Santa María Magdalena, 22 de julio

Hoy celebramos a esta gran santa, que al igual que tantos santos a lo largo de la historia cambiaron de vida tras conocer a Jesús. Santa María Magdalena, tras la Virgen María, es la mujer con más presencia en los Evangelios. 

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Pese a la caída de la vivencia religiosa en Occidente, la literatura y el cine siguen sorprendente creando un gran número obras dedicadas a esta temática. El fenómeno religioso y cuanto conlleva continua interesando, a pesar todo…

Aunque en algunos casos, más de los que parece, se dedican a desvirtuar la religión propiamente, con obras de carácter pseudorreligioso, esotéricos, o a atacar a la Iglesia, con ficciones, especulaciones o conspiraciones.

Hace unos años, un matrimonio amigo viajó a Nueva York, y estuvo de visita en una casa en la que les invitaron a comer, la anfitriona, en medio de la comida, al conocer la creencia en Cristo de este matrimonio amigo, les trató de más o menos que de ignorantes, alegando que si no habían leído la obra «El Código Da Vinci» en que consta el fraude de la religión cristiana, que había ocultado cosas… como  la de que Jesús tuvo mujer, María Magdalena, y con la que incluso habría tenido un hijo.

En fin, una pena. Se da comúnmente este fenómeno, cuanto menos curioso, que la gente está dispuesta a creer cualquier relato ficticio, que lo históricamente contrastado y legitimado por la tradición de Iglesia, a lo largo de 2.000 años.

El posmodernismo del siglo XXI, va por estos derroteros ecléctico-relativistas que los ha heredado la secta multifuncional de la Nueva Era y sus difusores de la ignorancia religiosa e histórica que es «El Código Da Vinci» de Dan Brown.

Según el apócrifo evangelio de san Felipe:

  1. La Sofía —a quien llaman «la estéril »— es la madre de los ángeles; la compañera [de Cristo es maría] Magdalena. [El Señor amaba a María] más que a [todos] los discípulos (y) la besó en la [boca repetidas] veces. Los demás […] le dijeron: «¿Por qué [la quieres] más que a todos nosotros?» El Salvador respondió y les dijo: «¿A qué se debe el que no os quiera a vosotros tanto como a ella?».

Cabe decir que el principal criterio para calificar a un libro de apócrifo es considerar que carece de inspiración divina.

En el evangelio apócrifo de Felipe consta de 143 sentencias, proverbios y parábolas atribuidas a Jesús,, de las 600 líneas, tan sólo 6 hacen referencia a Mª Magdalena, que según Dan Brown, es tan importante. Y tres líneas, que incluso, más bien que afirmar lo que quiere decir, en realidad lo niega; pues los apóstoles se quejan… Queja a la que no habría lugar si fuera realmente su mujer. Además, los apóstoles iban sus mujeres y Jesús sí iba a ir con la suya?

La figura María Magdalena no fue desprestigiada por la Iglesia, como quiere hacer ver Dan Brown, sino que la canonizó.

Y tomando, ahora, un texto canónico:

Como puede comprobarse en el evangelio de san Juan, en la aparición de Jesucristo resucitado, María Magdalena no se refiere a Él con un término que hiciera alusión a una vinculación de tipo amorosa-intima (de novio o marido), sino en terminología neutra (denominación genérica o común); le llama «Maestro», no «querido», «amor mio», etc.

Juan 20

14 Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.

15 Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.»

16 Jesús le dice: «María.» Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» – que quiere decir: «Maestro» –.

Los que afirman -como en la fabulación de la novela «El Código Da Vinci»- que Jesús tuvo un hijo en María Magdalena, están a su vez queriendo afirmar tal, afirmando algo que esos mismos negaban: que Cristo no existió, que fue un invento de san Pablo, etc., o que no murió en la cruz, o que fue enterrado en Cachemira o en Nazaret. O sea, que entonces Cristo fue real, y que siguió vivo, pero no con su mujer ni con su hijo, etc. En fin, los que afirman ciertas cosas, sin razón de ser, vienen, sin darse cuenta, por pura contradicción, afirmando lo que antes negaban.

