurrir, que los hombres no se salven; es decir, que es posible la condenación y la existencia, claro, del lugar de la condenación, el infierno.
Así pues partamos de esa realidad “local” nefasta, el infierno. Cosa que es un dogma, una verdad, un hecho. En los Evangelios se hace referencia al infierno hasta 60 veces.
En cambio hoy, en la vida real de la gente como en la Iglesia (en sus templos) el asunto del infierno ni se toca, nadie habla de él, es como si no existiera; con lo que esto supone.
A lo largo de la historia, el contacto con la muerte, con la realidad del más allá, era tan inmediata y de continuo, que se tenía conciencia clara de lo que suponía el morir, tan habitual y con tantos miembros de la familia y de gente conocida que moría. Esto hacía pensar… Hoy día, la mentalidad sobre la realidad de la muerte y el lejano más allá y la munidad materialista y las diversas ideologías han cambiado la cosmovisión cristina de Occidente, negando la realidad del infierno y cuanto supone. De modo que aunque el mundo no hable ni le guste el infierno, la fe cristiana no tiene que renunciar a esa parte de su verdad o ningunearla por amistarse con el mundo presente; cuando se ha de ser signo de contradicción ante la mundanidad o espíritu del tiempo. Hemos dejado de hablar de la escatología, de las realidades con las que nos tenemos que encontrar ineludiblemente, tras la muerte. Esto es parte de la existencia, de lo que somos, y no podemos obviarlo, como algo que no nos afectara. Esto es grave, es parte del bagaje doctrinal de nuestra fe y no podemos orillarlas por miedo o porque el mundo no las acepte.
Caso parecido ocurre con el infierno, aunque aceptemos que existe tal realidad, no hemos de hacer cuenta de ella, es como si no existiera porque no nos ha de afectar para nada. Es decir, que la condenación no existe, pues Dios como padre amantísimo y misericordioso nos va a salvar a todos.
“El infierno del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno” “Hoy se ha tornado habitual pensar: ¿qué es el pecado? Dios es grande, nos conoce, en consecuencia el pecado no cuenta, al final Dios será bueno con todos. Ésta es una bella esperanza, pero existe la justicia y existe la culpa verdadera. Los que han destruido al hombre y a la tierra no pueden sentarse imprevistamente en la mesa de Dios, junto con sus víctimas”, dijo Benedicto XVI.
Hay algunos interrogantes que nos sugiere el deseo bondadoso –del que participamos- del papa Francisco de que el infierno esté vacio:
- El infierno está poblado por los demonios o ángeles caídos. No es una creación de Dios, que todo lo hace bueno. Es obra de los espíritu angélico encabezados por Lucifer, luego Satanás, que al rebelarse se alejo de Dios y del cielo. Como enseña el IV Concilio de Letrán, “el diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos».
- Si el infierno está vació, si todos se salvan… ¿para qué empeñarse en difundir la fe, hacer la voluntad de Dios, obrar bien, ser moral, aspirar a la santidad…? Pues no se necesitarían para salvarse. ¿Para qué evangelizar, pues? Da igual, pues, creer que no creer, ser bueno que malo, etc.
- Si los pecados no tienen consecuencias, ¿para qué evitar lo que me gusta o me conviene aunque contraríe la ley de Dios…? «Comamos y bebamos…» Si no existe ese riesgo, si no existe el hombre pecador, sino que todos somos buenos por naturaleza, sin no existen los pecados, si nada nos condena, etc. ¿para qué Dios? Y esto es lo que piensa mucha gente. De ahí el aumento de la increencia actual, de la deserción o apostasía generalizada en el mundo occidental.
- Si Dios nos salva a todos, todos, ya hayan hecho cualquier monstruosidad, quitando vidas, torturando, haciendo sufrir a muchísimas personas, etc., ¿Qué pensarán las victimas? ¿Si Dios las ha perdonado, pero las victimas no…? ¿La avergüenza de los verdugos en el cielo ante sus víctimas…? Muchas preguntas de este tenor cuestionan lo de la totalidad que vayan al cielo.
- Si Dios nos salva a todos, todos, sin tener en cuenta lo que hayamos hecho, al margen nuestro, sin nuestra participación, qué pensar de lo de san Agustín: «el Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti», y de nuestra participación de la obra de Dios o nuestra libertad.
- Es razonable pensar que la misericordia de Dios, los meritos de Jesucristo y su gracia mediando en nuestras buenas obras, la comunión de todos los santos, la condición de hijos humanos (adoptivos) de Dios… sean factores determinantes para concluir que una inmensa mayoría se salvará y no acabará en el infierno.
- La palabra de Dios no es de un buenísimo complaciente, no se anda con paños calientes, es exigente y llama a la responsabilidad, y a nuestra tarea con arreglo al don dado. Y a su vez habría que considerar el otro factor, el del bien que hacemos, ¿no hay ningún merito participativo en obra humana que contribuya al proyecto de Dios de tener hijos suyos responsables, participantes en la comunión de los santos….?
