Esta es la frase plena de humildad y fe de un centurión romano, pronunciada hace 20 siglos en un rincón del mundo, en Cafarnaúm, junto al mar de Galilea, y que ha pasado a la historia: cada día desde entonces, en las misas de todo el mundo, se cita antes de recibir al Señor en la eucarística.
El Evangelio -Lucas (7,1-10)- de la liturgia de hoy nos relata el milagro de curación que Jesús realiza a un criado enfermo gravemente, por la intercesión del señor, un extranjero, un oficial romano, al que sirve.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (7,1-10):
En aquel tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaún. Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que fuera a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente: «Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga.»
Jesús se fue con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; y a mi criado: «Haz esto», y lo hace.»
Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo: «Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe.» Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.
Este hecho milagroso nos recuerda a aquel de san Mateo (15,21-28). En que Jesús libera de una posesión diabólica de una hija por la intercesión de su madre, una muer extrajera, era griega, una fenicia de Siria. La madre al igual que el centurión muestra una humildad y una fe extraordinaria, que maravilla a Jesús: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». En aquel momento quedó curada su hija.
Jesús mostró así que el Reino de Dios, y sus efectos, no eran negados al resto del mundo, sino que se podían beneficiar todos, no solo el pueblo elegido. La fe todo lo puede, sobrepasa barreras, fronteras y prejuicios. Aquí Jesús abrió las puertas del Reino a la universalidad de todos los seres humanos.