“Si vivimos de cara a la eternidad, sabremos morir adecuadamente”

Orar por los moribundos ha sido una costumbre habitual hasta la generación de nuestros abuelos, pero el miedo a afrontar la muerte como parte de la vida y la descristianización de nuestra sociedad han hecho que esta obra de caridad caiga en el olvido.

Santa Faustina Kowalska relata en su diario esta visión: Cuando entré por un momento en la capilla, el Señor me dijo:  ‘Hija mía, ayúdame a salvar a un pecador agonizante; reza por él esta coronilla que te he enseñado’.

Al empezar a rezar la coronilla, vi a aquel moribundo entre terribles tormentos y luchas. El ángel custodio lo defendía, pero era como impotente la gran miseria de aquella alma.

Mientras rezaba la coronilla, vi a Jesús tal y como está pintado en la imagen. Los rayos que salieron del Corazón de Jesús envolvieron al enfermo y las fuerzas de las tinieblas huyeron en pánico. El enfermo expiró sereno”.

A esta santa polaca, apóstol de la Divina misericordia, Dios le hizo ver la necesidad urgente de interceder en oración por la salvación eterna de los que van a morir, especialmente por aquellos que han vivido alejados de Dios.

Esta misma inspiración es la que llevó a Begoña García a poner en marcha, en febrero de 2020, un apostolado de oración por los moribundos y almas del purgatorio a través de grupos de WhatsApp, cuyos miembros se animan unos a otros a rezar la coronilla de la misericordia por los agonizantes.

No nos cuesta nada dedicar unos minutos a diario para rezar por las almas agonizantes.

Esta maestra jubilada y madre de familia está convencida de que en el momento de la muerte te juegas la vida eterna y hoy día muchas personas mueren solas física y espiritualmente y, como instrumentos de Dios y hermanos nuestros que son, no nos cuesta nada dedicar unos minutos a diario para ayudarles”. 

Además de animar a esta obra de misericordia, reclama una mayor conciencia acerca de una de las grandes  verdades de la fe cristiana como son los novísimos: muerte, juicio, infierno y cielo de los que, a su juicio, hace falta que los sacerdotes vuelvan a predicar con insistencia. “Si vivimos de cara a la eternidad sabremos morir adecuadamente”, explica el padre Manuel Aromir, L.C., capellán en el Hospital Sagrado Corazón de Barcelona.

Este sacerdote ha comprobado que cuando se oculta a un enfermo que la muerte está cerca, se crea un ambiente enrarecido que no le ayuda a morir en paz.  “El problema está en que se afronta la muerte como un fracaso, cuando en realidad es un proceso natural que para los creyentes es el inicio de una vida apasionante. Para morir bien hay que mirar a la muerte a los ojos”, recalca. 

El arte de morir bien

Pero ¿de qué hablamos cuando nos referimos a  “morir bien”? En el momento de la muerte hay que hacer un “discernimiento de espíritus, –explica Aromir–, el espíritu del mal me va a llevar a la tristeza, mientras que el de Jesús me va a llevar a la alegría, al arrepentimiento y a la paz. Lo ideal es tener un acompañamiento espiritual, unción de enfermos y confesión”.

Pero si llega la muerte, por ejemplo por un accidente, y no hay acceso a un sacerdote, ¿qué hacer? El padre Jorge Loring, S.J. explicaba en una de sus intervenciones televisivas en EWTN que hacer bien un acto de contrición (que implica arrepentimiento por amor a Dios) garantiza el perdón de Dios.

Si llega la muerte en un accidente y no hay sacerdote, recuerda esta fórmula: “Dios mío, perdóname”

Y va más allá:  “Si no hay tiempo o no se recuerda la fórmula para el acto de contrición basta con decir  ‘Dios mío, perdóname’”. Porque lo importante es pedir perdón a Dios, no por miedo al infierno, sino por no haber respondido a su amor

El Buen Ladrón 

El mayor problema se produce cuando una persona que está pasando por el trance de la muerte se niega a ponerse en manos de Dios. ¿Existe esperanza para los que han vivido al margen de Dios toda su vida?

El ejemplo del Buen Ladrón muestra que no está todo perdido, es más, según Aromir, sería un paradigma de lo que es una buena muerte: la misericordia de Dios le sale al paso, y el ladrón se acoge a ella.

“Nuestra misión hoy es ofrecer la oportunidad de encontrar la salvación en el último momento a personas que están a punto de morir, porque la misericordia de Dios siempre está esperando”.

De estos milagros de conversión de “última hora”  ha sido testigo Begoña: “Personas que habían abandonado la fe y se negaban en rotundo a recibir los sacramentos, por la intercesión de la oración, se han reconciliado con Dios y han podido morir en paz”.  Y no puede haber ningún regalo mayor que este. 

Por Margarita García

Artículo publicado en la edición número 66 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.