Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus Ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus Ángeles fueron arrojados con él. (Ap 12,7-9).
Al igual que sucedió en el Cielo, que Satanás y sus seguidores rebeldes fueron derrotados y expulsados; de igual forman, fueron derrotados en la Tierra, por Jesucristo, en su primera venida, encarnación, y ahora con su segunda venida, parusía, serán además expulsados de la Tierra.
El autor del Apocalipsis nos presenta la batalla decisiva en un doble combate escatológico separado por el reino de mil años. El autor ha recogido una doble forma de representación de la batalla final:
—La primera (19,11-21). La confrontación del Mesías (Jinete sobre un caballo blanco) con la Bestia y los reyes de la Tierra coaligados. La victoria es del Mesías. Pone de relieve la mentira de la religión del culto imperial que se resume en la adoración a la estatua de la Bestia.
Vi el cielo abierto, y había un caballo blanco: el que lo monta se llama “Fiel” y “Veraz”; y juzga y combate con justicia. Sus ojos, llama de fuego; viste un manto empapado en sangre y su nombre es: La Palabra de Dios. De su boca sale una espada afilada para herir con ella a los paganos, Lleva escrito un nombre en su manto y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de Señores. (Ap 19,11-16). Vi entonces a la Bestia y a los reyes de la tierra con sus ejércitos reunidos para entablar combate contra el que iba montado en el caballo y contra su ejército. Pero la Bestia fue capturada, y con ella el falso profeta, los dos fueron arrojados vivos al lago del fuego que arde con azufre. Los demás fueron exterminados por la espada que sale de la boca del que monta el caballo (Ap 19,19-21). Luego vi a un Ángel que bajaba del cielo y tenía en su mano la llave del Abismo y una gran cadena. Dominó al Dragón, la Serpiente antigua —que es el Diablo y Satanás— y lo encadenó por mil años. (Ap 20,1-2).
El arcángel San Miguel en persona herirá a los enemigos, siguiendo al instante una derrota general. La espada de fuego aparecerá entonces por encima de la cabeza de los triunfadores. Cuando haya concluido el combate, sobre la Iglesia aparecerá una Mujer resplandeciente, María, que extendía sobre ella su manto radiante de oro.
—La segunda (Ap 20,7-10). En el segundo combate escatológico tiene lugar el asedio a la Ciudad Santa y Amada por parte de Satanás y los reyes coaligados. Con la consiguiente derrota de Gog y Magog; el fuego que baja del cielo les devora.
La gran batalla del Harmagedón, en la que reunirán todos los reinos de la tierra, ya la profetizó Joel (3,2), en el valle de Josafat, que es el que se domina desde la colina de Magedo… No se describe la gran batalla en sí, ¡sólo los resultados!, porque la “gran batalla” ya la había ganado el Cordero con su dolorosa Pasión. Harmagedón no es más que el símbolo gloriosa de esta victoria completa del Cordero contra Satanás y todos sus seguidores… no con armas, ni con espadas, sino con la única espada del “amor”, ganada en el Calvario, y siendo ganada cada día con la Eucaristía.
Tras este segundo combate escatológico, que terminará con el aherrojamiento del Diablo al lago de fuego y azufre donde están también la Bestia y el falso profeta, vendrá el juicio (Ap 20,11-15). Primero tiene lugar la resurrección universal y a continuación el juicio de cada uno según las obras.
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La victoria está asegurada, pues ya se realizó en Jesucristo. La victoria escatológica está consumada; pero para nosotros prosigue, en tanto continúa la historia de la humanidad.
Hay en el mundo una lucha que muchos ignoran: Es una batalla espiritual. Y ésta es más terrible que los otros combates. Un ataque satánico de los más terribles asalta a la Iglesia, en un intento de eliminar el reinado de Cristo, y posesionarse del mundo. Es una batalla por el alma del mundo. Es una lucha a muerte; tras la cual no habrá lugar para el vencido.
Se trata, de un gran combate de Jesús contra el pecado y la muerte (el dragón, la antigua serpiente, el diablo, Satanás) (Ap 20,2). El combate se da en otro plano, “invisible”, sobrenatural. La naturaleza de la lucha es escatológica. Es la lucha del rey-Mesías contra todas las fuerzas que nos oprimen, contra los poderes del mal desencadenados… ¡Es el combate de Jesús! El mal se despliega, pero Dios está presente en el corazón de la historia, y el mal será un día definitivamente vencido. Tenemos la certeza de la victoria de Dios, a la que estamos asociados por su infinita misericordia.
La promesa de victoria ya está dada: “¡Tú aplastarás el dragón! Quiero salvarte, protegerte, permanezco contigo, quiero liberarte, glorificarte, darte larga vida, revelarte mi salvación”, ¡Se trata, ni más ni menos, de la Resurrección!