Necesidad de contemplativos en el siglo XXI

Viendo los derroteros por los que camina el mundo y lo mucho lo que está en juego, urge que se mantengan estos oasis de vida espiritual en medio de este desierto resecado por el materialismo laicista. 

Desde la lógica desértica de quien vive inmerso en el nihilismo sin esperanza, sin esperar nada de la vida que no sea la nuda materia y cuanto se puede sacar de ella, no cabe otra posibilidad sino que nieguen lo que sus pobres límites les imponen: trascender más allá. El escepticismo del nihilismo materialista, como acido corrosivo, aniquila toda espiritualidad; de ahí que desprecie cuanto ignora. Está en su ser el que abomine de la contemplación y la descalifique -como tantas veces se oye al hombre actual- de ¿para qué sirve…? En fin, como dice san Pablo: «El hombre psíquico no acepta las cosas del Espíritu de Dios; son locura para él y no puede entenderlas, ya que hay que juzgarlas espiritualmente» (1 Cor 2,13-14).

«Somos el corazón de la Iglesia. Al igual que este órgano -que no se ve porque está muy protegido por las costillas y rodeado por los pulmones- la clausura es vital para la Iglesia ahora y siempre, porque es la oración que aguanta la fe en el mundo.», decía una joven carmelita de nuestros días.

Hoy el mundo necesita más que nunca de una vuelta a la contemplación. El mundo necesita de personas portadoras de luz y esperanza; contemplativos, cargados de mística y con ese brillo especial que sólo tienen los hombres acostumbrados a hablar con Dios cara a cara; muchos de ellos anónimos, perdidos en cualquier recóndito lugar -claustros, parroquia, ermita, o entre la muchedumbre- que silenciosamente, con absoluta humildad y en la indiferencia más absoluta, pasando desapercibidamente para el mundo, de alguna manera que nosotros, entendidos según el mundo, no alcanzamos a comprender ni descubrir, sostienen el mundo. Y todo ello, porque Dios, en místicamente, misteriosamente, lo ha querido así. cargados de mística y con ese brillo especial que sólo tienen los hombres acostumbrados a hablar con Dios cara a cara.

Oremos especialmente por los contemplativos, que oran por nosotros… A ellos les debemos mucho, son un pilar fundamental para la Iglesia y la Humanidad. Ellos son el oxigeno para un mundo que se asfixia.

ACTUALIDAD CATÓLICA