- El que los Evangelios hayan hablado tantísimo sobre la realidad del infierno, el juicio, el premio y castigo,, ¿resultaría ser papel mojado? Es decir, que no tendrían otra pretensión que interpretarse como un cuento para niños, para meter miedo… y nada más. Esto se sería tratar a los humanos infantilmente, sin la madurez y responsabilidad de adultos.
- Son muchos los textos el evangelio en que se habla de lo que hayamos hecho con arreglo a los hermanos, como advertencia de juicio. De las 38 parábolas de los evangelios en 21 se advierte sobre el infierno y de la necesidad de estar preparados para el día del juicio. El mismo Jesucristo aparece, de hecho, en el Evangelio diciendo en el Juicio final: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y no te dimos de comer? ¿Cuándo te vimos desnudo y no te vestimos?». Los malos protestan porque afirman que nunca se han encontrado con Dios ni tomado partido por El. Y la respuesta del juez será: «En verdad os digo, que cuando dejasteis de hacer eso a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis. E irán al suplicio eterno» (Mt 25,45s).
- Si no existe la posibilidad de riesgo de perderse, de ir al infierno, ¿en qué queda la confianza, si no hay riesgo? «Si no aceptamos confesar que en cierto sentido nuestra salvación eterna no está asegurada, es que rechazamos tener confianza. Si se ha hecho casi imposible hablar del infierno a los cristianos, no es porque tienen miedo, sino porque no quieren tener miedo. Ya no pueden soportar este dogma, porque no tienen confianza. Por eso, si creyeran en el infierno, no teniendo confianza, estarían perdidos. Lo que yo llamo el coraje de tener miedo es sencillamente el coraje de creer en infierno. Y digo que el rechazo de este coraje es un rechazo de tener confianza, por consiguiente, un peligro muy grande de condenarse… En cierto sentido, el único. Si hay un punto en que la generación actual está en peligro, es éste.» (Marie Dominique Molinié).
- Dios perdona nuestros pecados siempre (70 veces 7), y el peligro está en no querer su perdón. Y esto puede sucedernos, pues nuestros pecados nos incapacitan, nos insensibiliza para quererlo. Luego el peligro de no ser perdonados existe, y el de la condenación; por nuestra parte, por endurecimiento. Luego la condenación, es posible, y solo depende de nosotros, del mal, de nuestro mal. A la hora de la condenación no nos fiemos de nosotros, y a la hora de la salvación solo de Dios.
- La amistad no se impone; es algo que se ofrece y se acepta libremente. Así como el avaricioso no entiende y hasta la repugna la generosidad, así ocurría cuando el rostro bondadosísimo de Dios en el juicio nos salga al encuentro, que la maldad del malo no le reconocerá y le rechazará, preferirá dramáticamente las tinieblas en la que ya vive sumergido. Algo que ha ido labrando con sus decisiones continua a lo largo de su existencia, en un endurecimiento canalla del corazón y de todo su ser.
- La amistad negada al Espíritu Santo, del que somos templo. El pecado de inhumanidad no será perdonado, porque lo que ha sido asumido, incorporado al ámbito, al seno de lo divino, al «cielo», es lo humano, y lo inhumano -como su nombre indica- está por debajo o es la negación de lo humano. Será expulsado por autoexpulsión. La opción libre de que prefiramos ese estado de maldad, de tinieblas de muerte, compromete la confianza que abre a la salvación. «La causa de la condenación consiste en que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. En efecto, quien obra mal odia la luz, y no va a la luz, para que no se descubran sus obras.» (Jn 3,19-20). El rechazo radical a la bondad y el amor misericordioso que propicia el Espíritu Santo presente en el alma.
- La Iglesia en el Catecismo dice: n.1035 “La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno” y n.1033 “Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno.»
- A todo añadir las muchas visiones y revelaciones privadas, a santos, aprobadas por la Iglesia, en que hacen referencia al infierno en la que hay gente atormentada…
- O tal vez exista la posibilidad de un vacio del infierno haciendo alusión a la infinitud: Cualquier mal que haya hecho un ser humano es finito, pero ¿el castigo puede ser infinito?
- Y en fin, consideremos el «por si acaso«: estemos en sobre aviso sobre el que pudiera ser, por si acaso se da como un hecho real, es mejor comportarse como si el riesgo existiera. Lo cual es una actitud más positiva que la despreocupación y la irresponsabilidad. «Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde «habrá llanto y rechinar de dientes»» (LG 48).
- La esperanza. «Es más difícil condenarse que salvarse, ya que quien nos quiere salvar es el mismo Dios, amante insuperable, subido al leño de nuestra mortalidad» (Karl Rahner).