San Sebastián, 20 de enero

Hoy celebramos la festividad de san Sebastián. Un santo, de hace 17 siglos, que en los tiempos actuales tiene mucho que decir. Donde los creyentes se ven tan perseguidos y han de mantenerse firme en la fe como él hizo.

San Sebastián representa la fe desafiada, es el testimonio antiapóstata;  el primer caballo del apocalipsis, jinete arquero, provocador de la apostasía.

Sin duda, la apostasía es un signo profético previo a la venida del Señor o Parusía, y hasta su llegada se extenderá de manera irrefrenable. Apostasía que está sucediendo en los momentos presentes; hoy como nunca se está dando un abandono masivo de la fe, un enfriamiento de la caridad cristiana. Nuestro Señor Jesucristo cuestionaba si habrá creyentes en los tiempos finales dadas las pruebas y tribulaciones que precederán por entonces:  “cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?” (Lc 18,8).

San Sebastián se le tiene como el santo inquebrantable ante las flechas por las que fue atravesado, para hacerle apostatar… Flechas -que hieren y martirizan a tantos cristianos perseguidos hoy día- que tienen la significación intentar doblegar la fe de los creyentes.

En los años tan críticos para la fe como lo fueron los 60 (1961-5), la Santísima Virgen, como Nuestra Señora del Carmen ­-coronada como Reina y Señora de todo lo creado, triunfadora y vinculada al ferviente defensor de la fe, san Elías, y según muchos santos, especialmente Luis María de Monfort, destinada a jugar un papel importante al final de los tiempo-, se apareció en San Sebastián de Garabandal, un pueblecito humilde, como Nazaret, para comunicar a los seres humanos, a través de cinco niñas, la profecía de que si la humanidad se aleja de Dios, se dará un Aviso, un Gran Milagro y un Gran Castigo, en tiempos no lejanos.

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Biografía:

Sebastián (256288), hijo de familia militar y noble, que llegó a ser capitán de la primera corte de la guardia pretoriana. Era respetado por todos y apreciado por el emperador, que desconocía su cualidad de cristiano. Cumplía con la disciplina militar, pero no participaba en los sacrificios idolátricos. Además, como buen cristiano, ejercitaba el apostolado entre sus compañeros, visitaba y alentaba a los cristianos encarcelados por causa de Cristo. Esta situación no podía durar mucho, y fue denunciado al emperador Maximino quien lo obligó a escoger entre ser su soldado o seguir a Jesucristo.

El santo escogió la milicia de Cristo; desairado el Emperador, lo amenazó de muerte, pero San Sebastián, convertido en soldado de Cristo por la confirmación, se mantuvo firme en su fe. Enfurecido Maximino, lo condenó a morir asaeteado: los soldados del emperador lo llevaron al estadio, lo desnudaron, lo ataron a un poste y lanzaron sobre él una lluvia de flechas, dándolo por muerto. Sin embargo, sus amigos que lo observaban, se acercaron, y al verlo todavía con vida, lo llevaron a casa de una noble cristiana romana, llamada Irene, que lo mantuvo escondido en su casa y le curó las heridas hasta que quedó restablecido.

Sus amigos le aconsejaron que se ausentara de Roma, pero el santo se negó rotundamente pues su corazón ardoroso del amor de Cristo, impedía que él no continuase anunciando a su Señor. Se presentó con valentía ante el Emperador, desconcertado porque lo daba por muerto, y el santo le reprochó con energía su conducta por perseguir a los cristianos. Maximino mandó que lo azotaran hasta morir, y los soldados cumplieron esta vez sin errores la misión y tiraron su cuerpo en un lodazal. Los cristianos lo recogieron y lo enterraron en la Vía Apia, en la célebre catacumba que lleva el nombre de San Sebastián.

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Hoy también delebramos a:

De ellos, además de san Sebatián, queremos destacar al también martír y de español:

San Fructuoso, obispo de Tarragona y mártir († 259)

En el Peristephanon del calagurritano Aurelio Prudencio está presente como una de las glorias cristianas de la Tarraconense aún romana. El sexto himno hecho de cincuenta y cuatro estrofas de tres versos de once sílabas escritos en los albores del siglo V, cuando el poeta decide –según su propia confesión– abandonar los honores mundanos para dedicarse al canto de la gloria de Dios hecho en poema latino, al exponer la vida de los que –sin excesivo apego a ella– la dieron por Jesucristo.

Fructuoso fue obispo de Tarragona y murió mártir, condenado a ser quemado en la hoguera, acompañado por algunos de sus ministros dos de los cuales eran diáconos y con los nombres conocidos de Augurio y Eulogio.

Las Actas de su martirio están reconocidas por los estudiosos como de las pocas que pueden ser consideradas fieles hasta el punto de considerar a Fructuoso como «el protomártir hispano justificado ante la historia» por su autenticidad.

Fue en el tiempo del emperador Valeriano; los cónsules eran Baso y Emiliano.Fue al despuntar de un día de enero. Llamaron a la puerta del obispo los enviados por las autoridades que querían verle y juzgarle por su fe cristiana ya que se dedicaba a dar instrucción a los fieles y a extender aquella religión. Abrió la puerta cuando llamaron, aún estaba con las sandalias sin atar. Lo llevaron a la cárcel con sus discípulos hasta que se constituyera el tribunal; fue una semana en la que les atendieron los de la «fraternidad» que no abandonaban las puertas de la cárcel; para ellos no había peligro, los romanos solo buscaban suprimir las cabezas de los jefes o responsables. Al final, la cita con el cónsul Emiliano tiene lugar con la sencillez y resolución de la muerte en la hoguera de los tres cristianos confesos de su condición de creyentes en Cristo y obstinados en rechazar cualquier otra divinidad.

Se ejecutó la condena en el anfiteatro. Entre llamas dieron testimonio firme ante una multitud de paganos vociferantes y muchos cristianos que lloraban su muerte.

El relato es sobrio, sin adornos, escueto. Las palabras del cónsul que iban al grano y las respuestas firmes que no admiten retorno quedaron plasmadas para siempre en testimonio fijo. Casi tan fijo como el premio.

Archimadrid

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