La Inmensidad, lo Incontenible, el Trascendente, el Inabarcable, el Todopoderoso, el Creador y Señor de todo se hizo minimizó a un milímetro en el vientre de una mujer. ¿Hay mayor asombro?
Este misterio solo cabe interpretarlo en clave de un amor misericordioso de dimensiones infinitas y que nunca llegaremos a comprender del todo, pues el corazón de Dios es insondable.
Dios, despojándose de su rango, se ha abajado a unas condiciones de existencia en que se exponía a consecuencias trágicas. Como así sería.
El Todopoderoso se hizo débil, vulnerable, para salvar la humanidad, su obra creada amorosamente. En este terreno -nunca mejor dicho- el Señor entabló batalla contra el Príncipe de las tinieblas, por conquistar para su reino a los seres humanos. Fue una lucha despiadada y cruenta, en la que no había espacio para uno de los dos: o Dios o el Diablo. El final ya se sabe: Dios fue traspasado en una cruz. Pero, lo que aparentemente fue una derrota por la debilidad de Uno, se tradujo -paradójicamente- en una clamorosa victoria: el Bien no claudicó frente al Mal; el Príncipe de las tinieblas no pudo doblegar al Rey del universo, haciéndolo uno de los suyos, donde se da el odio, la oscuridad y la muerte. El Bien prevaleció, salvando la Creación para el reino del amor, la luz y la vida.
Hoy día, el mundo -al menos el occidental- está alejándose de Dios, de su influjo y gracia, donde reina el amor; «reduciendo a la mínima expresión la presencia» del Señor Creador y Salvador. Esta apostasía que está dando lugar a que el reino de las tinieblas ocupe terreno y se establezca desafiante, enfriando la fe y perdiendo a muchos, provoque que el Señor, Rey que vino en su día a ganar a la Humanidad para su Reino, a coste de su sangre, vuelva de nuevo a reclamar lo que es suyo.
En la suprema debilidad es donde está la omnipotencia de Dios; en la pequeñez, su máxima grandeza; en apenas un milímetro… queda contenido Todo.