Una breve reflexión después de esta jornada dedicada a los pobres, y —podríamos decir— especialmente a nosotros, a que les tengamos a cuente, a que pensemos en ellos y reorientemos nuestra mirada y actitud hacia aquellos que se encuentran en situaciones de extrema necesidad y que son hermanos nuestros. «No retires tus ojos del necesitado» (Eclo 4,5a).
«Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo» (Mt 25,45).
«No despreciéis a esos pobres que veis echados en el suelo: considerad lo que son, y conoceréis su dignidad. Esos están representando la persona de nuestro Salvador.» (San Gregorio de Nisa)
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Dijo en una ocasión un periodista a la Madre Teresa:
—Para hacerse cargo de leprosos, para asistir a los agonizantes, hace falta mucho coraje.
La Madre Teresa contestó:
—Es el coraje que me faltaría si, tocando el cuerpo de un moribundo que despide mal olor, no estuvieses convencida de tocar el cuerpo de Cristo tal como lo recibo en la Eucaristía.[1]
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Que Dios se identifica con el pobre y desvalido es un hecho incontrovertible, en muchos pasajes de la Biblia se puede comprobar, uno de los más notables es el del juicio final en Mateo 25,31-46, en el que Dios separará a los buenos y los malos, con destinos distintos, según su actitud y comportamiento respecto a los necesitados por diversas causas. Con la singularidad de que el Señor asume el la figura de estos pobres desvalidos, para que el criterio de amor del juicio debido a Él se haga pasar por el amor dispensados a estos. Lo cual es de una precisión y objetividad de la que nadie puede, con subterfugios subjetivos…, escapar a esta responsabilidad. En el texto sagrado se lee:
35 porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;
36 desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver».
37 Los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?
38 ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?
39 ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?».
40 Y el Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo».
41 Luego dirá a los de su izquierda: «Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles,
42 porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;
43 estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron».
44 Estos, a su vez, le preguntarán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?».
45 Y él les responderá: «Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo».
46 Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna».
E incluso para remachar más el hecho, tiene la particularidad de que hasta aún no sabiéndolo que se lo estuviera haciéndoselo Él, a Él se lo hacía o dejaba de hacer.
Nadie puede escapar a estas palabras demoledoras y absolutamente comprometedoras, donde cada cual se juega la Vida o la muerte eternas.
Yavé, tu Dios, te da, no endurecerás tu corazón ni cerrarás la mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le prestarás cuanto le falta. No consientas al pensamiento egoísta de tu corazón (Dt 15,7-9).
¡Feliz quien se preocupa
del débil y del pobre!:
en día aciago le salvará Yavé. (Sal 41,2).
«Los pobres son como los dispensadores de los bienes que esperamos, con los porteros del reino de los cielos para abrir la entrada a los misericordiosos, y cerrarla a los desapiadados. Son los pobres vehementísimos acusadores, pero intercesores muy poderosos y favorables«. (San Gregorio de Nisa).
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De la homilía del papa Francisco en la Jornada Mundial de los Pobres, 17 noviembre 2024
Somos nosotros, sus discípulos, quienes gracias al Espíritu Santo podemos sembrar esta esperanza en el mundo. Somos nosotros los que podemos y debemos encender luces de justicia y de solidaridad mientras se expanden las sombras de un mundo cerrado (cf. Enc. Fratelli tutti, 9-55). Es a nosotros a los que su gracia nos hace brillar, es nuestra vida impregnada de compasión y de caridad la que se vuelve un signo de la presencia del Señor, siempre cercano al sufrimiento de los pobres, para sanar sus heridas y cambiar su suerte.
Hermanos y hermanas, no lo olvidemos, la esperanza cristiana que ha llegado a su plenitud en Jesús y se realiza en su Reino, necesita de nuestro compromiso, necesita de una fe que opere en la caridad, necesita de cristianos que no se hagan los desentendidos. Veía yo una fotografía de un fotógrafo romano: retrataba a una pareja adulta, casi ancianos, que salía de un restaurante, en invierno. La señora iba bien cubierta con un abrigo de piel y también el hombre. En la puerta estaba una señora pobre, sentada en suelo, que pedía limosna, y ambos miraban para otro lado. Esto pasa cada día. Preguntémonos a nosotros mismos: ¿me hago el desentendido cuando veo la pobreza, la necesidad, el dolor de los demás? Un teólogo del siglo veinte decía que la fe cristiana debe suscitar en nosotros una “mística de ojos abiertos”: no una espiritualidad que huye del mundo, sino, por el contrario, una fe que abre los ojos frente al sufrimiento del mundo y frente a la infelicidad de los pobres, para ejercitar la misma compasión de Cristo. ¿Tengo yo la misma compasión del Señor hacia los pobres, hacia los que no tienen trabajo, no tienen qué comer, están marginados por la sociedad? Y no debemos fijarnos sólo en los grandes problemas de la pobreza global, sino en lo poco que todos podemos hacer en lo cotidiano: con nuestro estilo de vida, con la atención y el cuidado del ambiente en el que vivimos, con la búsqueda constante de la justicia, compartiendo nuestros bienes con los más pobres, comprometiéndonos social y políticamente para mejorar la realidad que nos rodea. Podría parecernos poca cosa, pero nuestro poco será como las primeras hojas que brotan de la higuera, una anticipación del verano que se acerca.
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De la homilía del papa Francisco en la Jornada Mundial de los Pobres, 19 noviembre 2023
Pensemos entonces en tantas pobrezas materiales, en las pobrezas culturales, en las pobrezas espirituales de nuestro mundo; pensemos en las existencias heridas que habitan en nuestras ciudades, en los pobres que se han convertido en invisibles, cuyo grito de dolor es sofocado por la indiferencia general de una sociedad muy ocupada y distraída. Cuando pensemos en la pobreza, no debemos olvidar el pudor, porque la pobreza es pudorosa, se esconde. Debemos ir a buscarla, con valentía. Pensemos en cuántos están oprimidos, cansados, marginados, en las víctimas de las guerras y en aquellos que dejan su tierra arriesgando la vida, en aquellos que están sin pan, sin trabajo y sin esperanza. Hay tantas pobrezas cotidianas; no sólo una, dos o tres, sino multitud. Los pobres son una multitud. Y pensando en esta inmensa multitud de pobres, el mensaje del Evangelio es claro: ¡no enterremos los bienes del Señor! Hagamos que circule la caridad, compartamos nuestro pan, multipliquemos el amor. La pobreza es un escándalo; es un escándalo. Cuando el Señor vuelva nos pedirá cuenta y —como escribía san Ambrosio— nos dirá: «¿Por qué han tolerado que muchos pobres muriesen de hambre, cuando poseían oro con el cual procurar comida para darles? ¿Por qué tantos esclavos han sido vendidos y maltratados por los enemigos, sin que nadie se haya preocupado de rescatarlos?» (Los deberes de los ministros, PL 16,148-149).
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[1] GONZALEZ-BALADO, J. L., Madre Teresa de Calcuta, Acento Ed., Madrid, 1998, p.19.