La adolescencia es una etapa temida por muchos padres que no saben bien qué esperar. ¿Es un periodo oscuro sobre el que pasar de puntillas o una etapa de cambios que podemos aprovechar? ¿Cuánto dura? ¿Qué factores influyen en esa transición de los hijos de la infancia a la edad adulta? Natalia Barcáiztegui, experta en educación de adolescentes y autora del libro Sexualidad en la generación del rollo (Rialp, 2019), responde a estas y otras preguntas para Misión.
Parece que los jóvenes hoy en día dejan de ser niños antes. ¿Es esta una mera impresión?
La Organización Mundial de la Salud considera la adolescencia como el período comprendido entre los 10 y los 19 años. Hoy en día en España comienza entre los 9 y los 11 años en las niñas, y entre los 11 y los 13 años en los niños, y puede durar hasta los 21 años. Así que actualmente los niños llegan antes a la adolescencia y, curiosamente, también salen de ella más tarde. No podemos olvidar que en esta etapa intervienen aspectos físicos y fisiológicos, pero también hay un componente cultural y social.
¿A qué se debe este cambio?
Los medios de comunicación desempeñan un papel fundamental en la pérdida de la inocencia de los niños porque normalizan comportamientos y conductas que no tienen nada de normal. Los niños están expuestos a experiencias que no corresponden a su maduración personal y que crean en ellos necesidades y comportamientos inadecuados para su edad.
¿Son menos maduros que antes?
Sí, porque les hemos quitado tantas dificultades y obstáculos para que no sufran, que se han quedado sin herramientas para afrontar problemas que, con toda seguridad, les van a surgir en la vida. Esta falta de madurez, agravada por el bajo nivel de tolerancia a la frustración (al intentar que no fallen en nada), y la escasa capacidad de esfuerzo (se lo hemos puesto todo fácil), hace que nos encontremos con adolescentes de 23 años, pues carecen de la autonomía propia del adulto.
¿Qué factores han influido en estos cambios?
En general, hay una nueva forma de ver el mundo, y a los padres nos cuesta entender que el contexto externo que rodea a nuestros hijos les invita a tener unas vivencias y una visión de las cosas que nosotros desconocemos. Esta forma de entender el mundo exige aplicar un modelo educativo diferente. Seguir aplicando el mismo modelo no es efectivo. También se han invertido los valores. En épocas precedentes, en la sociedad existían unos modelos basados en valores tradicionalmente aceptados, que servían como guía de conducta. Hoy todo se cuestiona, los valores son relativos y cada uno los escoge adaptándolos a sus necesidades. Y faltan personas íntegras que sirvan de referencia, por lo que acaban erigiéndose en modelos de actuación personas nocivas.
¿Cómo influyen las redes sociales?
Los nuevos medios de comunicación promueven relaciones personales superficiales y no se tienen en cuenta los efectos que puede llegar a tener la difusión de un mensaje. Se atreven a decir aquello que no dirían cara a cara. Es fácil adquirir una doble personalidad en las relaciones afectivas. Se vuelven adictos a la imagen e idealizan modelos cuasi perfectos difícilmente alcanzables en la vida real. Basan su valor en las comparaciones. Y lo importante pasa por lograr un mayor número de “amigos”.
¿Algo más?
La revolución sexual de los años 60 ha tenido un gran impacto en la adolescencia actual. La sexualidad se ha reducido a una excitación genital y la persona es tratada como objeto de consumo. Se ha creado un ambiente hipersexualizado que confunde y distorsiona la sensibilidad de los jóvenes.
¿Cuál es la amenaza principal para los adolescentes de hoy?
Una de las cosas que más me preocupa es la inmersión en el relativismo que lleva a negar la existencia de verdades absolutas. Nuestros jóvenes buscan verdades que se adapten a sus necesidades, y suelen ser las menos exigentes. Acaban haciendo lo que les apetece, y convierten en normal lo frecuente, bajo la justificación de que “todo el mundo lo hace”.
¿Esto en qué se nota?
Una vez más, en el campo de la sexualidad es evidente. Aunque ven que no son felices, se escudan en “lo que les pide el cuerpo” para hacer aquello que produce bienestar, sea bueno o no para ellos. Sin criterio, sin que la inteligencia y la voluntad formadas guíen su afectividad. Eso es lo que fomenta la cultura actual: “fluye”, “haz lo que te apetezca”. Les faltaría añadir: “Aunque te destruya”. El contexto externo es tan agresivo que el adolescente necesita de mucha formación y desarrollo de la voluntad para poder hacerle frente.
10 recomendaciones para gestionar la relación con tu hijo adolescente
- Asume la realidad.Toma conciencia de que el contexto de tus hijos difiere enormemente del de tu generación.
- Evita el permisivismo educativo.Hoy no se corrigen conductas que entorpecen la madurez adulta; la permisividad es casi total. Hay que mantener los límites con autoridad, convencidos de que es por su bien. El adolescente que tiene límites se siente seguro y querido, aunque proteste. No es preciso prohibirlo todo, pero sí aquello que entorpece su desarrollo personal o es peligroso para ellos.
- Mira la adolescencia en positivo.A pesar de las dificultades que supone, esta etapa es clave en la formación de la personalidad y en ellas se desarrollan capacidades importantes. Si la ves como una crisis patológica es fácil caer en actitudes contraproducentes: inflexibilidad, conflicto, autoritarismo…
- Recupera el concepto de educación como preparación para la vida adulta.La educación consiste en prepararle para la madurez. Por eso hay que insistir en que realicen las tareas que corresponden a su edad y asuman la responsabilidad de sus acciones.
- Fomenta la comunicación.Habla mucho con tu hijo, con claridad, con argumentos y razones, para dar criterio y que aprenda a saber si algo le conviene o no. Muéstrate disponible y aprovecha los momentos en los que está receptivo para transmitirle lo que necesita escuchar.
- No te horrorices ni te enfades por las confidencias que hagan.Sé claro al juzgar actos y hechos, pero no los juzgues a ellos ni a otras personas. Si ante una confidencia reaccionamos exageradamente, no volverán a abrirse. Es distinto decir que lo que ha hecho está mal, a aseverar que es una mala persona…
- No pienses “mi hijo no”, “esos problemas sólo les ocurren a los demás”.Nuestros hijos no son perfectos, utilizan su libertad y en -ocasiones mal. Viven en un mundo en el que los valores son volátiles y en muchas ocasiones pierden el foco. Debemos saber que van a fallar igual que nosotros. En ese momento, habrá que ayudarles a reconocer el fallo y acompañarles a superarlo.
- Busca ayuda.Cuando el problema escape de tus manos, acude a una persona capacitada para ayudar.
- Comunícate con otros padres e invita a sus amigos a casa.Habla con los padres de sus amigos para conocer cómo piensan y poneros de acuerdo en determinados límites. Muchas veces los hijos abusan del “A fulanito su madre le deja” y a partir de ahí no indagamos más… Y déjale que invite a sus amigos a casa a menudo para conocerlos y observarlos.
- No cedas en tus principios para justificar a tu hijo.Por ejemplo: como quiero que mi hijo no se pierda un plan en el que van amigos que me interesan, de repente no lo veo tan mal.
Por Marta Peñalver
Artículo publicado en la edición número 69 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.