Papa Benedicto XVI

En memoría.  A la muerte  del papa san Juan Pablo II, el cónclave de 2005 llamó para sucederlo en menos de 24 horas a un hombre ya mayor, de 78 años. Que se presentó autodeminándose “humilde trabajador de la viña del Señor», de aspecto frágil, tímido, delicado, amable, intelectual, sabio, místico y de una profunda firmeza en sus convicciones teológicas, destacó por estas líneas en su apostolado: Reflexión entre razón y fe, dialogo entre el cristianismo y la modernidad, fidelidad al legado de la fe.

Los Papas son generalmente muy independientes, libres de ataduras con el mundo, a diferencia de los gobernantes y las elites sociales que participan en organizaciones, eventos y establecen vínculos afines a los que se obligan… Los Papas se puede decir que van por libre, independientes, sin otro compromiso “ideológico” que el de la fidelidad al Evangelio, a la doctrina de Cristo, a la Verdad. 

Por eso los Papas, en mayor o menor medida, son temibles por los “amos del mundo”, porque no son manipulables y sometibles a sus voluntades. Y el papa Benedicto XVI fue uno de esos papas más representables de la libertad cristiana, y además con un nivel intelectual superior, extraordinario; por ello fue temido, y se le atacó descarnadamente para desacreditarle, y para mucho se convirtió en el enemigo a batir.    

Y pese a inquina de muchos medios que se afanaban sistemáticamente en descalificarle, Benedicto XVI nunca se plegó. Este fue un martirio sobre la cátedra de Pedro, convertía en una cruz. Su firmeza doctrinal ante la teología de la liberación, su amor a la Eucaristía y la difusión de la adoración eucarística por todo el mudo, de modo ininterrumpido, en adoración perpetua; su armado discurso lógico al hablar de la fe y la lucha decidida, moral e intelectual contra el relativismo, etc. le granjearon la animadversión de muchos.

Ya desde el principio advirtió de la hostilidad que iba a padecer:  en la Misa de entronización como nuevo papa, Benedicto XVI realizó esta petición: «Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos». 

Durante su papado se desató a nivel mundial el sangrante y humillante asunto de la pederastia y abusos sexuales. Fue un arma escandalosa con la que los enemigos de la Iglesia, trataban de hundir la barca de Pedro. Pero pese a este tremendo sufrimiento, Benedicto XVI, hombre de fe profunda y esperanza afirmaba: «Hoy más que nunca el Señor nos ha hecho ser conscientemente responsables de que sólo Él puede salvar la Iglesia. Esta es de Cristo, y a Él le corresponde proveer. A nosotros se nos pide que trabajemos con todas nuestras fuerzas, sin dar lugar a la angustia, con serenidad del que sabe que no es más que un siervo inútil, por mucho que haya cumplido hasta el final con su deber. Incluso en esta llamada a nuestra poquedad veo una de las gracias de este periodo difícil. Un período en el que se nos pide paciencia, esa forma cotidiana de un amor en el que están simultáneamente presentes la fe y la esperanza».

Otro asunto escabroso con el que tuvo que lidiar fue el del banco IOR.  El Papa Ratzinger quien introduce la normativa contra el lavado de dinero en el Vaticano. Y pediría a los hombres de la Iglesia que fueran menos mundanos: “Los ejemplos históricos muestran que el testimonio misionero de la Iglesia desprendida del mundo resulta más claro. Liberada de fardos y privilegios materiales y políticos, la Iglesia puede dedicarse mejor y de manera verdaderamente cristiana al mundo entero; puede verdaderamente estar abierta al mundo…”.

Recomendamos leer su primera, de las tres encíclicas, Deus caritas est (25 de diciembre de 2005). “Dios es amor”, es la clave del pontificado. Era un enamorado de Cristo, la caridad encarnada. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona”. Y también es de destacar el escribir un libro sobre Jesús de Nazaret, una obra única que se publicará en tres tomos. También les invitamos a leer el debate entre el filósofo liberal Jürgen Habermas y el cardenal Joseph Ratzinger.

Estas fueron sus últimas palabras: «¡Signore, ti amo!» (¡Señor, te amo!)”.

Pueden encontrar toda la información que deseen sobre el pontificado del papa Benedicto XVI, AQUí.

Familia_Ratzinger.

 

El testamento espiritual de Benedicto XVI

«Si en esta hora tardía de mi vida miro hacia atrás, hacia las décadas que he recorrido, veo en primer lugar cuántas razones tengo para dar gracias. En primer lugar, doy gracias a Dios mismo, dador de todo bien, que me dio la vida y me guió en diversos momentos de confusión; siempre me levantó cuando empecé a resbalar y siempre me devolvió la luz de su semblante. En retrospectiva veo y comprendo que incluso los tramos oscuros y fatigosos de este camino fueron para mi salvación y que fue en ellos donde Él me guió bien.

Doy gracias a mis padres, que me dieron la vida en una época difícil y que, a costa de grandes sacrificios, con su amor prepararon para mí una morada magnífica que, como una luz clara, ilumina todos mis días hasta el día de hoy. La lúcida fe de mi padre nos enseñó a los niños a creer, y como señal siempre se ha mantenido firme en medio de todos mis logros científicos; la profunda devoción y la gran bondad de mi madre son un legado que nunca podré agradecerle lo suficiente. Mi hermana me ha asistido durante décadas desinteresadamente y con afectuoso cuidado; mi hermano, con la lucidez de sus juicios, su vigorosa resolución y la serenidad de su corazón, me ha allanado siempre el camino; sin este constante precederme y acompañarme, no habría podido encontrar la senda correcta. 

