La facilidad y universalidad de acceso a la Inteligencia Artificial (AI en inglés) perjudica la cultura del esfuerzo y la creatividad.
Hace poco perdí la virginidad con la Inteligencia Artificial y resultó ser una experiencia que mutó de la intriga al desencanto en menos tiempo de lo que había imaginado. La realidad siempre tiene ese acento de verdad que no deja resquicio al engaño y a lo falso, al menos en los corazones con un rastro de humanidad y en las almas libres. Resultado subsiguiente: la certeza de que esto de la IA que nos están vendiendo como una revolución a la altura de la imprenta, también es un paso adelante en la deshumanización de una sociedad cada vez más ignorante. Hablo en términos generales estadísticos.
Esta es, sin duda, una de las consecuencias más demoledoras de la nueva era tecnológica, algo que por supuesto negarán muchos de los que han nacido con un móvil bajo el brazo, enganchados a internet y habitando en redes sociales si es que leen este artículo escrito por un ser humano, aunque intuyo que no serán los únicos.
Lo cierto es que existe una parte de la sociedad altamente ignorante y tecnificada. Seres que deambulan por las calles de este mundo con la cabeza gacha, mirando una pantalla, o incluso algunos ya talluditos capturando y entrenando Pokemons, como he podido ver sin salir de mi asombro mientras paseaba en un parque público hace unos días. La escena era como para escribir otro artículo, pero retornemos a la IA.
La irrupción del teléfono móvil supuso ya un avance en la incomunicación entre seres humanos a pesar de vivir en la era de la comunicación, y este nuevo alarde tecnológico de la IA supondrá, sin duda, un vertiginoso retroceso del conocimiento y un daño grave a la cultura del esfuerzo.
En mi primer contacto con esta nueva tecnología y nada más crear la primera imagen con el “prompt” o la “instrucción” (ojo al término) “Bola de helado en cuchara”, sin que transcurrieran treinta segundos aparecieron en la pantalla cuatro opciones de notable calidad con infinidad de opciones de modificación. Lo primero en lo que pensé no fue en las posibilidades que ofrece esta invención (que seguramente son muchas más de lo que podemos imaginar o nos cuentan) sino en la preocupación de tantas personas, profesionales de distintos sectores como fotógrafos, ilustradores, diseñadores, escritores, periodistas, profesores… creadores y transmisores de cultura en definitiva que, de un día para otro, ven amenazadas y mermadas sus posibilidades laborales, no porque su trabajo no siga siendo meritorio sino porque gran parte de la masa social, predominantemente vaga e ignorante, insisto, le dará más valor a una imagen, un texto o lo que sea creado por la IA que al trabajo minucioso, creativo y profesional de todos ellos.
Años de estudios y dedicación a un oficio que, de un plumazo, puede tambalearse gracias a los códigos binarios, al Big Data y a nosotros, que somos los que hemos engordado al monstruo facilitando gratis et amore toda la información a las Big Tech, que ahora se forran a nuestra costa y además también nos cobran por utilizar las herramientas de IA que han desarrollado gracias a nuestros clicks. Esto da como para pensar, al menos.
Nada hay como el proceso creativo original en el ser humano y, si algo tiene de bueno esta nueva revolución, es precisamente el hecho de que acrecentará más aún la diferencia entre los ignorantes y los inteligentes, entre los vagos y los hacendosos, entre los creadores y los plagiadores y entre los que siguen a la masa o aquellos que aún son libres de optar por el uso de la razón y el conocimiento. He aquí el punto en el que hay que enfocar el juicio, ya que una sociedad más ignorante es una sociedad más manipulable y maleable y esto lo saben bien aquellos que gobiernan masas ignorantes.
Como decía, si el teléfono móvil ya supuso una forma de control de esa masa social pseudo ignorante, esto de la IA es, ante todo, la gran revolución de la ignorancia porque además le da ese ficticio poder gratuito al ignorante que, como bien sabemos, es la base informe de una sociedad encaminada al desorden y a la violencia o, peor aún, a la nada. Y nada hay menos artificial que la inteligencia, precisamente la inteligencia humana, esa que nos permite discernir ante estas novedades técnicas de las que no discuto que debamos tratar de obtener su mejor fruto, pero es el criterio del ser pensante, es el ser inteligente el que tiene por naturaleza una indomable capacidad de juicio a la altura del deseo y del corazón humano, no sólo respecto a la inteligencia artificial sino a todo lo que ha sucedido en la historia y lo que sucederá.
P.S. Después de escribir lo que antecede he debatido el asunto con un hijo de 20 años y en un momento de la conversación ha sentenciado: “Papá, a ti lo que te pasa es que eres un humanista”. Debo confesar que me habría hecho mucha ilusión ese calificativo si no fuera porque lo ha dicho en plan “anticuado”, “desfasado”, “retrógrado”, “viejuno”, “trasnochado”, “fuera de la realidad”… Mantengo la total convicción de que si el ser humano da más valor a lo que una máquina puede hacer que a su capacidad de crear y a las posibilidades de su inteligencia, eso le hará cada vez más ignorante. Lo estamos viendo.