Pensar como Dios, no como el mundo de los hombres

La liturgia de la palabra de la misa de hoy domingo, 3 de septiembre, tiene un hilo conductor común en las dos primeras lecturas y el evangelio:  El creer en Dios, el seguirle cumpliendo su voluntad y entregarse a él haciendo lo que le agrada conlleva el riesgo ineludible de chocar con el mundo; lo cual implica la cruz, el ser rechazado, perseguido, burlado, humillado, etc., al objeto de que se acabe pensando como el mundo.

Esto es muy actual, y también de siempre, recordemos en los orígenes como los emperadores pretendieron que los cristianos se plegaran a la voluntad de que se adorara a sus dioses. Hoy se nos pide no ser signos de contradicción con el espíritu del mundo; es decir, renunciar a las propias creencias, a la doctrina de una fe que dimana de la divina de Cristo, para hacerlos uno más de los adoradores de la mundanidad. En esto nos jugamos todo, la vida, la vida eterna: «¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida, dice Jesús.  

A continuación exponemos unas líneas del papa Francisco, y más abajo las lecturas de la misa:

Siempre, también hoy. Está la tentación de querer seguir a un Cristo sin cruz, es más, de enseñar a Dios el camino justo, como Pedro: «No, no Señor, esto no, no sucederá nunca». Pero Jesús nos recuerda que su vía es la vía del amor, y no existe el verdadero amor sin sacrificio de sí mismo. Estamos llamados a no dejarnos absorber por la visión de este mundo, sino a ser cada vez más conscientes de la necesidad y de la fatiga para nosotros cristianos de caminar siempre a contracorriente y cuesta arriba. Jesús completa su propuesta con palabras que expresan una gran sabiduría siempre válida, porque desafían la mentalidad y los comportamientos egocéntricos. Él exhorta: «Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará». (v. 25). En esta paradoja está contenida la regla de oro que Dios ha inscrito en la naturaleza humana creada en Cristo: la regla de que solo el amor da sentido y felicidad a la vida. Gastar los talentos propios, las energías y el propio tiempo solo para cuidarse, custodiarse y realizarse a sí mismos conduce en realidad a perderse, o sea, a una experiencia triste y estéril. En cambio, vivamos para el Señor y asentemos nuestra vida sobre su amor, como hizo Jesús: podremos saborear la alegría auténtica y nuestra vida no será estéril, será fecunda.  (Ángelus, 3 septiembre 2017)

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Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,21-27):

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas corno los hombres, no como Dios

Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta

Primera lectura

Lectura del libro de Jeremías

Jer 20, 7-9

Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir;
fuiste más fuerte que yo y me venciste.
He sido el hazmerreír de todos;
día tras día se burlan de mí.
Desde que comencé a hablar,
he tenido que anunciar a gritos violencia y destrucción.
Por anunciar la palabra del Señor,
me he convertido en objeto de oprobio y de burla todo el día.
He llegado a decirme: «Ya no me acordaré del Señor
ni hablaré más en su nombre».
Pero había en mí como un fuego ardiente,
encerrado en mis huesos;
yo me esforzaba por contenerlo y no podía.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos

Rom 12, 1-2

Hermanos: Por la misericordia que Dios les ha manifestado, los exhorto a que se ofrezcan ustedes mismos como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios, porque en esto consiste el verdadero culto. No se dejen transformar por los criterios de este mundo; sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cuál es la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

 

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