Llevamos una semanita entretenida al menos por tierras de esta bendita España, tierra de María que decía san Juan Pablo II. En pocos días la pseudo boda gay de Madrid, el caso sacristía de La Vendée y la movida en una parroquia madrileña a cuento de la señora Ana Pastor como predicadora de una de las charlas cuaresmales.
Una lectora de este blog me comentaba la sorpresa que se llevó al acudir a misa en una ocasión a esa parroquia y encontrarse con un muy visible cartel con la frase: “más caridad y menos mandamientos». No me extraña. Si esta buena Rafaela, una Rafaela cualquiera, hoy se diera una vuelta por las páginas digitales más progresistas de información religiosa, encontraría cosas parecidas: “más evangelio y menos derecho canónico” o “mucha religión y poco evangelio».
Observen el asunto con serenidad, porque resulta que toda esa gente que lleva media vida con el mantra de “no juzgar” ahora resulta que se convierten en jueces no solo de las intenciones de personas concretas, que lo son, sino jueces de la historia de la Iglesia y hasta de todo el Antiguo Testamento desde Moisés.
“Más caridad y menos mandamientos». Es decir, ¿que el que cumple los mandamientos falta a la caridad? Todo lo contrario, mis queridos discrepantes. La caridad con el prójimo es tratarle según mandan los mandamientos. Caridad es atender padre y madre, caridad es no robar y no matar, caridad es respetar los bienes del otro, caridad es no liarte con la mujer del prójimo. Y esto desde Moisés. Para que me vengan estos ahora a contar que los mandamientos nos alejan de la caridad: “Los mandamientos constituyen, pues, la condición básica para el amor al prójimo y al mismo tiempo son su verificación” (V.S. 13). Otro que no sabía lo que decía, san Juan Pablo II en Veritatis splendor.
“Más evangelio y menos derecho canónico«. Otra para enmarcar. A ver si ahora va a resultar que un día se reunieron unos cuantos cardenales, tan cardenales como Omella, como Osoro, Rouco o Cobo, y decidieron amargar la vida a los católicos echando sobre sus espaldas vetos y prohibiciones. A los únicos que joroba el derecho canónico es a todos esos que hacen de su capa un sayo y se cabrean cuando un fiel saca el derecho y los pone en su sitio. Frente a ese “Más evangelio y menos derecho canónico” es sencilla la respuesta de los fieles: “Más respetar los derechos de los fieles que recoge el código, y menos cacicadas disfrazadas de evangelio».
Y no me digan que no tiene su guasa eso de que “mucha religión y poco evangelio”, porque resulta que la fe en Cristo se escucha, se aprende, se celebra y se expresa. Eso se llama practicar la religión, y contiene cosas como la misa, confesarse, celebrar los sacramentos, rezar el rosario, la procesión de semana santa, devociones y tratar de vivir y expresar la fe en cada acontecimiento. Pues tampoco gusta.
Lo que gusta es la autoproclamación de ser la quintaesencia del evangelio, el Cristo reencarnado en el P. Chus y la hermana Veneranda, los infalibles de hoy, promotores del Concilio Vaticano II que no se han leído, tan papistas de Francisco como antipapistas de Juan Pablo II y Benedicto XVI, y que cuando alguien les argumenta con cosas tan simples como el catecismo y el derecho, responden con la autosuficiencia del que se cree estar con la verdad más que Moisés, los profetas, el mismo Jesucristo y los dos mil años de Iglesia. El papa no es infalible. Infalibles el P. Chus, la hermana Veneranda y los que aplauden y extienden sus lamentables teorías.
En estos tiempos de sinodalidad sinodalizante y apertura a la escucha de católicos, ateos, musulmanes, marxistas y globalizantes, esto es así porque lo digo yo y punto, y si usted, fiel común, me lleva la contraria apoyándose en el catecismo y el derecho, sepa que usted es ultracatólico, fachosfero y cavernícola. Y deje su donativo a la salida, que me tiene que pagar el sueldo.
Jorge González, sacerdote