En el Evangelio de la liturgia misa de hoy, 27 de septiembre, tiene lugar la confesión de Pedro, en nombre de todos los apósteles, de que Jesús es el Mesías prometido.
Lo cual conllevaba varias cosas importantes:
La confesión de Pedro es de una relevancia extraordinaria: proclame la divinidad de Jesús, como el Cristo esperado. Ello no es obra propiamente del Pedro y demás apóstoles, sino que se debe a la gracia, no es obra humana sino de origen divino.
Que Aquel que llevaban tanto tiempo, toda una historia de siglos, esperando con ansiosa expectativa, se había hecho presente en su tiempo, ante ellos. El “Ungido de Dios”, el Enviado salido de Dios, el Hijo del hombre, que había entrado en la historia de los seres humanos para incorporarlos, como Puente salvador, a la vida de Dios, era más de lo que ellos podían imaginar y suponer, como todos los que les hemos seguido. Jesús, el Mesías, allí presente se había hecho Hijo de hombre, para que los hombres nos hagamos hijos de Dios.
Jesucristo se despojo de ese halo de grandeza, que la mentalidad humana había creado en torno a la figura del Mesías, como ungido cual cualquier rey humano, y al que asignaban el papel del futuro rey –cual un nuevo David- de Israel. De modo que, para no crear falsas expectativas e inducir a la gente a que masivamente lo enaltecieran la imagen equívoca del Mesías popularmente añorado como liberador guerrero…, “Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie.” Y a continuación, tras el asentimiento a la confesión de Pedro, en nombre de los doce, les dijo algo que les dejó pasmados, les reveló la realidad de lo que suponía el ser el Mesías, que no era como ellos y la generalidad del pueblo pensaba: «Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día«. Les trastoca los esquema, aquello era algo que jamás hubieran podido suponer.
En la epifanía del bautismo de Jesús, en que Dios Padre revela la identidad de su Hijo: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco” (Lc 3,22); cuando todo “el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías” (Lc 3,15). «Mirad a mi Siervo» así comienza el texto de Isaías, termino identificable con el del Mesías, que podemos ver también en Isaías, al aplicárselo al Siervo doliente.
Tras la resurrección Jesús les abrirá el entendimiento para que vieran claramente la verdad de su misión Mesiánica: Jesús al final les abre los ojos, al partir el pan, al repartir y darle a comer su cuerpo, al entrar en comunión con Él, es cuando definitivamente acceden por gracia a la fe y a verle y reconocerle como resucitado. Cuando uno descubre el amor de Dios, que se rompe y reparte generosamente, por pura misericordia para que los seres humanos tengan vida, es cuando se entra en comunión con su Cuerpo. Entonces, los dos discípulos, dichosos, sin poder contener la alegría, retornan a Jerusalén; entran -en comunión- en la Iglesia, donde están los apóstoles depositarios y custodios de la fe.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 18-22
Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos contestaron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los antiguos profetas, que ha resucitado».
Él les dijo: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Respondió Pedro: «El Mesías de Dios». Entonces Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie.
Después les dijo: «Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día».
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PALABRAS DEL SANTO PADRE
(Ángelus, 27 de agosto de 2023)
Jesús pregunta a los discípulos – una hermosa pregunta: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Es una pregunta que podemos hacernos también nosotros: ¿Qué dice la gente de Jesús? En general, cosas hermosas: muchos lo ven como un gran maestro, como una persona especial: buena, justa, coherente, valiente… Pero, ¿esto es suficiente para entender quién es, y, sobre todo, es suficiente para Jesús? Parece que no. Si Él fuera solamente un personaje del pasado – como lo eran para la gente de aquel tiempo las figuras citadas en el mismo Evangelio, Juan Bautista, Moisés, Elías y los grandes profetas – sería solo un hermoso recuerdo de un tiempo pasado. Y esto para Jesús no está bien. Por eso, inmediatamente después, el Señor plantea a los discípulos la pregunta decisiva: «Y vosotros – ¡vosotros! – ¿quién decís que soy yo?». ¿Quién soy yo para vosotros, ahora? Jesús no quiere ser un protagonista de la historia, sino que quiere ser protagonista de tu presente, de mi presente; no un profeta lejano: Jesús quiere ser el Dios cercano.
Cristo, hermanos y hermanas, no es un recuerdo del pasado, sino el Dios del presente. Si fuera solo un personaje histórico, imitarlo hoy sería imposible: nos encontraríamos frente al gran foso del tiempo y, sobre todo, ante su modelo, que es como una montaña altísima e inalcanzable; deseosos de escalarla, pero sin las capacidades ni los medios necesarios. En cambio, Jesús está vivo: recordemos esto, Jesús está vivo, Jesús vive en la Iglesia, vive en el mundo, Jesús nos acompaña, Jesús está a nuestro lado, nos ofrece su Palabra, nos ofrece su gracia, que iluminan y reconfortan en el camino: Él, guía experto y sabio, está feliz de acompañarnos en los senderos más difíciles y en las ascensiones más impracticables.
