Profecía de las dos columnas (I)

Se trata del sueño profético que tuvo san Juan Bosco. El cual pudo tener una interpretación explicativa para aquella época en que vivió en santo o que fuera para un futuro indeterminado, tal vez el nuestro, o que sea para ambos momentos: entonces y ahora; según la lógica del tipo y arquetipo.

(En un próximo artículo, por si fuera este arquetipo, profecía dirigida a un futuro en el tiempo que nos afectara, comentaremos el sueño).

 

El 30 de mayo de 1862, dijo Don Bosco a todo el alumnado salesiano reunido:

“Os quiero contar un sueño –parábola– ­que he tenido:

“Me encontraba a la orilla del mar, o para ser más preciso, sobre un escollos o alta roca, aislado, desde donde no se divisaba más tierra que la de debajo de mis pies. En aquella inmensa superficie líquida se veía una multitud incontable de naves dispuestos en orden de batalla. La proa de cada barco poseía un afilado espolón de hierro a modo de lanza que hiere dispuesto a traspasar y destrozar cuanto se atravesara por delante. También todos los barcos estaban armados de cañones, cargados de fusiles y armas de diferentes clases; de material incendiario, y también de libros dañinos.

 “Todas estas naves se dirigían contra un barco mucho más alto tratando de destruirlo con sus proas de hierro, con sus armas…, o de incendiarlo o hacerle el mayor daño posible.

“A esta majestuosa nave, provista de todo, la escoltan numerosos barcos pequeños, que reciben órdenes de aquélla, realizando las oportunas maniobras para defenderse de la flota enemiga. El viento que sopla les es adverso; la agitación del mar favorece a los enemigos.

“En medio de la inmensidad del mar, sobre las olas y en plena batalla, vi levantarse, próximas entre sí, dos grandes columnas, robustas y de gran altura. Sobre una de ellas campea la estatua de la María Inmaculada, a cuyos pies se ve un amplio cartel con esta inscripción: Auxilium Christianorum (Auxilio de los cristianos). Sobre la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa, hay una Santa Hostia de tamaño proporcionado al pedestal y debajo de ella otro cartel con estas palabras: Salus credentium (Salvación de los que creen).

“El Comandante Supremo de la nave mayor, que era es el Romano Pontífice, al darse cuenta del furor con el que atacaban los enemigos y la situación tan peligrosa en la que se encontraban sus leales subalternos, convocó a una reunión en la nave capitana a todos los pilotos de las naves menores, subalternas para celebrar consejo y decidir la conducta a seguir. Pero al percibir que el viento arrecia cada vez más y que la tempestad es cada vez más violenta y peligrosa, son enviados otra vez los capitanes, cada uno a dirigir su barco.

“Al restablecerse al poco tiempo la calma, el Papa volvió a reunir a los pilotos, pero la tempestad se tornó de nuevo  espantosa.

“Entonces el Papa empuña el timón de la nave capitana y con toda la fuerza y energía la dirige rápidamente hacia el espacio existente entre aquellas dos columnas y colocarlas entre ellas, de cuya parte superior penden numerosas áncoras y gruesas argollas unidas a robustas cadenas.

“Los barcos enemigos se lanzan a atacar la nave de tripula el Papa, haciendo lo posible por detener su navegación, destrozarla y hundirla. Unos lo atacaban malvadamente con escritos y libros, otros con materiales incendiarios que intentan arrojar a bordo, otros disparan sus cañones, fusiles, otros con espolones, extremos afilados de hierro que tenían sus barcos. Los ataques contra la gran nave son violentísimos y encarnizados. Las proas enemigas arremeten contra ella con saña; pero sus esfuerzos y su ímpetu resultan inútiles. En vano reanudan el ataque y gastan energías y municiones: la extraordinaria nave prosigue su curso, segura y serena.

“Aun cuando los barcos enemigos logran hacer considerables desperfectos y profundadas hendiduras al barco del Pontífice, de inmediato soplaba una brisa desde las dos columnas, cerrándose milagrosamente las vías de agua y desapareciendo las hendiduras en el casco de la gran nave.

“Disparan entre tanto los cañones de los asaltantes, y, al hacerlo, revientan, se rompen los fusiles, lo mismo que las demás armas y espolones. Muchas naves se abren y se hunden en el mar. Entonces, los enemigos, llenos de furor, comienzan a luchar empleando armas cortas, las manos, los puños, las injurias, las blasfemias, maldiciones, y así continúa el combate.

“Entonces el Papa cae herido gravemente. Enseguida los acompañantes acuden a socorrerle. Pero es herido por segunda vez; cae y muere. Un grito de victoria resonó en los barcos enemigos. En sus cubiertas reina el júbilo. De inmediato se reúnen los pilotos y eligen un nuevo Papa. El cual aferra entre sus manos el timón de la nave capitana. Los enemigos comenzaron a desanimarse.

“El nuevo Pontífice, manejando muy bien la nave, sorteando y venciendo todos los obstáculos, guía la nave entre las dos columnas; con una cadena amarró la proa del barco a la columna donde estaba la Santa Hostia y con otra cadena sujetó la popa a otra áncora colgada de la columna que sirve de pedestal a María Auxiliadora.

 “Entonces se produjo una gran confusión entre los barcos enemigos de la nave capitaneada por el Papa. Todos se dieron a la fuga, dispersándose y chocando entre sí, hundiéndose y destruyéndose en cadena. Los barcos amigos que habían estado fielmente a las órdenes del Papa, se acercaron a las dos columnas y se amarraron fuertemente a ellas.

 “Otras naves que por miedo al combate se habían retirado y se encontraban distantes observando prudentemente los acontecimientos, al ver que desaparecían en el abismo las naves enemigas, navegaron aceleradamente hacia las dos columnas y allí permanecieron tranquilas y serenas en compañía de la nave capitana dirigida por el Papa. En el mar reinaba una calma absoluta…”