«El código Da Vinci» -que hemos tomado como ejemplo de otras muchas obras literarias y cinematográcias- relata una historia de ficción que afecta al honor de la Iglesia Católica. Los errores, las invenciones, las tergiversaciones y los simples bulos abundan por toda la novela. Aunque se trate de una ficción, «calumnia, que algo queda».

Para finalizar, a la última película, recién estrenada, «María Magdalena», dedica estás lineas Hispanidad.com:

«La última tontuna del ochomarzismo es el Jesucristo feminista. Verbigracia: la última película chorras, la de María Magdalena, presenta a un Jesús de Nazaret medio lelo, cuya aparente novia, la tal María Magdalena, es una intelectual de mucho fuste, que teledirige al maromo, -varón, es decir, pelín ‘fumao’ y tonto de baba- con una profundidad teológica que para sí quisiera el Aquinate.»

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María Magdalena, pecadora arrepentida

Era «una mujer pecadora que había en la ciudad» y se le perdonaron los pecados «porque había amado mucho».

El relato de san Lucas (7, 36-50) introduce a esta mujer en la historia de los hombres y ya estará en ella hasta el fin; de no ser por los Evangelios y por lo que Jesús hizo con ella, nadie la recordaría hoy; su vida habría pasado como un anónimo de baja calidad olvidado por todos. Leyendo la escena de lo que pasó en casa de Simón no se descubre su nombre; fue una delicadeza de autor tan humano y fino que no quiso ponerla en evidencia. Hizo bien, porque como la malicia de los hombres y mujeres con sus evidentes debilidades no tienen nada de atractivo ni de originalidad, prefirió resaltar la misericordia sin límite de Jesús. Luego, cuando ya no tuviera dentro «los siete demonios» que tuvo, sí sería oportuno escribir el nombre de María Magdalena, como hace Lucas en el capítulo siguiente.

Sin que pueda afirmarse de modo absoluto la identidad entre María Magdalena, la pecadora sin nombre, con la hermana de Lázaro y de Marta que se llamaba María a la que habría de suponer una época de extravíos juveniles, parece que la coincidencia de rasgos comunes en los relatos evangélicos –preferencia por los pies de Jesús y ser amiga de ungüentos perfumados–, justifican la fusión que de ambas figuras hace la tradición cristiana como queda expresada en la liturgia y en el martirologio.

Quizá fue un reproche de Jesús lo que la llevó al cambio, pero no lo sabemos; o a lo mejor fue una mirada de Jesús encontrada en alguno de aquellos momentos en los que la había situado su curiosidad por desear ver al joven Rabí de Nazaret; o la afirmación agresiva que hizo Jesús –para aclarar la mente de los que pensaban que eran buenos– de que «los publicanos y las prostitutas os precederán en el reino de los Cielos». El caso es que comenzó a sentirse incómoda consigo misma desde que le escuchó aquello de «bienaventurados los limpios» que verían a Dios. Hablaba mucho Jesús de la misericordia divina y, sin poderlo explicar, María no podía distraerse del deseo vehemente de estar cercana; le parecía que nadie hasta entonces entendía tanto de las profundidades de ese corazón bueno de Dios y ella comenzó a notar en su interior un deseo acuciante de bondad y de bien. El Nazareno disfrutaba hablando de la misericordia divina con los pecadores, rompió las reglas de juego admitiendo entre sus amigos a indeseables, y hasta dijo aquella verdad de que el médico está para los enfermos, que lo sanos no lo necesitan. María se siente colocada frente a sí misma; comenzó a darle asco su vida. La enseñanza variopinta del Maestro hablaba del padre bueno que espera la vuelta del hijo que se fue, y del pastor que busca cuidadoso a la oveja que se extravió. La de Magdala ya no se soporta; no puede sufrir el pensamiento de su propio espectáculo a pesar de su ansia vehemente de triunfos y halagos; se rebela contra su situación actual al tiempo que escucha a Jesús que hablaba de Dios –el mismo de siempre, pero sin palo–, como un padre lleno de comprensión. La mujer siente su orgullo encabritado, pero la gracia va abriéndose camino; solo hacía falta querer dar un paso, porque los pecados pesan ahora como una atadura insoportable.

