El día 1 celebramos la memoria de santa Teresa del Niño Jesús, que murió con tan sólo 24 años; hoy lo hacemos con santa Faustina Kowalska, que también sólo vivió 34 años, (1905-1938). Este es un gran mes de santas relevantes. El día 15, celebramos a otra gran santa, Teresa de Jesús. Santa Faustina tiene dos rasgos a destacar: La devoción de la Divina Misericordia y el carácter profético de muchas de las revelaciones del Señor: “Prepararás al mundo para mi última venida”, la encomendó Jesucristo.
Nació en la aldea de Glogowiec (Polonia), siendo la tercera de diez hermanos. A los 16 años salió de la casa familiar para trabajar de empleada doméstica. A los 20 años entró en la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia donde vivió cumpliendo los deberes de cocinera, jardinera y portera hasta su fallecimiento el 5 de octubre de 1938. Monja paisana del papa san Juan Pablo II, quien fue su valedor y la canonizara en el 2000.

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Visión de Santa Faustina:
“Una vez vi una multitud de gente en nuestra capilla y delante de ella, y en la calle por no caber dentro. La capilla estaba adornaba para una solemnidad. Cerca del altar había muchos eclesiásticos, además de nuestras hermanas y las de muchas otras Congregaciones. Todos estaban esperando a la persona que debía ocupar lugar en el altar. De repente oí una voz de que era yo quien iba a ocupar lugar en el altar. Pero en cuanto salí de la habitación, es decir del pasillo, para cruzar el patio e ir a la capilla siguiendo la voz que me llamaba, todas las personas empezaron a tirar contra mí lo que podían: lodo, piedras, arena, escobas. Al primer momento vacilé si avanzar o no, pero la voz me llamaba aun con más fuerza y a pesar de todo comencé a avanzar con valor. Cuando crucé el umbral de la capilla, las Superioras, las hermanas y las alumnas e incluso los Padres empezaron a golpearme con lo que podían, así que, queriendo o no, tuve que subir rápido al lugar destinado en el altar.
En cuanto ocupé el lugar destinado, la misma gente y las alumnas, y las hermanas, y las Superioras, y los Padres, todos empezaron a alargar las manos y a pedir gracias. Yo no les guardaba resentimiento por haber arrojado contra mí todas esas cosas, y al contrario tenía un amor especial a las personas que me obligaron a subir con más prisa al lugar del destino. En aquel momento una felicidad inconcebible inundó mi alma y oí esas palabras: Haz lo que quieras, distribuye gracias como quieras, a quien quieras y cuando quieras. La visión desapareció enseguida.”
Comentario César Uribarri:
«Cuántas similitudes hay en ésta visión, más allá de la misma vida de la santa, con cuanto anticipan los tiempos, como si estuviéramos ante una curiosa metáfora de tiempos vinientes. Porque esas multitudes que llenaban capilla, patio y pasillo simbolizan también una humanidad en rebeldía contra Dios; y la misma santa Faustina simboliza esa pequeña Iglesia, fiel a su misión, que es llamada a servir el Altar de Dios pese a la oposición de los hombres. Y bien quisiera, acosada por la persecución que intuye, darse media vuelta y permanecer en su pequeña celda, pero la voz le llama, la voz de Dios que le exige secundar una misión y servir a Su causa. Y así lo que primero son violencias desde la distancia, esos palos, lodos y piedras -símbolo de las ideologías, herejías y leyes- acabarán siendo violencias físicas y materiales, en la violencia de sus finales.
«Duro signo, por cuanto una vez emprendido el camino del sí a Dios parecerá que ya no haya nada a lo que agarrarse salvo Dios, salvo su gracia. Habrá sido retirado todo consuelo, justamente para correr más al encuentro del Único que pueda dar la paz, porque cuanto más corra más paz encontrará.
«Es un curioso panorama lleno de similitudes con tanta revelación privada, pero narrado en primera persona. Cierto que con otros matices en los que se nos descubre como esos golpes que ha de recibir la Iglesia, parecen necesarios para urgir su carrera hacia Dios, en busca de Su consuelo y no de las glorias humanas. Para que una vez tomado de nuevo el servicio del Altar, el servicio de la causa de Dios, como única causa por la que merece la pena el vivir y el morir, es cuando de nuevo vuelva la salud al mundo.»[1]
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Jesucristo hizo muchas revelaciones a la religiosa polaca Faustina Kowalska, que constan en su diario, que pueden conseguir en:
http://www.corazones.org/santos/faustina_diario.pdf
http://www.divina-misericordia.org/diario-de-santa-faustina/index.html
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Biografía:
En su tiempo, marcado por inmensos sufrimientos, justamente en los años más oscuros y desesperantes que van del primer al segundo conflicto mundial, el mismo Cristo entrega a la joven sor Faustina (1905-1938) el mensaje de la divina misericordia.
Fue su compatriota Juan Pablo II quien la elevó a los altares en la ceremonia realizada el 30 de abril del año 2000 ante doscientos mil peregrinos en Roma y otros miles más que presenciaban en directo la ceremonia en la explanada del santuario de Lagiewniki, dedicado a la Misericordia, en Cracovia, en perfecta comunicación entre los dos centros. Ya antes, cuando aún era cardenal de Cracovia, le correspondió firmar el decreto de clausura del proceso diocesano de beatificación. Y antes aún, cuando era un joven trabajador de la fábrica de Solvay, visitaba cotidianamente el santuario para hacer oración y pedir ayuda para el día cantero en aquellos tiempos tan aciagos para la humanidad. En el momento de transición del milenio, el papa la presentó como modelo para toda la Iglesia por ser mensajera de una espiritualidad por la que él mismo se sintió atraído desde que era un muchacho. «No es un mensaje nuevo –afirmó el papa– pero se puede considerar de esencial iluminación para ayudarnos a revivir más intensamente el Evangelio de la Pascua, para ofrecerlo como un rayo de luz a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo».