Queridos hermanos y hermanas, en el camino de la vida no estamos solos, porque Cristo está con nosotros, Cristo nos ayuda a caminar, como hizo con Pedro y con los demás discípulos. Precisamente Pedro, en el Evangelio de hoy, lo comprende y por gracia reconoce en Jesús «el Hijo del Dios vivo» (v. 16): “Tú eres el Cristo, Tú eres el Hijo de Dios vivo”, dice Pedro; no es un personaje del pasado, sino el Cristo, es decir, el Mesías, el esperado; no es un héroe difunto, sino el Hijo de Dios vivo, hecho hombre y venido para compartir las alegrías y las fatigas de nuestro camino. No nos desanimemos si a veces la cima de la vida cristiana parece demasiado alta y el camino demasiado empinado. Miremos a Jesús, siempre; miremos a Jesús que camina junto a nosotros, que acoge nuestras fragilidades, comparte nuestros esfuerzos y apoya sobre nuestros hombros débiles su brazo firme y suave. Con Él cerca, también nosotros tendámonos la mano los unos a los otros y renovemos la confianza: ¡Con Jesús lo que parece imposible en solitario ya no lo es, con Jesús se puede avanzar!
Hoy nos hará bien repetirnos la pregunta decisiva, que sale de su boca: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Tú – Jesús te dice – tú, ¿quién dices que soy yo? Escuchemos la voz de Jesús que nos pregunta esto. En otras palabras: Para mí, ¿quién es Jesús? ¿Un gran personaje, un punto de referencia, un modelo inalcanzable? ¿O es el Hijo de Dios, que camina a mi lado, que puede llevarme hasta la cima de la santidad, allí donde en solitario no soy capaz de llegar? ¿Jesús está realmente vivo en mi vida, Jesús vive conmigo? ¿Es mi Señor? ¿Yo me encomiendo a él en los momentos de dificultad? ¿Cultivo su presencia a través de la Palabra, a través de los Sacramentos? ¿Me dejo guiar por Él, junto a mis hermanos y hermanas, en la comunidad?
Que María, Madre del Camino, nos ayude a sentir a su Hijo vivo y presente junto a nosotros.
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Catena Aurea
San Cirilo
Separado el Señor de los pueblos y colocado aparte, se consagró a la oración. Por esto dice: «Y aconteció que estando solo orando», etc. Se constituía así en modelo de sus discípulos, enseñándoles la dulce práctica de los dogmas doctrinales. Comprendo en esto que es muy conveniente que los obispos precedan también en méritos a sus diocesanos, ocupados asiduamente en las cosas necesarias y tratando aquellas que agradan a Dios.
Beda
Los discípulos estaban con el Señor, pero El oró solo al Padre. Porque los santos pueden unirse al Señor por medio de la fe y de la caridad, pero sólo el Hijo puede penetrar los misterios incomprensibles de la misericordia del Padre. En todas partes estaba solo, porque las oraciones del hombre no pueden comprender los designios de Dios, ni nadie puede participar de los sentimientos interiores de Cristo.
San Cirilo
La causa de la oración pudo asustar a los discípulos. Veían con los ojos de la carne que oraba Aquel a quien antes habían visto hacer milagros con autoridad divina. Y con objeto de quitarles la turbación, les pregunta, no porque ignorara las alabanzas de los de fuera, sino para separarlos de la opinión de los demás e infundirles la verdadera fe. Por ello sigue el Evangelista: «Y les preguntó, diciendo: ¿Quién dicen las gentes que soy?»
Beda
Con toda oportunidad se proponía el Salvador explorar la fe de sus discípulos, preguntando primero por el parecer de la muchedumbre, para que la confesión de ellos no parezca formada por la opinión del vulgo, sino por el conocimiento de la verdad, o que no parezcan vacilantes como Herodes acerca de lo que ha oído decir, sino que crean lo que han visto.
San Agustín, de cons. Evang. 2, 80
Puede preguntarse cómo San Lucas pudo decir que el Señor preguntó a sus discípulos quién decían los hombres que era El cuando estaba orando y los discípulos presentes. Mientras que San Marcos dice que les preguntó en el camino. Pero esto sólo puede inquietar al que piensa que jamás oró en el camino.