De corazón doy gracias a Dios por los muchos amigos, hombres y mujeres, que siempre ha puesto a mi lado; por los colaboradores en todas las etapas de mi camino; por los profesores y alumnos que me ha dado. Con gratitud los encomiendo todos a Su bondad. Y quiero dar gracias al Señor por mi hermosa patria en los Prealpes bávaros, en la que siempre he visto brillar el esplendor del Creador mismo. Doy las gracias al pueblo de mi patria porque en él he experimentado una y otra vez la belleza de la fe. Rezo para que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y os lo ruego, queridos compatriotas: no os dejéis apartar de la fe. Y, por último, doy gracias a Dios por toda la belleza que he podido experimentar en todas las etapas de mi viaje, pero especialmente en Roma y en Italia, que se ha convertido en mi segunda patria.

A todos aquellos a los que he hecho daño de alguna manera, les pido perdón de todo corazón.

Lo que antes dije a mis compatriotas, lo digo ahora a todos los que en la Iglesia están confiados a mi servicio: ¡manteneos firmes en la fe! No se confundan. A menudo da la impresión de que la ciencia -las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro- es capaz de ofrecer resultados irrefutables en contradicción con la fe católica. 

He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace mucho tiempo, y he podido comprobar cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas sólo aparentemente pertenecientes a la ciencia; del mismo modo que, por otra parte, es en el diálogo con las ciencias naturales como también la fe ha aprendido a comprender mejor el límite del alcance de sus pretensiones, y por tanto su especificidad. 

Hace ya sesenta años que acompaño el camino de la Teología, en particular de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones he visto derrumbarse tesis que parecían inamoviblesdemostrando ser meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la generación marxista. He visto y veo cómo de la maraña de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la feJesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo.

Por último, pido humildemente: rezad por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados e insuficiencias, me reciba en las moradas eternas. A todos los que me han sido confiados, mis oraciones salen de mi corazón, día a día.

Benedictus PP XVI.

Con fecha de 29 de agosto de 2006

 

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Para finalizar les ofrezcemos partes escogidas, dedicadas principalmente a los pastorcillos, de la bella homilía llena de espiritualidad del papa Benedicto XVI, en la misa celebrada el 13 de mayo de 2010, en la canonización de los hermanos Francisco y Jacinta en Fátima.

 Queridos peregrinos

“Su estirpe será célebre entre las naciones, […] son la estirpe que bendijo el Señor” (Is 61,9). Así comenzaba la primera lectura de esta Eucaristía, cuyas palabras encuentran un admirable cumplimiento en esta asamblea recogida con devoción a los pies de la Virgen de Fátima.

Dentro de siete años volveréis aquí para celebrar el centenario de la primera visita de la Señora “venida del Cielo”, como Maestra que introduce a los pequeños videntes en el conocimiento íntimo del Amor trinitario y los conduce a saborear al mismo Dios como el hecho más hermoso de la existencia humana. Una experiencia de gracia que los ha enamorado de Dios en Jesús, hasta el punto de que Jacinta exclamaba: “Me gusta mucho decirle a Jesús que lo amo. Cuando se lo digo muchas veces, parece que tengo un fuego en el pecho, pero no me quema”. Y Francisco decía: “Lo que más me ha gustado de todo, fue ver a Nuestro Señor en aquella luz que Nuestra Madre puso en nuestro pecho. Quiero muchísimo a Dios”. (Memórias da Irmā Lúcia, I, 40 e 127).

Hermanos, al escuchar estas revelaciones místicas tan inocentes y profundas de los Pastorcillos, alguno podría mirarlos con una cierta envidia porque ellos han visto, o con la desalentada resignación de quien no ha tenido la misma suerte, a pesar de querer ver. A estas personas, el Papa les dice lo mismo que Jesús: “Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios” (Mc 12,24). Las Escrituras nos invitan a creer: “Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn20,29), pero Dios -más íntimo a mí de cuanto lo sea yo mismo (cf. S. Agustín, Confesiones, III, 6, 11)- tiene el poder para llegar a nosotros, en particular mediante los sentidos interiores, de manera que el alma es tocada suavemente por una realidad que va más allá de lo sensible y que nos capacita para alcanzar lo no sensible, lo invisible a los sentidos. Por esta razón, se pide una vigilancia interior del corazón que muchas veces no tenemos debido a las fuertes presiones de las realidades externas y de las imágenes y preocupaciones que llenan el alma (cf. Comentario teológico del Mensaje de Fátima, 2000). Sí, Dios nos puede alcanzar, ofreciéndose a nuestra mirada interior.

Más aún, aquella Luz presente en la interioridad de los Pastorcillos, que proviene del futuro de Dios, es la misma que se ha manifestado en la plenitud de los tiempos y que ha venido para todos: el Hijo de Dios hecho hombre. Que Él tiene poder para inflamar los corazones más fríos y tristes, lo vemos en el pasaje de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,32).

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