- El Señor siempre responde (confiemos en que siempre lo hará), pero no sabemos cuándo (Él tiene sus tiempos) y cómo (contestará de cualquier manera, sirviéndose de cualquier realidad) y lo que (hay que estar atento a que Dios nos puede responder algo distinto a lo que nosotros esperamos, y asumamos su voluntad, esta siempre es para nuestro bien).
- Dios es el que da grandeza y dignidad sacra al ser humano, y lo hace, pues, intocable; de modo que eliminamos a Dios, hacemos un mundo ateo, el ser humano se convierte en “una partícula de la naturaleza o un elemento anónimo de la ciudad humana” (Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, n. 14). Así, si es una partícula, se le puede descartar y eliminar (=eutanasia, aborto, etc.).
- “¡Majadero! -dijo don Quijote a Sancho-, a los caballeros andantes no nos atañe juzgar a los encadenados con los que nos encontramos por el camino; sólo nos toca ayudarles como a menesterosos, poniendo nuestros ojos en sus penas y no en sus bellaquerías” (Cervantes). Cuando veamos a un pobre o miserable no nos detengamos en consideraciones valorativas, ¿quién sabe del grado de su responsabilidad? Esto solo le corresponde a Dios. Lo nuestro es obedecer su voluntad de que le socorramos.
- En la Biblia, no hubo un milagro sin que antes existiera un problema. Si estás en medio de un problema, y tienes fe, es muy probable -seguro- que pronto verás un milagro.
- «No nos pertenecemos, somos de Dios», esta es una máxima de los consagrados; pero es válida para todos -aunque no se sea muy consciente de ello-, especialmente para los que tenemos fe, aunque seamos sencillos miembros del Cuerpo místico.
- “No corras. Ve despacio. Adonde tienes que ir es a ti mismo…”, decía Gandhi. Allí, en tu «castillo interior» (Santa Teresa de Jesús), en tu templo (1 Cor 6,19), está el que es más mismisimo que tu mismo, el Espíritu Santo; el alma humana es la mediación más perfecta de cuantas existen en la que Dios se hace presente y manifiesta.
- Esto es como un dogma de fe -aunque no esté recogido en el Credo-: «lo visible tiene una causa invisible» (Heb 11,3). Dios es la realidad más presente aunque aparezca como ausente, Él es la causa de cuanto ven nuestros ojos, la obra creada y su desenvolverse, Él lo sostiene todo. La fe es la gracia de que lo sepamos; al ateo le es inabordable esta verdad, todo cuanto hay para él es la materia crasa, en ella acaba.
- “Dios no nos habla sólo en la Biblia, ni en las secretas inspiraciones de nuestros corazones, sino también en los acontecimientos públicos y patentes de nuestro tiempo, y, sobre todo, a través de la Iglesia”, decía Th. Merton, y también por medio de los hermanos, de los ángeles que no vemos, de la conciencia, de los sacraméntenos, de la naturaleza, de todo y toda realidad existente, pues «todo es gracia».
- Dios habla en todo momento, especialmente en los momentos de la enfermedad y el dolor; este es el privilegio del sufrimiento: la presencia de Dios ahí se hace excepcional.
- La conversión implica transformación total de la vida personal surgida por una chispa de fe, que es gracia. Sin fe no hay conversión, y viceversa: es decir, sin acogida y rescoldo de esa chispa iniciaría, la fe se apega y pierde. Dice el Catecismo n.1428: Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del «corazón contrito» (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10).