Profecías y profetas (y IV)

Apocalipsis 1,3: «Feliz el que lea, y felices los que escuchen las palabras de esta profecía y tengan en cuenta lo que está escrito en ella, porque el tiempo está cerca.»

Dios urge en multitud de revelaciones, de profecías, de cientos de mensajes y mariofanías (en este tiempo) insistiendo de la cercanía… (Esto es una realidad que no se puede obviar; está ahí, son hechos, algo imborrable e indubitable, que no podemos ocultar ni esquivar).

Como nos dice la palabra del Señor a través de san Lucas (21,36): «Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.«

Dios, antes de tomar una medida drástica, de castigo corrector, siempre avisa por medio de sus profetas. Puede ocurrir que los hombres no presten atención a las reiteradas llamadas del Cielo, y que entonces suceda como en las invasiones enemigas y las deportaciones, o como en tiempos de Noé, que ninguno sospechaba nada e incluso despreciaban las advertencias, hasta que Noé entró en el Arca y vino el Diluvio y los arrastró a todos.

Son muchos los avisos de estos tiempos presentes e igualmente la escasa atención a los mismos por la mayoría de la gente. A un mundo descreído le trae sin cuidado el riesgo de lo que supone alejarse de Dios y no escuchar sus advertencias correctoras.

Dice el profeta Daniel: «Muchos serán lavados, blanqueados y purgados; los impíos seguirán haciendo el mal; ningún impío comprenderá nada; sólo los doctos comprenderán.» (12,10). En Mateo el Señor dice, haciendo alusión al profeta Daniel: «el que lea esto, entiéndalo bien» (24,15).

Los anuncios y mensajes proféticos son una llamada urgente a que sean tomados en cuenta  -que se comprendan- y se tomen medidas -se actúe-. El comprender y el actuar son dos verbos que nosotros los tomamos consecutivamente, pero en la cultura hebrea de entonces iban unidos, es decir, entender implica ya el actuar.  De modo que quien atiende a las profecías, a lo que revelan, inmediatamente toma medidas; luego el problema es no escuchar, atender o comprender la magnitud de ellas.

Muchos habrán despreciado esta lectura o se habrán sonreído sardónicamente. Pero recordemos para ellos lo del profeta Daniel: “ningún impío comprenderá nada” (12,10).

“Hay menor peligro en creer lo que con alguna probabilidad nos refieren personas de bien, cosa no reprobada por los doctores, antes que rechazarlo todo con espíritu temerario y de desprecio.”  (San Pedro Canisio).

Son muy pocos hoy día los que serían capaces de hacer una afirmación como esta de Chesterton: “tanto como ayer me afecta todavía la batalla de Armagedón, mientras que las elecciones generales ya no me interesan”.

Reconocer la dimensión escatológica de nuestro tiempo no es sólo un privilegio, sino, sobre todo, es una oportunidad excepcional de salvación.

Dijo el Papa Francisco en una homilía: “Siempre con el espíritu de la inteligencia con el que entender los signos de los tiempos. Es hermoso pedir al Señor por esta gracia.”

«Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento» (Mc 13,33). «Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!» (Mc 13,37)

 ¡Velad! Es un constante estado de conversión, de expectación,  de vivir en gracia…

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