Los cristianos están llamados a ser santos, que Cristo con su resurrección ha vencido la muerte y ha abierto las puertas del cielo.
El mismo Jesús exhortó, tal y como recoge San Mateo: “Sed santos como vuestro Padre celestial es santo”. Hay muchos y grandes santos canonizados por la Iglesia, pero hay una mayoría mucho mayor que son anónimos, excepto para Dios.
Aspirar a la santidad es un deber del cristiano y en Catholic Exchange muestran las diez características que se pueden ver en los santos, un ejemplo a seguir para lograr llegar a esta gran meta deseada:
- El pecado, la antítesis de la santidad
Si hay algo que los santos rechazan con fuerza es la realidad del pecado. Sin embargo, la cultura moderna no sólo justifica sino que incluso promueve el pecado. Al contrario, los santos luchan contra esta mentalidad. De hecho, el lema de Santo Domingo Savio para su Primera Comunión fue: “¡Muerte antes que pecado!”.
- La oración
Cualquiera que lea la vida de un santo, sea el que sea, siempre encontrará al siervo de Dios en cuestión tomándose muy en serio su vida de oración y dedicando mucho tiempo a estar en contacto con el Señor. Una de los aspectos necesarios para alcanzar la santidad pasa por rezar más y mejor. Para ello, es bueno pedir al Espíritu Santo que ilumine cual es la mejor forma de oración para cada uno.
- Humildad
Una de las grandes cualidades de los santos es la humildad. ¿Qué entienden ellos por humildad? Atribuir a Dios todo el bien que hayan podido ellos hacer, que es el origen, autor y fin de todo bien. Cuando se le felicita por algo bueno que ha hecho, el santo responde casi espontáneamente: ¡Gracias a Dios!
- Hambre de santidad
Un aspecto obvio, pero totalmente necesario para la santidad es precisamente tener verdaderamente hambre de ser santo, de querer ir al Cielo. Los santos nunca admitirán que lo son, pero sí reconocen abiertamente que anhelan serlo. Este deseo es necesario para emprender el camino para ganar la corona de santidad.
- Caridad
Los santos son dóciles a la Palabra y están dispuestos a cumplir y a hacer suyo el más grande de los mandamientos: amar a Dios y también al prójimo. La imagen más gráfica y que mejor define la caridad es la de Jesús crucificado. No hay muestra de amor más grande y de entrega por el otro. En una ocasión Jesús se apareció a Santo Tomás de Aquino y le preguntó al santo qué regalo deseaba más. Inmediatamente respondió: “Señor, concédeme la gracia de amarte cada día más”.
- Celo por la salvación de las almas
Un santo auténtico ama a Dios y ama lo que Dios ama: la salvación de las almas. Un alma vale más que toda la creación. El motivo del dolor que sufrió Jesús en su Pasión fue precisamente para salvar almas. Esto debe guiar también a todo aquel que aspire a la vida eterna.
- Luchar y levantarse tras la caída
Muchos creen que los santos son personas perfectas, sin debilidades ni fallos. Pero eso es completamente falso. Los santos, como cualquiera, nacen pecadores. Pero una característica común del santo es que al caer, por pecador que sea, rebota elásticamente; vuelve al Señor a través de la Confesión, la buena voluntad y un firme propósito de enmienda.
- Amor por la Eucaristía
El medio más eficaz para unirse a Jesús es a través de los sacramentos. El más grande de todos ellos es la Santísima Eucaristía por la simple pero profunda razón de que la Eucaristía en realidad es Jesús.
En el ámbito de la salud hay una frase muy conocida: eres lo que comes. Los malos hábitos alimenticios pueden provocar problemas de salud, mientras una buena alimentación puede contribuir a una vida más sana y longeva. Llevando este ejemplo a la vida espiritual, cuando el católico se alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Cristo con fe y fervor, empieza a sentir y actuar como Jesús, a llegar a ser como Jesús. Así hasta poder pronunciar la cita de San Pablo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”.
- Docilidad al Espíritu Santo
El padre Jacques Philippe recuerda en su libro En la escuela del Espíritu Santo que la santidad depende esencialmente de una actitud, una acción y un plan de vida básicos: ser dóciles al Espíritu Santo y a sus inspiraciones celestiales. El Espíritu Santo habla con dulzura, pero con insistencia a las almas humildes y dóciles, guiándolas en el curso de acción adecuado que conduce a la santidad de vida.
- La Virgen y los Santos
La Virgen es la Reina de todos los Ángeles y Santos. Después de su muerte, Santo Domingo Savio se apareció bañado en la gloria celestial a San Juan Bosco y le dijo al santo sacerdote lo que le dio la mayor alegría en su corta vida en la tierra. Fue precisamente esto: su gran amor y confianza en la Santísima Virgen. Santo Domingo terminó este encuentro con San Juan Bosco exhortándolo a difundir en la mayor medida posible la devoción a María. Ella inspira a los santos a rezar con fervor y les anima a volver a Dios después de haber pecado. La presencia maternal de la Virgen ayuda a los santos a pasar de la desolación al consuelo.