Esteban se nos presenta como testigo de ese Dios que tiene un solo gran deseo: «que todos se salven» (1Tm 2,4) -este es el deseo del corazón de Dios-, que nadie se pierda
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz fiesta! ¡Feliz fiesta a todos!
Hoy, inmediatamente después de Navidad, la liturgia celebra a San Esteban, el primer mártir. El relato de su lapidación se encuentra en los Hechos de los Apóstoles (cfr. 6,8-12; 7,54-60), y nos lo presenta mientras, al morir, reza por sus asesinos. Y esto nos hace reflexionar: en efecto, aunque a primera vista Esteban parece sufrir impotente la violencia, en realidad, como hombre verdaderamente libre, sigue amando incluso a sus asesinos y ofrece su vida por ellos, como Jesús (cfr. Jn 10,17-18; Lc 23,34); ofrece la vida para que se arrepientan y, perdonados, puedan tener el don de la vida eterna.
De este modo, el diácono Esteban se nos presenta como testigo de ese Dios que tiene un solo gran deseo: «que todos se salven» (1Tm 2,4) -este es el deseo del corazón de Dios-, que nadie se pierda (cfr. Jn 6,39; 17,1-26). Esteban es testigo de este Padre -nuestro Padre- que quiere el bien y sólo el bien para cada uno de sus hijos, siempre; el Padre que no excluye a ninguno, el Padre que nunca se cansa de buscarlos (cfr. Lc 15,3-7) y de acogerlos cuando, después de haberse alejado, regresan arrepentidos a Él (cfr. Lc 15,11-32), y el Padre que no se cansa de perdonar. Recuerden esto: Dios perdona siempre y Dios perdona todo.
Volvamos a Esteban. Desgraciadamente, también hoy hay, en diversas partes del mundo, muchos hombres y mujeres perseguidos, a veces hasta la muerte, a causa del Evangelio. Lo que hemos dicho de Esteban también vale para ellos. No se dejan matar por debilidad, ni para defender una ideología, sino para hacer partícipes a todos del don de la salvación. Y lo hacen, en primer lugar, por el bien de sus asesinos, por sus asesinos… y rezan por ellos.
Nos ha dejado un ejemplo muy hermoso el Beato Christian de Chergé, que llamó a su asesino «amigo del último minuto».
Preguntémonos entonces, cada uno de nosotros: ¿siento el deseo de que todos conozcan a Dios y todos se salven? ¿Sé querer el bien incluso para quienes me hacen sufrir? ¿Me intereso por los muchos hermanos perseguidos a causa de la fe y rezo por ellos?
Que María, Reina de los Mártires, nos ayude a ser testigos valientes del Evangelio para la salvación del mundo.