San Ambrosio
No es sin razón la opinión de la muchedumbre que los discípulos refieren, cuando se añade: «Mas ellos respondieron y dijeron: unos Juan el Bautista (quien sabían había sido degollado), y otros Elías (quien creían había de venir), y otros que resucitó alguno de los antiguos profetas». Pero que otra sabiduría profundice estas palabras, porque si al apóstol San Pablo le bastaba no saber más que a Jesucristo, y Este crucificado ( 1Cor 2), ¿qué más deseo yo saber que a Jesucristo?
San Cirilo
Observa, pues, la prudencia de la pregunta. Los dirige primero a las alabanzas exteriores, a fin de refutarlas y producir en ellos la verdadera opinión; por esto, habiendo los discípulos expuesto la opinión del pueblo, les pregunta por la suya, cuando añade: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» ¡Oh! y cuán importante es aquella palabra vosotros. Los distingue de la muchedumbre, a fin de que eviten sus opiniones, como diciendo: Vosotros, que habéis sido llamados por Mí al apostolado, y que sois testigos de mis milagros, ¿quién decís que soy yo? San Pedro se anticipó a los demás y se convierte en representante de todo el Colegio Apostólico, y pronuncia palabras de amor divino, y hace la profesión de su fe, cuando dice: «Respondiendo Simón Pedro, dijo: el Cristo de Dios». No dijo sencillamente que era Cristo de Dios, sino con el artículo el Cristo, como dice el texto griego. Pues muchos, divinamente ungidos, fueron llamados cristos, en diversos sentidos. Los unos recibieron la unción de reyes, los otros de profetas. Nosotros mismos, que recibimos la unción del Espíritu Santo por el Cristo, hemos obtenido el nombre de Cristo. Mas uno sólo es el Cristo de Dios y del Padre, como que tiene sólo por Padre propio a Aquel que está en los cielos. Y así San Lucas concuerda con este pasaje de San Mateo, que hace decir a Pedro: «Tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo» ( Mt 16,16); pero, abreviando, le hace decir: «Tú eres el Cristo de Dios».
San Ambrosio
En este solo nombre se halla la expresión de la divinidad de la encarnación, y la fe de la pasión. Así lo comprende todo, expresando la naturaleza y el nombre, que es el compendio de los atributos.
San Cirilo
Mas debe advertirse que San Pedro obró con mucha prudencia, confesando que Jesucristo era uno solo, contra aquellos que presumen dividir al Emmanuel en dos cristos 1. Además, no les preguntó diciendo: «¿Quién dicen los hombres que es el Divino Verbo?», sino el Hijo del hombre. A quien San Pedro confesó que era el Hijo de Dios. Por ello fue tan admirado y considerado digno de especiales honores, porque, aunque sólo veía en el Salvador una persona como nosotros, creyó que era el Hijo del Padre. Es decir, que el Verbo, que procede de la sustancia del Padre, se hizo hombre.
San Ambrosio
Nuestro Señor Jesucristo no quiso ser predicado para que no se produjese algún alboroto. Por lo que sigue: «Mas El, reprendiéndolos, les mandó que no dijesen esto a nadie». Por muchas razones mandó callar a sus discípulos: para engañar al príncipe del mundo, declinar la jactancia y enseñar la humildad. Luego Cristo no quiso ser glorificado. Y tú, que has nacido innoble, ¿quieres gloriarte? Además, no quería que sus discípulos, rudos aún e imperfectos, fuesen oprimidos por la mole de tan sublime predicación. Les prohíbe, pues, anunciarlo Hijo de Dios, a fin de que lo anuncien después crucificado.
Crisóstomo in Mat. hom. 55
Con toda oportunidad prohibió el Señor a los apóstoles que dijesen a alguien que El era el Cristo, hasta que, quitados de en medio los escándalos y consumado el sacrificio de la Cruz, se imprimiese habitualmente en la mente de los oyentes la conveniente opinión de El. Pues lo que una vez toma raíces y luego se arranca, apenas se sostiene alguna vez, si se planta de nuevo. Mientras que lo que una vez plantado permanece, crece con facilidad. Porque si Pedro se escandalizó solamente por lo que había oído, ¿qué hubiese sucedido a los demás cuando hubiesen oído que Jesús era Hijo de Dios, y le hubiesen visto después crucificado y escupido?
San Cirilo
Convenía que los discípulos lo predicasen por todas partes. Esta era la misión de los escogidos por el Señor para el ministerio del apostolado. Mas como dice la Sagrada Escritura: «Hay un tiempo para cada cosa» ( Eclo 6), convenía que la cruz y la resurrección se cumpliesen y luego siguiese la predicación de los apóstoles. Y prosigue diciendo: «Porque conviene que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas», etc.
San Ambrosio
Acaso porque sabía el Señor que el misterio de la pasión y de la resurrección era difícil de creer, aun para sus discípulos, quiso El mismo ser el anunciador de su pasión y resurrección.
Notas
- San Cirilo se refiere a Nestorio y a sus seguidores.