La santa indignación. Expulsión de los vendedores del templo

 El Evangelio (Lc 19,45-48)  de la liturgia de hoy, 24 de noviembre, narra el hecho de la acción iracunda de Jesús echando fuera del atrio del Templo a los cambistas, que hacía pingues negocios con los judíos que acudían a ofrece en sacrificio distintos animales, cada cual según sus posibilidades.

Enojarse parece contradecir aquello que tanto se nos dice en las Escrituras en el hecho de personas santas, bondadosas, pacificas, misericordiosas… “aprender de mi que soy manso y humildes de corazón” (Mt 11,29), “bienaventurados los mansos” (Mt 5,4). Permanecer impasible ante el mal, pasar de largo sin más, y no digamos ya  incluso complacerse y hasta sonreírle, denota que nuestro interior está lejos de Dios, de asemejarnos en sus sentimientos. Sentir indignación ante cualquier manifestación del Maligno, habla de nuestra sintonía y afinidad con Dios, que ama la santidad, y la verdad, y la justicia.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (19,45-48):


En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: «Mi casa es casa de oración»; pero vosotros la habéis convertido en una «cueva de bandidos.»»
Todos los días enseñaba en el templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios.

 

Esta repulsa por el mal, por el pecado, por lo que contraviene la santa y bondadosa voluntad de Dios, es signo de nuestra sintonía con relación de nuestro Señor, que como en el caso de los mercaderes que se habían instalado en el atrio del templo haciendo negocio con las cosas de Dios, reaccionó airadamente, movido por el amor al lugar sagrado en que Dios se encontraba con los hombres, y que aquellos vendedores habían convertido sacrílegamente en un cueva de ladrones. ¡Sobre aquella profanación era difícil hacer la vista gorda y dejarla pasar por alto! Jesús indignado reaccionó.

También el ser humano, su corazón, es templo, lugar de encuentro con el Espíritu Santo. Cada persona se vuelve también sagrada, por la dignidad de la presencia de Dios en ella y a la que ha constituido como criatura a su semejanza y miembro de su familia. De modo que han cualquier allanamiento de esa dignidad, sobre todo de los más pobres y vulnerables, todos tenemos que reaccionar, ante cualquier menoscabo, injusticia y maldad, hemos de indignarnos santamente en su defensa.

Ante la ofensa a Dios y a los demás hay que dar la cara aunque nos la partan. Ante la ofensa a uno mismo la postura es la de poner la otra mejilla, la del cordero…

Además de este hecho en templo, hayotros momentos en que Jesús se muestra «enfadado» y contundente verbalmente ante la perversidad, la hipocresía, el hacer el juego al diablo, etc.:

     Cuando unos fariseos le advierten a Jesús, que Herodes que había decapitado a Juan Bautista “Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte.” Y Jesús les contestó: “Id a decir a ese zorro”. (Lc 13,31)

     A los escribas y fariseos en varias ocasiones ente su doblez e hipocresía les dedica epítetos tremendos e injuriosos del tenor de: “Raza de víboras, sepulcros blanqueados”. (Mt 23,29)

     Cuando Jesús revela a los apostales la Pasión por la que va a pasar, Pedro reacciona no admitiendo que eso le pueda suceder, entonces Jesús le reprende severamente: “Apártate de mí, Satanás”. (Mt 16,23).

 

Palabras de Juan Manuel de Prada sobre la santa ira[1]:

Jesús deseaba es que fuésemos mansos y pusiésemos la otra mejilla. (…) Cuando exhortaba a la mansedumbre no nos estaba pidiendo que fuésemos unos eunucos con horchata en las venas, ni unos pánfilos miramelindos, ni unos moderaditos inofensivos, sino personas que acatan dócilmente la voluntad divina. Tampoco cuando emplea la imagen retórica de poner la otra mejilla nos está pidiendo Cristo que nos convirtamos en unos seres pasivos que se dejan vapulear por sus agresores, sino que nos recuerda que Dios está con quien recibe una agresión por su causa; y que debemos hacérselo ver al agresor, para que entienda que el daño de su bofetada es ínfimo, comparado con el beneficio de la caricia divina. Que Jesús fue misericordioso y compasivo ante las debilidades del prójimo es algo que está fuera de toda duda; pero que fuese ese ser almibarado y merengosín que pretenden ciertos hipócritas, una especie de paladín del pacifismo más bobalicón y soplagaitas, es falso de toda falsedadJesucristo fue el Cordero de Dios, pero también el León de Judá; y de sus rugidos y zarpazos están llenos los Evangelios.

