La falta de libertad asfixiante que vivimos hoy se explica precisamente porque nuestra sociedad ha tomado el libertinaje como principio, y por lo tanto cada vez hay menos cosas que podemos hacer, pues está prohibido quererlas. La nueva censura no es sino la consecuencia natural. Aquellos pretendidos abanderados de la libertad, que tomaban su nombre para disimular su abuso, son los que ahora nos ahogan en un mar de nuevas leyes y restricciones. Da la sensación de que todo está prohibido.
Si nos conformáramos con la idea que tienen de él sus defensores y partidarios, podríamos creer que el libertinaje es la máxima expresión de la libertad, y que representa su verdadera culminación y plenitud. La mayoría de las personas piensa que el hombre que se da al libertinaje puede hacer muchas cosas, porque puede hacer todo lo que quiere. Aquí hay un error que es el principio de toda la confusión. Porque de que un hombre pueda hacer todo lo que quiera, no se sigue de ningún modo que pueda hacer muchas cosas. Todo dependerá de lo que puede querer. De modo que si puede hacer todo lo que quiere, pero sólo puede querer algunas pocas cosas, su campo de acción está muy limitado. La cuestión, entonces, es saber si el libertinaje hace que se puedan querer muchas cosas o, por el contrario, restringe la mayor parte de ellas.
Veamos: el libertinaje prohíbe querer todo lo que no es libertinaje, todo lo que es decente, honrado, bueno, ordenado, respetuoso, y por lo tanto se funda en la prohibición de querer infinidad de cosas y en aceptar sólo algunas, muy pocas, que se consideren propias del libertinaje. Es el modo de vida con más normas, reglas y leyes que se pueda imaginar, pero oculta esta verdad por el hecho de que esas leyes son tácitas. Cuando alguien observa el estilo de vida de un libertino, se fija principalmente en todas las cosas que hace, y como contrasta con todas las cosas que no hace un hombre honrado, saca la conclusión de que el libertino puede hacer más cosas y es por tanto más libre. Pero esta consideración cambiaría con sólo cambiar el enfoque. Hay que mirar todas las cosas, no sólo que el libertino no hace, sino que no podría hacer jamás, pues dejaría de ser libertino.
Porque si nos fijamos sólo en la cuestión de la sexualidad, por ejemplo, ¿qué puede hacer el libertino? Únicamente dejarse llevar por su libido para ser arrastrado a donde le lleve. La cantidad de personas con las que tenga relaciones, los modos, ambientes, circunstancias y tiempos, no serán más que diferentes accidentes de un mismo hecho. Contar cada una de esas circunstancias como nuevos actos de libertad es un error, desde el momento que todos esos actos convergen en una misma causa. En cambio, ¿cuántas cosas tiene prohibidas hacer el libertino en relación a la sexualidad? No puede ser virgen; no puede elegir vivir en castidad; no puede estar a favor de las relaciones sexuales únicamente dentro del matrimonio; no puede creer que las relaciones sexuales tienen como único fin y justificación la procreación. Por lo tanto, en cuanto a la sexualidad, que es uno de los aspectos que más caracterizan al libertino, y sobre el que se piensa generalmente que tiene mayor libertad, vemos que su acción está muy restringida y se limita a una sola actitud.
Si se analizan otras características del libertinaje, se verá que la conducta del hombre que vive siguiendo sus preceptos está delimitada por una infinidad de restricciones. Apenas hay un paso que pueda dar sin que se arriesgue a no actuar como un libertino. Mientras hace creer a los demás que puede elegir mil caminos y que nosotros estamos condenados a uno, resulta que todos sabemos qué dirección va a tomar en cada momento. Todo en su conducta es previsible, porque sabemos de antemano todas las cosas que no puede hacer, ya que sabemos que no las puede querer.
No deja de resultar cómico que los libertinos nos acusen, a nosotros los católicos, de no tener libertad por estar rodeados de dogmas, doctrinas, mandamientos, etc. Sólo hay que darle la vuelta a la acusación para volverla en su contra. Todos los dogmas y doctrinas que nosotros estamos obligados a aceptar por ser católicos, ellos están obligados a no aceptarlos por ser libertinos. ¿Que no tenemos libertad para blasfemar? Ellos no la tienen para dejar de hacerlo. ¿Que estamos obligados a creer que Jesucristo es Dios? Ellos están obligados a no creerlo. No hace falta exponer toda la serie de pretendidas faltas de libertad que tenemos los católicos para que se comprenda que al libertinaje se le podrían achacar también con sólo invertir los términos.
La falta de libertad asfixiante que vivimos hoy se explica precisamente porque nuestra sociedad ha tomado el libertinaje como principio, y por lo tanto cada vez hay menos cosas que podemos hacer, pues está prohibido quererlas. La nueva censura no es sino la consecuencia natural. Aquellos pretendidos abanderados de la libertad, que tomaban su nombre para disimular su abuso, son los que ahora nos ahogan en un mar de nuevas leyes y restricciones. Da la sensación de que todo está prohibido. A la hora de hablar o de escribir, hay miedo por salirse de la línea oficial y ser castigado. No llames mujer a la mujer. No llames hombre al hombre. Lo que toda la vida había sido permitido, hoy no lo es. Cuidado, eso es una falta de respeto desde ayer. ¿Me ha parecido que empleabas esa palabra en masculino? Eso es un delito, mira la vieja ley de la semana pasada. ¿Con que haces una broma inocente? Hace tres días hemos decretado que ya nunca más tuviera gracia. No te desvíes por ahí; no escribas eso, sino esto; no hables bien de la continencia, es odio; esto es demasiado decente, ensúcialo; eres totalmente libre de expresar esa opinión, pero si lo haces, te despido; sé católico si quieres, pero que no te vea; respetamos todas las religiones, pero tu cruz ofende. Como véis, somos muy tolerantes y estamos a vuestro servicio. ¡Pasen! ¡Pasen! ¡Aquí casi todo está permitido!
Bienvenidos al libertinaje.
Alonso Pinto