No hay problema por más difícil que parezca: sea temporal y, sobre todo, espiritual; sea referente a la vida personal de cada uno de nosotros o a la vida de nuestras familias, del mundo o a la vida de los pueblos y naciones; no hay problema, por más difícil que sea, que no podamos resolver ahora con la oración del Santo Rosario.
Las voces de los Papas, a través de la Historia, siempre consideraron el santo Rosario como uno de los símbolos más característicos de la piedad cristiana. León XIII lo señalaba como el instrumento espiritual más eficaz ante los males de la sociedad, ¡en esos lejanos tiempos de 1883! Pablo VI, en su Exhortación Apostólica “Marialis cultus” (1974), subrayaba el carácter evangélico del Rosario y su orientación cristológica.
Relatando cómo esta bella oración tuvo, desde joven, un lugar importante en su vida, afirmaba San Juan Pablo II: “el Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación”, “es mi oración predilecta”, “en el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo”, “es una ayuda eficaz para contrarrestar los efectos desoladores de esta crisis actual” (Rosarium Virginis Mariae, año 2002).
El Rosario, esa dulce cadena que nos une a Dios, esa tradicional y sencilla oración popular, tiene tal profundidad teológica que fue llamada “compendio del Evangelio” por San Juan Pablo II.
¿Por qué? Pues el Rosario comprende tanto la oración mental como la vocal. En la oración mental se meditan y honran los momentos más importantes de la vida de Jesucristo: vida, pasión, muerte y gloria. La vocal consiste en las quince decenas de Avemarías, intercaladas por un Padrenuestro y un Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Por eso, decía el gran santo de la devoción a la Santísima Virgen, San Luis María Grignion de Montfort: “nadie puede desaprobar la devoción al santo Rosario sin condenar lo más piadoso que hay en la religión cristiana, a saber: la oración dominical, la salutación angélica y los misterios de la vida de Jesucristo y su Santísima Madre”.
A todo esto, no podemos dejar de considerar que, el rezo del Rosario se inicia con el Credo o Símbolo de los Apóstoles, santo resumen y compendio de las verdades cristianas.
En su sencillez, está al alcance de todos, se puede rezar en cualquier parte y a cualquier hora, es una oración que rezan desde los más simples hasta los más grandes.
Sin embargo, con pena debemos decir, tiempo hubo en que él pendía de los hábitos de casi todos los religiosos, estaba en el bolsillo de todos los católicos, innumerables eran las personas enterradas con él en las manos. Hay que recuperar los tesoros que surgen en torno del portar y de rezar ésta fácil oración del santo Rosario.
¿Por qué es tan necesaria en los días de hoy?
Si León XIII hablaba de los “males de la sociedad” y San Juan Pablo II de “los efectos desoladores de esta crisis actual”, cuánto más aún es urgente al considerar el mundo paganizado que vivimos, en que todo pareciera estar conspirando contra la virtud, la fe, la caridad, en que pareciera la impiedad está sobre un trono, volver al rezo cotidiano del santo Rosario.
Por su particular eficacia – como lo fuera en los días del gran Santo Domingo de Guzmán (1208), tiempos de la dominante herejía de los albigenses -, como poderosa arma contra los enemigos de la fe.
Extremamente necesario “vínculo de amor que nos une a los Ángeles y torre de salvación contra los asaltos del infierno”, en el decir del Beato Alano de la Roche, gran apóstol del Santo Rosario (1460). Sí, como lo acaba de leer, el demonio, tiene un odio todo especial al Rosario, tiene horror ante el mismo, lo pone en fuga, pues bien sabe que es un eslabón poderosísimo que liga al hombre y a la mujer que lo porta, y lo reza, con la Santísima Virgen María.
¿Cómo lograrlo? Pues simplemente no dejar de rezarlo con el pretexto de que me vienen muchas distracciones involuntarias, o por el cansancio, o falta de tiempo, o cualquier otro motivo. Rezarlo con fe pura y buena intención. Si cada uno de nosotros hiciese un serio examen de consciencia de cuántas horas ocupamos en las redes sociales…, no tendríamos excusas para no comenzar o retomar el rezo diario del Rosario. No es preciso gusto, consuelo, suspiros, fervor o lágrimas, ni aplicación continua de la imaginación para hacerlo bien, “basta la fe pura y la buena intención”, como decía San Luis Grignion.
En diversas, y muy importantes apariciones de la Santísima Virgen, fue recomendado de modo especial. En Lourdes la Virgen se apareció a Santa Bernardette de manos juntas ante el pecho, en posición fervorosa, teniendo entre sus dedos un largo rosario blanco y dorado con hermosa cruz de oro, comenzó a rezar el rosario y la vidente el suyo. A los pastorcitos en Fátima también, llegándose a identificar, en la última aparición de octubre de 1917, como: “Soy la Señora del Rosario”, insistiendo en su recomendación: “Sigan rezando el rosario todos los días».
En una entrevista que concedió al Padre Agostinho Fuentes, el 26 de diciembre de 1957, la Hermana Lucía, vidente de las apariciones de Fátima, aseguró: «el Rosario es el arma de combate de las batallas espirituales de los últimos tiempos». La Santísima Virgen le dijo que “los dos últimos remedios que Dios daba al mundo eran: el Santo Rosario y el Inmaculado Corazón de María». Y concluía: «no hay problema por más difícil que parezca: sea temporal y, sobre todo, espiritual; sea referente a la vida personal de cada uno de nosotros o a la vida de nuestras familias, del mundo o comunidades religiosas, o a la vida de los pueblos y naciones; no hay problema, repito, por más difícil que sea, que no podamos resolver ahora con la oración del Santo Rosario».
Para terminar, nada como esta especial recomendación: nunca, nunca, nunca nos separemos del santo Rosario. Incluso en los momentos en los que no estemos rezándolo, llevémoslo siempre con nosotros, sea cuando dormimos o descansamos, o estemos haciendo cualquier otra cosa, el Rosario esté siempre junto a nosotros.
(Publicado originalmente em La Prensa Gráfica de El Salvador, 8 de octubre de 2023).
Por el P. Fernando Gioia, EP