Jesús revela el criterio para juzgar toda la historia y su drama, y también la vida de cada uno de nosotros. ¿Y cuál es ese criterio? Es el amor: el que ama vive, el que odia muere.
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz domingo!
Hoy el Evangelio de la liturgia (Lc 2,22-40) nos narra cómo María y José llevan al niño Jesús al Templo de Jerusalén. Según la Ley, lo presentan en la morada de Dios, como recuerdo de que la vida viene del Señor. Y mientras la Sagrada Familia hace lo que siempre se había hecho en el pueblo de Israel, de generación en generación, sucede algo que nunca antes había ocurrido.
Dos ancianos, Simeón y Ana, profetizan sobre Jesús: ambos alaban a Dios y hablan del niño «a los que esperaban la redención de Jerusalén» (v. 38). Sus voces conmovidas resuenan entre las viejas piedras del Templo, anunciando el cumplimiento de las expectativas de Israel. Verdaderamente Dios está presente en medio de su pueblo: no porque habite entre cuatro paredes, sino porque vive como hombre entre los hombres. Esta es la novedad de Jesús. En la vejez de Simeón y Ana se produce la novedad que cambia la historia del mundo.
Por su parte, María y José se asombran de lo que escuchan (cf. v. 33). En efecto, cuando Simeón toma al niño en sus brazos, lo llama de tres hermosas maneras, que merecen reflexión. Tres maneras, tres nombres le da. Jesús es salvación; Jesús es luz; Jesús es signo de contradicción.
En primer lugar, Jesús es la salvación. Así dice Simeón, orando a Dios: «Mis ojos han visto tu salvación, preparada por ti ante todos los pueblos» (vv. 30-31). Esto siempre nos deja asombrados: ¡la salvación universal concentrada en uno! Sí, porque en Jesús habita toda la plenitud de Dios, de su Amor (cf. Col 2,9).
Segundo aspecto: Jesús es «luz para iluminar a las naciones» (v. 32). Como el sol que nace sobre el mundo, este niño lo redimirá de las tinieblas del mal, del dolor y de la muerte. ¡Cuánta necesidad tenemos, también hoy, de esta luz!
Por último, el niño abrazado por Simeón es signo de contradicción «para que se revelen los pensamientos de muchos corazones» (v. 35). Jesús revela el criterio para juzgar toda la historia y su drama, y también la vida de cada uno de nosotros. ¿Y cuál es ese criterio? Es el amor: el que ama vive, el que odia muere.
Jesús es la salvación, Jesús es la luz y Jesús es el signo de la contradicción.
Iluminados por este encuentro con Jesús, podemos entonces preguntarnos: ¿qué espero de mi vida? ¿Cuál es mi gran esperanza? ¿Anhela mi corazón ver el rostro del Señor? ¿Espero la manifestación de su plan de salvación para la humanidad?
Oremos juntos a María, Madre purísima, para que nos acompañe en las luces y sombras de la historia, acompañándonos siempre al encuentro con el Señor.