«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción—y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». (Lc 2,34-35).
Las palabras de una persona —Simeón— como tantas, insignificante, un descartado de entonces, a la entrada del templo, expresaron una verdad eterna: «Jesús será signo de contradicción«. Se lo dijo -proclamándolo- a María, la madre, para que todo el mundo lo supiera. Ella, que lo guardaba todo en su corazón, sin grandilocuencias ni alardes, sin comprender del todo, porque los planes de Dios sobrepasa todo lo imaginable por nuestra pequeña cabeza, se acordaría más tarde, allí al pie de la cruz, de que el signo de contradicción ante un mundo bárbaro conduce a la cruz, porque choca -contradice- a mundanidad inapropiada para el bien y la caridad. Y seguidamente se acordaría de las palabras del mismo Simeón que había guardado en su corazón: «Una espada te atravesará el alma».
El cristiano tiene que ser y ejercer de contracción ante un mundo distinto de él, que contradice y contraria. Al ponerlo en evidencia suscita esa misma una reacción de toma de conciencia o de contrariedad; es decir, positiva o negativa; también cabe la indiferencia, pero no excusa. No valen componendas: apaños para no enterarse de la raya que divide el lado de la sombra y la luz; será autoengañarse, distrayéndose afanosamente en las cosas del mundo, simuladamente, desdibujando la diferencia, para que nada interiormente acuse del lado del que se está, y siga como si nada; buscando, como la mayoría, un pacto de sumisión a los ídolos del tiempo. Y de modo que quien se siente cuestionado por otra cosmovisión, si trata de totalizarse, no estará dispuesto al ejercicio de la libertad de la alternativa competidora, que tambalea los propios cimientos. Por lo tanto, tiene que darse «choque»: en el sentido de resultar chocante, para una visión única, y que se ve interpelada y cuestionada, por la luz que arroja el Evangelio.
Conozco a un párroco que, hablando con él, censuraba la actitud de su obispo, por ser combativo en sus denuncias de ciertas actitudes social y políticas que contradicen la doctrina católica… Tristemente el sacerdote vivía confortablemente, sin ningún roce ni enemistad con nadie. Es un verdadero profesional de su misión, un funcionario de lo sagrado. Si hace alguna crítica a las lacras sociales existentes, lo hace de manera vaga, genérica, sin ir a lo concreto, sin llamar a las cosas por su nombre, etc., para no levantar ampollas… En este sentido, recuerdo que hace unos años, cuanto fueron canonizados 500 (ya son más 2000) mártires de la Guerra Civil española, en la misa de esa día tan importante, donde se proclaman de manera única a tan gran número de mártires, no hizo mención alguna a tan extraordinario acontecimiento. Perdió una gran ocasión de indicar a su feligresía que pidieran en su oraciones la intercesión de tantos santos que se hallan en la presencia de Dios; sobre todo para obtener gracias para este país España, tan necesitado de ellas.
Aclaro que este no es el obispo en cuestión. El Obispo Getafe hace ya unos años referente al proyecto de instalación del Eurovegas en su diócesis, a lo que trataba de «fachada atractiva, podredumbre dentro»: «Estar solos [los cristianos contra Eurovegas] no nos preocupa». «Hay temas en los que sabemos que estaremos solos, como en la defensa de la vida. Yo no tengo miedo a la soledad, porque lo que importa es la verdad, aunque a veces sea molesta y desenmascare cosas ocultas».
En fin, que un día en que mi párroco dio la callada por respuesta sobre un asunto escabroso, sobre el que sí se había pronunciado valientemente su obispo, le espeté: «Tú no vas acabar como Cristo…; él puede que sí».
Todos los cristianos estamos llamados —a semejanza de Cristo, su Señor— a ser signo de contradicción en medio de una mundanidad pagana. No cabe escabullirse y perderse en medio de una cada vez mayor multitud anegada de oscuridad, porque los cristianos hemos de resplandecer en ella como luz del Evangelio que brilla en nosotros.