La paz que repartía a manos llenas entre sus seguidores nada tiene que ver con la paz del mundo, sino con la paz del alma, que se llena de la fragancia de los nardos cuando Dios anida dentro de ella. Y, en fin, Jesús nos advierte sin ambages que no ha venido a traer la paz, sino la espada, y a revolver al hijo contra el padre y a la nuera contra la suegra. Nada más natural, pues, para afrontar tales batallas, que armarse de santa ira. El León de Judá nunca dejó de mostrarse airado ante quienes lo merecían; y reservó sus iras mayores para los bellacos hipócritas.

 

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Palabras del papa Francisco

(Ángelus, 4 marzo 2018)

 

El Evangelio de hoy presenta, en la versión de Juan, el episodio en el que Jesús expulsa a los vendedores del templo de Jerusalén (cf. Juan 2, 13-25). Él hizo este gesto ayudándose con un látigo, volcó las mesas y dijo: «No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado» (v. 16). Esta acción decidida, realizada en proximidad de la Pascua, suscitó gran impresión en la multitud y la hostilidad de las autoridades religiosas y de los que se sintieron amenazados en sus intereses económicos. Pero, ¿cómo debemos interpretarla? Ciertamente no era una acción violenta, tanto es verdad que no provocó la intervención de los tutores del orden público: de la policía. ¡No! Sino que fue entendida como una acción típica de los profetas, los cuales a menudo denunciaban, en nombre de Dios, abusos y excesos. La cuestión que se planteaba era la de la autoridad. De hecho los judíos preguntaron a Jesús: «¿Qué señal nos muestras para obrar así?» (v. 18), es decir ¿qué autoridad tienes para hacer estas cosas? Como pidiendo la demostración de que Él actuaba en nombre de Dios. Para interpretar el gesto de Jesús de purificar la casa de Dios, sus discípulos usaron un texto bíblico tomado del salmo 69: «El celo por tu casa me devorará» (v. 17); así dice el salmo: «pues me devora el celo de tu casa». Este salmo es una invocación de ayuda en una situación de extremo peligro a causa del odio de los enemigos: la situación que Jesús vivirá en su pasión. El celo por el Padre y por su casa lo llevará hasta la cruz: su celo es el del amor que lleva al sacrificio de sí, no el falso que presume de servir a Dios mediante la violencia. De hecho, el «signo» que Jesús dará como prueba de su autoridad será precisamente su muerte y resurrección: «Destruid este santuario —dice— y en tres días lo levantaré» (v. 19). Y el evangelista anota: «Él hablaba del Santuario de su cuerpo» (v. 21). Con la Pascua de Jesús inicia el nuevo culto en el nuevo templo, el culto del amor, y el nuevo templo es Él mismo.

La actitud de Jesús contada en la actual página evangélica, nos exhorta a vivir nuestra vida no en la búsqueda de nuestras ventajas e intereses, sino por la gloria de Dios que es el amor. Somos llamados a tener siempre presentes esas palabras fuertes de Jesús: «No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado» (v. 16). Es muy feo cuando la Iglesia se desliza hacia esta actitud de hacer de la casa de Dios un mercado. Estas palabras nos ayudan a rechazar el peligro de hacer también de nuestra alma, que es la casa de Dios, un lugar de mercado que viva en la continua búsqueda de nuestro interés en vez de en el amor generoso y solidario. Esta enseñanza de Jesús es siempre actual, no solamente para las comunidades eclesiales, sino también para los individuos, para las comunidades civiles y para toda la sociedad. Es común, de hecho, la tentación de aprovechar las buenas actividades, a veces necesarias, para cultivar intereses privados, o incluso ilícitos. Es un peligro grave, especialmente cuando instrumentaliza a Dios mismo y el culto que se le debe a Él, o el servicio al hombre, su imagen. Por eso Jesús esa vez usó «las maneras fuertes», para sacudirnos de este peligro mortal.

 

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[1] https://www.infocatolica.com/blog/notelacuenten.php/1509220253-santa-ira

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