Ángelus, 19-2-2023. Amar incluso a los enemigos

El Señor nos propone salir de la lógica del provecho y no medir el amor en la balanza de los cálculos y de las conveniencias. Nos invita a no responder al mal con el mal, a osar en el bien, a arriesgar en el don, aunque recibamos poco o nada a cambio.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Las palabras que Jesús nos dirige en el Evangelio de este domingo son exigentes y parecen paradójicas: Él nos invita a poner la otra mejilla y amar incluso a los enemigos (cfr Mt 5,38-48). Para nosotros es normal amar a los que nos aman y ser amigos de quien es nuestro amigo; sin embargo, Jesús nos provoca diciendo: si actuáis de esta manera, «¿qué hacéis de extraordinario?» (v. 47). ¿Qué hacéis de extraordinario? Este es el punto sobre el que me gustaría atraer hoy vuestra atención, sobre este qué hacéis de extraordinario.

“Extraordinario” es lo que va más allá de los límites de lo habitual, que supera las praxis habituales y los cálculos normales dictados por la prudencia. En general, nosotros sin embargo tratamos de tener todo bastante en orden y bajo control, de forma que corresponda a nuestras expectativas, a nuestra medida: temiendo no recibir la reciprocidad o de exponernos demasiado y después quedar decepcionados, preferimos amar solamente a quien nos ama para evitar las desilusiones, hacer el bien solo a quien es bueno con nosotros, ser generosos solo con quien puede devolvernos un favor; y a quien nos trata mal respondemos con la misma moneda, así estamos en equilibrio. Pero el Señor nos advierte: ¡esto no es suficiente! Nosotros diríamos: ¡esto no es cristiano! Si nos quedamos en lo ordinario, en el balance entre dar y recibir, las cosas no cambian. Si Dios tuviera que seguir esta lógica, ¡no tendríamos esperanza de salvación! Pero, por suerte para nosotros, el amor de Dios siempre es “extraordinario”, va más allá, va más allá de los criterios habituales con los que nosotros humanos vivimos nuestras relaciones.

Las palabras de Jesús, por tanto, nos desafían. Mientras nosotros intentamos quedarnos en lo ordinario de los razonamientos utilitarios, Él nos pide abrirnos a lo extraordinario, a lo extraordinario de un amor gratuito; mientras que nosotros tratamos siempre de igualar el contador, Cristo nos estimula a vivir el desequilibrio del amor. Jesús no es un buen contable: ¡no! Siempre conduce al desequilibrio del amor. No nos maravillemos de esto. Si Dios no se hubiera desequilibrado, nosotros nunca hubiéramos sido salvados: ¡ha sido el desequilibrio de la cruz lo que nos ha salvado! Jesús no hubiera venido a buscarnos mientras estábamos perdidos y alejados, no nos hubiera amado hasta el final, no hubiera abrazado la cruz por nosotros, que no merecíamos todo esto y no podíamos darle nada a cambio. Como escribe el apóstol Pablo, «en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos es ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» (Rm 5,7-8). Así es, Dios nos ama mientras somos pecadores, no porque seamos buenos o capaces de devolverle algo. Hermanos y hermanas, el amor de Dios es un amor siempre en exceso, siempre más allá de los cálculos, siempre desproporcionado. Y hoy nos pide también a nosotros vivir de esta manera, porque solo así lo testimoniaremos de verdad.

Hermanos y hermanas, el Señor nos propone salir de la lógica del provecho y no medir el amor en la balanza de los cálculos y de las conveniencias. Nos invita a no responder al mal con el mal, a osar en el bien, a arriesgar en el don, aunque recibamos poco o nada a cambio. Porque es este amor que lentamente transforma los conflictos, acorta las distancias, supera las enemistades y sana las heridas del odio. Entonces podemos preguntarnos, cada uno de nosotros: yo, en mi vida, ¿sigo la lógica del provecho o la de la gratuidad, como hace Dios? El amor extraordinario de Cristo no es fácil, pero es posible; es posible porque Él mismo nos ayuda donándonos su Espíritu, su amor sin medida.

Rezamos a la Virgen, que respondiendo a Dios su “sí” sin cálculos, le ha permitido hacer de ella la obra maestra de su Gracia.

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