«No soy digno de que entres en mi casa»

El Evangelio (Mateo 8,5-11) de la liturgia de hoy, 4 de diciembre, nos relata el milagro de curación que Jesús realiza a un criado enfermo gravemente, por la intercesión de su señor, un extranjero, un oficial romano, al que sirve.

Esta es la frase plena de humildad y fe de un centurión romano, pronunciada hace 20 siglos en un rincón del mundo, en Cafarnaúm, junto al mar de Galilea, y que ha pasado a la historia: cada día desde entonces, en las misas de todo el mundo, se cita antes de recibir al Señor en la eucarística.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,5-11):

 EN aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:
«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».
Le contestó:
«Voy yo a curarlo».
Pero el centurión le replicó:
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; a mi criado: «Haz esto», y lo hace».
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:
«En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».

Este hecho milagroso nos recuerda a aquel de san Mateo (15,21-28)[1]. En que Jesús libera de una posesión diabólica de una hija por la intercesión de su madre, una muer extrajera, era griega, una fenicia de Siria. La madre al igual que el centurión muestra una humildad y una fe extraordinaria, que maravilla a Jesús: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». En aquel momento quedó curada su hija.

Jesús mostró así que el Reino de Dios, y sus efectos, no eran negados al resto del mundo, sino que se podían beneficiar todos, no solo el pueblo elegido. La fe todo lo puede, sobrepasa barreras, fronteras y prejuicios. Aquí Jesús abrió las puertas del Reino a la universalidad de todos los seres humanos.

 

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[1] 21Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón. 22Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». 23Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando». 24Él les contestó: «Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel». 25Ella se acercó y se postró ante él diciendo: «Señor, ayúdame». 26Él le contestó: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». 27Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». 28Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». En aquel momento quedó curada su hija.

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