La liturgia de la palabra de la misa de hoy 31 de octubre es san Lucas (14,12-14), es muy breve, y habla de la generosidad que ha de ejercerse con los pobres y necesitados que no tienen posibilidad de corresponder o pagarte el favor; pero queremos fijarnos y resaltar la última frase: «te pagarán cuando resuciten los justos».
Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,12-14):
En aquel tiempo, dijo Jesús a uno de los principales fariseos que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»
«Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos«. (Lc 14,14). Siempre habrá quien critique -hay gente para todo- que es un dar a los pobres por el interés de ser pegado en el cielo. Primero: «Corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.» (Fil 3,14); es legítima el hacer algún bien (al prójimo) por razón del premio sustentando en la esperanza derivada en la palabra de de Dios, confianza de la fe en Nuestro Señor Jesucristo. Segundo: Dios lo ha dispuesto así, y es pues suficiente, Él sabrá si hay un grado de egoísmo reprochable o si el peso de la generosa compasión es mayor. Tercero: es ejercer a la vez las virtudes teologales de la esperanza y de la fe, es decir, que se cree en las palabras de futuro de Dios. Ah, y una cuarta cosa más: hasta el pobre beneficiado se alegra de que seas así, y no como el que se escuda en razones para no ejercer la misericordia y no dar al necesitado; da y no busques excusas rácanas, de «malpagador», de nula generosidad, y haz la voluntad de Dios, que siempre santifica y enriquece el ciento por uno.
El significado del esperanza es este: Confianza de lograr una cosa o de que se realice algo que se desea.
El cristiano por su fe vive en la esperanza de que la palabra de Dios en Cristo Jesús se cumpla, porque nos ama; es decir, que lo prometido sea realizable en un futuro cierto, que trasciende los límites de esta vida, hasta la otra: «Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad.» De modo que si no hay resurrección tras la muerte, la esperanza se vería frustrada: «si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe.» Esto nos dice san Pablo (1Cor 15,12-20):
Si se anuncia que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Pues bien: si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado. Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe; más todavía: resultamos unos falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra él, diciendo que ha resucitado a Cristo, a quien no ha resucitado… si es que los muertos no resucitan. Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados; de modo que incluso los que murieron en Cristo han perecido. Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto.
Una observación:
Este es un hecho, y se da en el común de los que no tienen esperanza, es decir, en los no creyentes que carecen de fe de la que dimana la esperanza de una vida mejor y eterna, arrebatándosela cruelmente; «Aunque a los ojos de los hombres fueron atormentados, su esperanza está llena de inmortalidad.» (Sab 3, 4.). Esto decía en el pensador español Julián Marías: «Me parece una refina crueldad el intento de despojar de la esperanza a las personas, principalmente a aquellas que apenas pueden esperar nada de este mundo. Viejos, solitarios, enfermos, pobres, con defectos que entorpecen la vida, tiene tal vez la esperanza de seguir viviendo mejor, de un modo vividero, acaso incomparablemente superior a lo que han conocido.»
Y finalizamos con Santo Tomás de Aquino[1]:
«Uno puede desear y esperar algo para otro como para sí. Y en este sentido, puede esperar para otro la vida eterna, en cuanto está unido a él por el amor. Y así como una misma es la virtud de la caridad por la que uno ama a Dios, a sí mismo y al prójimo, así también es una la virtud de la esperanza por la que espera para sí mismo y para el otro.»
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[1] Summa Theologica, II, II, q. 17, a. 3, c.