Elena Kowalsca, tercera de diez hijos, nació el 25 de agosto de 1905 en una pequeña aldea polaca llamada Glogowieck –actualmente en la provincia de Konin–, dentro de una familia con pocos medios económicos. La bautizaron en la parroquia de San Casimiro, en Swinice Warckie, imponiéndole el nombre de Elena. Recibió solamente instrucción o enseñanza primaria, no daban para más las arcas familiares. A los dieciséis años comenzó a cooperar económicamente a las necesidades de los suyos con su trabajo. Cuando manifestó sus deseos de hacerse religiosa, recibió una negativa por parte de los padres; solo dos años más tarde logró sacar adelante su deseo con el permiso paterno, pero las religiosas de la Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia aún retrasaron su admisión por un año, que fue el tiempo que tardó en reunir –trabajando como sirvienta– la pequeña dote que le exigían antes de entrar en el convento.
El 1 de agosto de 1925, a los veinte años, fue admitida en el convento de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia, de la calle Zitnia, en Varsovia. Allí recibió el nombre de Sor María Faustina; hizo el noviciado en Cracovia y emitió sus votos en presencia del obispo St. Rospond. En distintas casas de la Congregación desempeñó los oficios más humildes: cocinera, jardinera y portera, pasando los períodos más largos en las de Cracovia, Plock y Vilna.
Fueron años intensos. Dios quiso darle gracias extraordinarias; parece que llegó a predecir el comienzo de la segunda guerra mundial y la elección de un papa polaco, pero lo más significativo fue que se le encomendó desde lo Alto la misión de propagar al mundo la devoción a la Divina Misericordia o del Amor Misericordioso. Este fue el único polo de atracción de toda su vida.
Su Diario, obra donde la santa relata su experiencia mística de consagración a la Divina Misericordia, es todo un itinerario atravesado por visiones, éxtasis, revelaciones y estigmas escondidos; pero, a pesar de estar llena de tantas gracias, ella escribió: «Ni las gracias ni las revelaciones, ni los éxtasis, ni ningún otro don concedido al alma la hacen perfecta, sino la comunión del alma con Dios». Esos apuntes de los cuatro últimos años de su vida –conocidos solo después de su muerte y escritos por sugerencia de su director espiritual, P. Miguel Sopocko– registran todos los encuentros de su alma con Dios, revelan que María Faustina ha sido una de las personas a las que Dios quiso elevar a la mayor altura de la mística en pleno siglo XX, y que hoy engrosa la lista de los mayores místicos de la historia de la Iglesia. Una vida en la que se advierte la mezcolanza de gracias sobrenaturales extraordinarias y la lucha continua para corresponder a ellas fielmente cada día en la reducida perspectiva de su oculta vida de religiosa joven en un pequeño convento polaco. Con su lenguaje sencillísimo, el Diario es la mejor literatura mística del siglo XX, que sorprende al teólogo por la profundidad maravillosa encerrada en la candidez de su estilo.
Faustina tuvo que soportar grandes sufrimientos morales y físicos, aceptados y ofrecidos en reparación por los pecados de los hombres. En su propia experiencia se inspiran los ‘Apóstoles de la misericordia divina’, un movimiento integrado por sacerdotes, religiosos y laicos, unidos por el compromiso de vivir la compasión en la relación con los hermanos, hacer conocer el misterio de la divina clemencia e invocar la magnanimidad de Dios hacia los pecadores. Esta familia espiritual, aprobada en 1996 por la archidiócesis de Cracovia, está presente hoy en 29 países del mundo.
Faustina murió de tuberculosis el 5 de octubre de 1938; sus restos se depositaron en la tumba común del cementerio, situado al fondo del jardín de la casa de la comunidad de Cracovia-Lagiewniki, hasta el traslado, en el año 1966, a la capilla de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, también en Cracovia.
Una de las encíclicas más emblemáticas del Papa fue la que se denomina Dives in misericordia (30-IX-1980), acto magisterial con el que anima a la humanidad entera, especialmente a los católicos, a contemplar con agradecimiento la infinita bondad de Dios que se manifiesta en su permanente disposición al perdón del hombre redimido. Luego vino el atentado que pretendió acabar con su vida y casi lo consiguió. Justo a un año de distancia, después de la recuperación física de los meses que le tuvieron al filo de la eternidad, pudo pronunciar en el primer aniversario de la encíclica aquellas memorables palabras: «Desde el comienzo de mi ministerio en la Sede de Pedro, considero este mensaje del Amor Misericordioso como mi tema particular. La Providencia me lo ha asignado en la situación contemporánea del hombre, de la Iglesia, del mundo».
Tanto la beatificación –18 de abril de 1993– como la canonización –30 de abril del 2000– de María Faustina han tenido lugar en el segundo domingo de Pascua. Original: esa es la fecha que el Señor indicó a Faustina para que se celebrara la Fiesta de la Divina Misericordia. Nada extraño tiene que su mensaje haya quedado plasmado en la determinación de Juan Pablo II de hacer fiesta universal de la Misericordia Divina el segundo domingo de Pascua: «En su honor, en todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con la confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros».
Todo un reto para el hombre del siglo XXI. Para el creyente, un imponente ofrecimiento divino conducente a evitar desesperaciones, sobre todo, las que trae y lleva consigo el pecado. Su experiencia espiritual –credo y pensamiento de Faustina– queda convertido en obra musical con la trilogía de oratorios de Carlo Colafranceschi, discípulo de Lorenzo Perosi.
Archimadrid
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