La batalla cultural

 Foto (contextual): Sharon McCutcheon / Unsplash.

La ‘guerra de los pronombres’ es uno de los episodios más delirantes de la ideología de género: convertir en una obligación legal dirigirse a cada cual con los pronombres deseados (masculinos o femeninos, o cualesquiera otros inventados por los ideólogos de género). El psicólogo y filósofo Jordan Peterson se enfrentó en Canadá a esa imposición con argumentos que le catapultaron a la fama

NEOS es una asociación que, dirigida por Jaime Mayor Oreja y María San Gil, pretende dar la batalla en defensa de los valores del humanismo cristiano.

Y es que hoy hay dos opiniones prevalentes: quienes niegan o prescinden de Dios y los creyentes que defienden los valores del humanismo cristiano. Es por tanto en torno al papel de Dios y a los conceptos de verdad y libertad donde se está librando la gran batalla ideológica de nuestro tiempo.

Con el paso del tiempo las teorías relativistas y positivistas, un tanto oscurecidas tras la Segunda Guerra Mundial, han vuelto a tomar auge. Si Dios no existe, nuestros derechos fundamentales encuentran como único fundamento el Estado, es decir el Gobierno de turno, y no hay una Verdad objetiva que el hombre deba buscar. El relativismo intenta crear un nuevo tipo de ciudadanos, buscando liberar al hombre de sus ataduras más profundas, incluso las ligadas con la propia naturaleza humana. Se trata de realizar una libertad sin constricciones.

Un muy conocido relativista, José Luis Rodríguez Zapatero, decía: “La idea de una ley natural por encima de las leyes que se dan los hombres es una reliquia ideológica frente a la realidad social y a lo que ha sido su evolución. Una idea respetable, pero no deja ser un vestigio del pasado”. Es decir, en su concepción relativista, como Dios no existe, la izquierda, seguida actualmente por casi todos los partidos políticos con representación parlamentaria, tras la caída del Muro de Berlín, ha buscado nuevos referentes ideológicos y ha creído encontrarlos en lo que ellos llaman los nuevos derechos humanos, especialmente en la ideología de género.

En cambio, la concepción cristiana es también llamada jusnaturalista, por su defensa de la Ley y el Derecho Natural: “La Ley natural expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira” (Catecismo de la Iglesia Católica nº 1954). El primer principio ético con el que nos encontramos es el de que hay que hacer el bien y evitar el mal.

Por ello hay un problema: sus nuevos derechos humanos son contradictorios con los verdaderos derechos humanos, con los artículos de la Declaración Universal. No nos extrañe que en la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis Benedicto XVI diga: “Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables«(nº 83). Es decir, los puntos de discrepancia fundamentales son la vida, la familia, la educación de los hijos y el bien común.

La ideología de género cuenta con una gran ventaja: sus ilimitados recursos económicos. Pero tiene grandes desventajas: carece de sentido común y de principios morales. Su desacuerdo con la ciencia es total y hunde incluso aquello que dice defender. Cuando me enteré de lo que era no pude por menos de pensar el absurdo que por mi propia voluntad pueda ser mujer y, sobre todo, que es el fin del deporte femenino, como se han dado ya cuenta las federaciones internacionales de natación y rugby, a las que  supongo seguirán las demás. Pero sobre todo cada vez más gente se da cuenta  de sus numerosos disparates y empieza a reaccionar, como ha hecho el Tribunal Supremo de Estados Unidos en relación con el aborto, o el 99,88% de los argentinos, que se consideran varones o mujeres.

Pedro Trevijano

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