- «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23). Es la Santísima Trinidad habitando dentro de nosotros, no hay nada mayor; por más que pensemos en ello nunca lo comprenderemos del todo, pues nos desborda tanto misterio. Pero no deberíamos de dejar de pensar en ello ni por un instante.
- Y este realidad de Dios en nosotros —«¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios?»— (1 Cor 6,19) es la verdad más grande que nos ha comunicado. Ser realmente conscientes de ello, lo cambia todo. El Espíritu Santo (la vida de la Trinidad) del amor con que el Padre ama al Hijo. Estamos participados por la caridad divina en el centro de nuestro más íntimo de nuestro ser.
- El aborto es demasiado serio como para negarlo, sin más, y oponerse a la escucha de latido; manera de impedir tomar conciencia real de que lo que se pretende destruir es algo distinto a ti, es decir, una persona sobre la que no se tiene derecho a disponer de su existencia. Quien se opone al latido, esta oponiéndose a esa toma de conciencia; lo cual afirma ya lo que pretende negar, ocultándolo. Ejercitar el dicho: «ojos que no ven corazón, corazón que no siente».
- Dijo Jesús a sus apóstoles, cuando ya estaba para partir de este mundo: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena” (Jn 16,13-14). Dos cosas: Aunque la revelación está completada, el Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, tendrá entre otras funciones el inspirar e iluminar las dudas y los problemas según vayan surgiendo con la tiempo, de modo que la verdad doctrinal quede más patente; y un detalle a considerar: lo de la “sola Escritura” del protestantismo ante estas palabras de Jesús no se sostiene.
- Cada vez se habla más –y con razón, de la inteligencia artificial, y con temor, de ¿hasta donde será capaz de llegar? ¿a funcionar al ser humano? ¿es incluso superarle?, en el saber, pensar, sentir y en tener voluntad propia, y llegar a ser autónomo y autosuficiente. Será posible. Y es más discriminar el bien y el mal. Pero sin conciencia, sin la voz de Dios que resuena dentro, y sin la presencia del Espíritu Santo. El hecho de que Dios exista y que nosotros seamos sus hijos, creados a su imagen y semejanza, y estamos habitados por el Espíritu lo cambia todo.
- La confianza es parte fundamental del amor. Sin ella, el amor es débil, limitado y no se sostiene en el tiempo. La actualidad es poco propicia para el amor verdadero, porque está quebrada la confianza. Ya cuesta confiarse o lo que es lo mismo amar profunda y totalmente, para siempre; de modo que los matrimonios y las familias fracasan. La desconfianza es destructiva, per se, y en esta estamos.
- Entre un pecador —y todos lo somos— que se reconoce como tal y otro que no, hay un abismo: el de la apertura la Luz y el de mantenerse en los tinieblas: ser accesible a la Misericordia siempre o refractario a ella. Es al abismo eterno que separa la salvación y la condenación.
- El mayor o único temor que tendríamos que temer verdaderamente es el rechazo —el no creer— a la Misericordia Divina. «El que no cree ya está juzgado. Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas» (Jn 3,18a-19); ser inmisericorde no cree en la Misericordia, la repele en su ser más íntimo.
- Ser inocente es lo natural —propio— al hombre. Pero llegado a un punto, ya no hay retorno. Entonces lo sencillo se nos vuelve extraño y difícil. Si lo simple, lo espiritual, se nos hace complicado, dificultoso, no es porque lo sea, sino porque nosotros hemos dejado de ser inocentes y se nos hace inaccesible, incomprensible, lejano. Y así cabe dar razón a C. G. Jung cuando afirmaba que lo sencillo es siempre lo más difícil. “El que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios», «si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos.» (Mt 18,3), así lo dice Jesús.
- Ser humildes, simples, buenos, requiere mucho coraje. Ser sencillos, frágiles, confiados, vulnerables, fáciles de burlar, de humillar, de ser faltados al respeto, ignorados, descartados…, requiere mucho valor y, en cierto sentido, mucho amor a sí mismo. Amarse a sí es ser fiel a la autenticidad de lo que se es.