Comienza un decisivo cónclave para elegir a un Papa en tiempos complicados para la Iglesia, por el riesgo de la unidad interna, y por su relación con un mundo conflictivo, con diversos enfrentamientos armados y políticos.
De los 252 cardenales de 94 países que componen el Colegio cardenalicio, 133 (33 de ellos, africanos) se reúnen hoy en la Coplilla Sixtina para elegir al nuevo Pedro, el 267, que sustituirá a Francisco en la dirección de la Iglesia Católica. Es el cónclave más grande y global de la historia, por el número de purpurados con derecho a voto y la diversidad de los países de origen (71).
Para la elección se requiere obtener dos tercios (89 votos) de los purpurados. Dada la discrepancia de las dos corrientes o sensibilidades –la progresista y la conservadora o tradicional- se hace difícil que se resuelva pronto la elección.
Si el papa anterior, Francisco, tuvo en principio que lidiar con varios asuntos ingratos, como fueron el saneamiento de las turbias contabilidades del “banco del Vaticano” IOR y a su vez el no menos desagradable y desprestigiador de la Iglesia a los ojos del mundo que el de la pederastia o abusos a menores. Ambos los afronto con valentía y eficacia. Luego la relación con el mundo –un mundo frenético, ideologizado y propenso a la increencia- se ha tornado compleja, pese a la cara amable, tierna y misericordiosa de Dios, que el papa Francisco ha tratado de mostrar el mundo, éste ha perseguido a la religión cristiana como la mayor enemiga. En Asía, el comunismo chino y el hinduismo indio hostigan los fieles de Cristo; en África, el islamismo fundamentalista hace imposible la existencia del cristianismo, tanto el norte como en la zona negra, donde los asesinatos son a diario (aunque el mundo los ignore); en Occidente, la apostasía de la mano del wokismo, de la masonería, del Nuevo Orden Mundial, está mermando a los creyentes, de modo que la “no-religión” en algunos países ya son mayoría. En fin, que la convivencia estable con el mundo de la Iglesia no ha sido la deseada. El signo de contradicción del mensaje evangélico no ha hecho sino ponerse de más relieve y necesario.
Si de modo que esa convivencia con el mundo está en crisis, y en perspectiva de agravarse porque el mundo cada vez más anda bajo la influencia de poder del Maligno; no es menos cierta la crisis abierta en el seno de la Iglesia: la división interna existente pone en grave peligro la unidad, aquello que Jesús ya señaló:
Levantando los ojos al cielo, oró Jesús diciendo: «No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos». (Jn 17, 20-26).
Dada la importancia de la elección del nuevo Santo Padre, les remitimos a la lectura del artículo que escribimos con anterioridad: “Se hace urgente: Orar por la elección de un Papa como Dios quiere”
Porque la Iglesia está en un momento crucial de confusión y división, y una grave responsabilidad recae ahora sobre los hombros de nuestros hermanos cardenales en el cónclave: darnos un papa que, con la ayuda del Espíritu Santo, pueda llevarnos de vuelta a la armonía y la paz. Recemos esta bella oración del cardenal Burke: