Un rayo ennegreció a la Virgen, otro la limpió, y empezaron las sanaciones asombrosas

Tres siglos de las dominicas de Jalisco y los milagros asombrosos de la Virgen del Rayo

El 30 de mayo de 1722 -este año se celebran tres siglos- se fundó el monasterio de Jesús María de Guadalajara, Jalisco, de religiosas dominicas, que mantienen el carisma dominico de «alabar, bendecir y predicar». Está en el centro de la ciudad, a cinco minutos del zócalo y la catedral.

En México han pasado muchas cosas en estos 3 siglos, con guerras, desastres y persecuciones anticlericales, pero las dominicas siguen allí. Se pueden ver momentos de su vida cotidiana en su página de Facebook.

Este monasterio es el lugar donde nació una peculiar advocación mariana que desde allí se extendió a otras regiones de México y de otros países: Nuestra Señora del Rayo, apoyada por milagros marianos.

Dos tormentas

En la madrugada del 13 de agosto de 1807 una terrible tormenta estalló sobre la ciudad. La lluvia golpeó las ventanas, un trueno hizo temblar el edificio y despertó a todas las religiosas y un rayo golpeó la imagen de la Virgen del Rosario con el Niño que estaba en el dormitorio.

Estalló un incendio y las religiosas se alejaron con rapidez. Cuando se controló el incendio, comprobaron que la imagen de la Virgen estaba ennegrecida, y también su rosario, aunque el Niño había quedado ileso, igual que los cuadros de Santo Domingo y de la Trinidad. Pese al rayo y el incendio, todas las religiosas estaban ilesas, dieron gracias a Dios y a la Virgen y llevaron la imagen ennegrecida a la capilla del convento.

Cinco días después, el 18 de agosto, dos obreros y algunas monjas se encontraban en la capilla a media tarde. De repente, se fue la luz del sol, tapada por unas nubes negras repentinas. Según se cuenta, la estatua de María comenzó a brillar con un intenso resplandor “sobrenatural”. Los testigos querían huir pero se encontraban como petrificados o hipnotizados mirando la estancia. En ese momento entraron el resto de religiosas para las Vísperas. Sonó un trueno, brilló un relámpago, un destello de luz golpeó la estatua ennegrecida y todos vieron cómo cambiaba de color.

La imagen cambió de color, a rosado, a blanco, y luego a su color original. Los ojos, que 5 días antes se habían roto, ahora se abrieron y brillaban como diamantes. Ahora la imagen era más hermosa que antes de la primera tormenta. El segundo destello «reparó» lo dañado por el primer rayo.

Como sucedía a menudo en todo el mundo hispano cuando se daba un milagro en el s. XVII y XVIII, enseguida llegaron escribanos, testigos y autoridades para levantar acta y dejar papeles al respecto. Hizo una investigación el capellán del convento, Manuel Cerviño, y también José María Gómez y Villaseñor (que llegaría a ser nombrado obispo de Michoacán, aunque murió antes de poder ejercer el cargo).

Los documentos originales en los que dejaban testimonio de este hecho milagroso se perdieron durante la Guerra civil de los Tres Años (de 1858 a 1861), pero los hechos y los textos se recordaron.

Curaciones documentadas

Con la aprobación de la Iglesia, nació la devoción a la Virgen del Rayo, apoyada por curaciones milagrosas que se documentaban. Así, la religiosa del convento Cecilia de San Cayetano, de 22 años, enfermó de «una fiebre que le paralizó la columna». Los tratamientos de 8 años de buenos médicos no le ayudaron. Ya no podía caminar y sufría constante dolor.

El 17 de diciembre de 1850 sintió un impulso irresistible de visitar a la Virgen del Rayo en la capilla. La subpriora la ayudó a acercarse. Se desplomó a sus pies casi inconsciente. Se sentía abatida también espiritualmente. Rezó así: “Oh, devuélveme la salud, Madre Buena, que si sigo así temo por mi salvación”. El milagro fue inmediato: volvió caminando sin ayuda a su habitación por primera vez em 8 años y vivió otros 20 años con buena salud.

Otra curación registrada fue la de doña Micaela Contreras, quien se curó instantáneamente el 17 de septiembre de 1856, después de sufrir una parálisis por 32 años.

En 1940 la imagen recibió la coronación pontificia concedida por Pío XII, con una ceremonia en la catedral. En la ciudad le dan dos títulos más: defensora de los que no tienen trabajo y de los que tienen necesidades urgentes. Con los años, se extendió su devoción a otras ciudades y se erigieron parroquias con nombre en otras zonas.

P.J. Ginés

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