Ni se lo pensó. Entró como a escondidas con un vaso de alabastro lleno de perfume, sin deseo de llamar la atención, y sin conseguir pasar desapercibida. Quiso pedir perdón y no pudo; se arrastró; no le salían palabras; solo es capaz de llorar, besar los pies y secar lo mojado con sus cabellos manejados con arte. Aturdida por tan extraña situación, le pareció oír que el joven Rabí la defendía de Simón con palabras pausadas y voz serena. Después vino el gozo al escuchar «tu fe te ha salvado, vete en paz».

Libre y renovada, flotando en bondad, se une al grupo de mujeres que le asisten en el ministerio mesiánico, y ya no dejará jamás a Jesús, ni siquiera cuando le escuche que deberá comer su carne y beber su sangre, ni se unirá a la cobarde deserción de sus amigos en el momento del Calvario. Vive una felicidad indecible.

Galilea, Judea, Decápolis y Fenicia. En Judea, el ambiente se iba enrareciendo; ella no sintió miedo, ni entendió cómo podían tenerlo los discípulos. Pero aquello pasó, aunque María no lo tuviera previsto y hasta le pareciera la pesadilla de un sueño embustero, ¡habían apresado al Maestro! Si solo ha hecho el bien, si es tan bueno, si no hizo mal, si ayuda a los pobres, si se desvive por los enfermos, si dice verdades, si habla del Cielo… Su actuación fue la misma por todas partes. ¿No curó al paralítico? ¿Qué hizo con el ciego? ¿No sanó leprosos? ¡Dio vida a la niña, al chico de Naín, a Lázaro! Alimentó a miles con pocos panes y peces, libró a endemoniados… tantas y tantos vivían contentos gracias e él.

Ya han levantado la cruz. El Gólgota está oscuro y con truenos. Se le escucha perdonando, que es lo suyo. Y hace promesa del Reino al ladrón y asesino que se arrepiente; sí, ese es su estilo. María mira y no entiende, mira y se avergüenza. La antigua profecía: «Mi siervo ha tomado sobre sí los pecados de todos» fue como un relámpago en su mente que le hizo entrever algo del misterio. Era descubrir el precio de sus pecados, la malicia de sus hechos. Y muchas lágrimas, algún grito, todo es desconsuelo mientras hipa a moco tendido. La mano de la madre del crucificado puesta en su hombro venía a darle paz; el rostro de aquella mujer con lloro sosegado le hizo entender que no tenía derecho a expresar más dolor del que sufría la propia madre del muerto.

Cuando lo desclavaron y lo bajaron, casi no tuvieron tiempo para prepararlo y así lo tuvieron que enterrar. María Magdalena tiene la cabeza confusa y lleva un propósito en el pecho: cuando pasase el descanso sabático, moriría al lado de Jesús, quedándose junto al sepulcro.

Allá iba el domingo entre dos luces, con más ungüentos aromáticos, acompañada de un grupo pequeño de mujeres. La puerta está abierta, ¡han violado la tumba y no está su cuerpo! Corre al cenáculo y corren también Juan y Pedro. Todos se alborotan y regresan con el corazón en un puño, plasmada la incertidumbre en los rostros y con más miedo dentro. María se queda sola con su desventura; ya no le queda ni siquiera el cuerpo de Jesús muerto.

Le dice al hortelano que lo buscará y lo traerá. Solo una palabra en tono especial la revuelve para poder ella responder de modo increíble a lo humano: Rabboni, Maestro mío. Hay un nuevo intento de agarrarse a sus pies y la alegría indescriptible de testificar como un huracán que ha visto vivo al que estuvo muerto.

A partir de este momento, ya no se vuelve a hablar en el Evangelio más de María Magdalena.

Después quedó la leyenda –clara en sus justos términos– parloteando de sus posibles, imaginados o deseados pasos por el mundo, apartada en el desierto o llegando en diáspora judía hasta las playas de Marsella. Yo prefiero quedarme con la estampa que cierra su vida el Evangelio hasta que la salude personalmente en el cielo. ¿Podrá hacerse eso?

Archimadrid

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Evangelio de hoy

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,1.11-18):

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?»
Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.»
Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.»
Jesús le dice: «¡María!»
Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!»
Jesús le dice: «Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: «Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.»»
María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto.»

 

ACTUALIDAD CATÓLICA