Vuestra tristeza se convertirá en alegría

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Este es el evangelio de hoy, de san Juan 16,20-23a, en que Jesús, Dios mismo y con el énfasis «en verdad, en verdad» nos dice a nosotros sus seguidores que este es el tiempo en que nos va a tocar penar, «mientras el mundo estará alegre«.

Los que viven en el espíritu del tiempo, los que se refocilan en la mundanidad, esos ahora están alegres. Es su momento. Y el tiempo a su vez de hacer padecer, de perseguir, a los que son según el espíritu del Reino de Dios: «lloraréis y os lamentaréis

En cualquier caso, esa tristeza producto de la realidad dolorosa de vernos injustamente tratados, despreciados y excluidos, ofendidos e insultados, acosados, agredidos y martirizados por un mundo bajo el poder del príncipe de las tinieblas, se tornará en su día, como si este momento fuera el tiempo de dolores de parte que desembocará -tras dar a luz-en alegría.

Esto alegría parece apuntar a que tras esta vida -de valle de lagrimas para los que profesamos la fe en Cristo- vendrá la vida eterna, a la que resucitaremos plenos de gozo. Pero no se trata solo de esa alegría de la resurrección, sino ya también aquí y ahora, en medio de los avatares de duras pruebas de este mundo anticristiano.

En el contexto de su despedida, Jesús está hablando de los apuros y cosas desagradables que les esperan a sus discípulos a partir de ya, de su compromiso con el evangelio, y les pone en aviso, como dice al principio del capítulo 16: «Os he hablado de esto, para que no os escandalicéis» (v.1). Y añade que El se va a ir, ascenderá a los cielos: «dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver» (v.8). Pues entonces mi Espíritu, el Espíritu Santo os será enviado por el Padre: «vendrá a vosotros el Paráclito» (v.7), el defensor vuestro, el que «dejará convicto al mundo» (v.8). «El príncipe de este mundo está condenado» (v.11).

Dice Jesús: «volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada«. Es decir que «cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena» (v.13), se disiparán vuestras dudas y preguntas e incertidumbres azarosas ante las tribulaciones por las que podamos pasar por nuestro hecho de ser cristianos en medio de un mundo refractario a la fe en Cristo.

De modo que ya aquí la alegría, la alegría plena, sobrenatural, de la gracia, es un hecho. Como nos dice san Pablo: «el fruto del Espíritu es alegría» (Ga 5, 22). Está claro que el Apóstol habla de la alegría verdadera, esa que colma el corazón humano, no de una alegría superficial y transitoria, como es a menudo la alegría mundana.

Recuerdo en este momento: en un colegio, una hermana monja pasó frente de un cuarto en que un grupo de jovencitas habían montado una fiesta. En la puerta una de las jóvenes con una copa, le dejo: «estamos muy alegres», y la monja añadió: «veo mucho jolgorio; pero alegría, poca».

 

Lectura del santo Evangelio según san Juan 16, 20-23a

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«En verdad, en verdad os digo, vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.

La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre.

También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada».

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