Lunes Santo 

La liturgia de la palabra de la misa hoy, 25 de marzo, lunes de la Semana Santa, nos propone la lectura del profeta Isaías 42,1-7 y el evangelio según san Juan 12,1-11, que merecen que reflexionemos en la perspectiva de los días previos a la Pasión.

Isaías nos habla de la figura del Mesías, enviado a manifestar la justicia a todo el mundo, que lo hará de forma delicada, con ternura, con cuidado… de forma que no amedrentará a los más frágiles y débiles —»La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará«—-, sino que mostrara su justicia que es misericordia. Y lo hará con autenticad, sin dudar ni retroceder hasta anunciar el Reino de amor-misericordioso: «No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país».

Así será el Reino que el Mesías, Jesucristo, justicia de Dios, trae a la Tierra: «los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados» (MT 11,5). Como dice Isaías: «abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas».

La Justicia de Dios es de ese modo. La justicia de Dios tiene su medida, no la nuestra: la de un amor desmedido, gratuito, misericordioso. El Dios que se manifiesta en la vida de Jesús es un Dios cuya omnipotencia está condicionada por la ternura y la misericordia; es más su poder y su justicia radican  paradójicamente y sorprendentemente en ese misterio de ternura y en esa misericordia. «Venid a mí los que estáis fatigados y agobiados, que yo os aliviaré» (Mt 11,28).

Cristo al convertirse para los hombres en paradigma del amor misericordioso, proclama con sus obras, más que con sus palabras, que la misericordia es uno de los conocimientos esenciales del vivir el Evangelio. Cristo se identifica sobre todo con el desvalido, con el que está para quebrarse o apagarse. El amor-misericordioso no es una simple emoción, una compasión, sino un afectivo y efectivo solidarizarse con el hombre, sobre todo con el «menos» hombre.

Así se manifiesta la justicia de Dios, en forma de misericordia, tal y como él es. Y así hace justicia, según él, bajo la lógica de la piedad y amor. Este es el dinamismo de su Reinado, al que Jesucristo nos invita, sin forzar, sin imponer, con ternura, a pertenecer.

Lectura del libro de Isaías (42,1-7):

Así dice el Señor:
«Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas.
Esto dice el Señor, Dios, que crea y despliega los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, da el respiro al pueblo que la habita y el aliento a quienes caminan por ella:
«Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te he formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas».

 

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La resurrección de Lázaro era el milagro más grande —»una muchedumbre de judíos…«—, y era un clamor en todo alrededor de Betania, llegando a la próxima Jerusalén. Jesús se había convertido a los ojos de la gente en alguien mayor que un profeta, se extendía la opinión de que él podría ser el Mesías prometido. La figura de Jesús descolocaba a las élites sacerdotales judías; convirtiéndoseles en un problema, que había que eliminar. La Pascua esta próxima, faltaban seis días; se acercaba la Pasión del Señor. «Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús».

María Magdalena, la hermana del resucitado Lázaro, en ofrenda de gratitud, «tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies…«. Era un perfume muy caro, 300 denarios, que la contemplativa María había dedicado a Jesús, significando la máxima expresión de tratamiento servicial hacía alguien; recordemos que el lavar los pies -como Jesús hará en la Última Cena, con los apóstoles- era un gesto de servidumbre del siervo al señor de la casa; lo de María con Jesús, no ya con agua sino con perfume carísimo y secándolo no con toalla, sino con el cabello, era excepcionalidad expresión no ya de servicio sino de adoración, y con otro significado o lectura la de ser un ungüento que anticipaba simbólica lo que se hacía con los cadáveres en ungiéndolos…

A este trato excelso, de adoración y reconocimiento de la divina de María, responde Judas, el limosnero, con una visión materialista de la vida, echando en cara el derroche de ese gasto de un perfume tan costoso: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?«. Un argumento con poder lógico moral —aunque no fuera esta la verdadera intención de Judas, sino otra menos noble—. A lo que Jesús responde con una visión profética y trascendente: «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis».

Lectura del santo evangelio según san Juan (12,1-11):

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice:
«¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?».
Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando.
Jesús dijo:
– «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis».
Una muchedumbre de judíos
se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos.
Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.

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Palabras del papa Francisco

(Homilía Santa Marta, 6 abril 2020)

Este pasaje termina con una observación: “Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús” (Jn 12,10-11). El otro día vimos los pasos de la tentación: la seducción inicial, la ilusión, luego crece —segundo paso— y el tercero, crece, se contagia y se justifica. Pero hay otro paso: sigue adelante, no se detiene. Para ellos no era suficiente condenar a muerte a Jesús, sino que ahora también a Lázaro, porque era un testigo de vida.

Pero hoy me gustaría detenerme en una palabra de Jesús. Seis días antes de Pascua —estamos a las puertas de la Pasión— María hace este gesto de contemplación: Marta servía —como en el otro pasaje— y María abre la puerta a la contemplación. Y Judas piensa en el dinero y piensa en los pobres, pero “no porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón y, como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella” (Jn 12,6). Esta historia del administrador infiel es siempre actual, siempre los hay, incluso a alto nivel: pensemos en algunas organizaciones caritativas o humanitarias que tienen tantos empleados, tantos, que tienen una estructura muy rica en personas y al final el cuarenta por ciento llega a los pobres, porque el sesenta por ciento es para pagar el sueldo a tanta gente. Es una forma de quitarles el dinero a los pobres. Pero la respuesta es Jesús. Y aquí quiero detenerme: “Porque pobres siempre tendréis con vosotros” (Jn 12,8). Es una verdad: “pobres siempre tendréis con vosotros”. Los pobres existen. Hay muchos: están los pobres que vemos, pero esta es la parte más pequeña; la gran cantidad de pobres son los que no vemos: los pobres escondidos. Y no los vemos porque entramos en esta cultura de la indiferencia que es negacionista y negamos: “No, no hay muchos, no se ven; bueno, está ese caso, pero…”, siempre disminuyendo la realidad de los pobres. Pero hay muchos, muchos.

Aunque no entremos en esta cultura de la indiferencia, existe la costumbre de ver a los pobres como adornos de una ciudad: sí, están ahí, como estatuas; sí, están ahí, se pueden ver; sí, esa viejecita mendigando, ese otro… Pero como si fuera algo normal. Es parte de la decoración de la ciudad tener gente pobre. Pero la gran mayoría son pobres víctimas de las políticas económicas, de las políticas financieras. Algunas estadísticas recientes lo resumen de esta manera: hay mucho dinero en manos de unos pocos y mucha pobreza en muchos. Y esta es la pobreza de tantas personas que son víctimas de la injusticia estructural de la economía mundial. Y hay muchos pobres que se avergüenzan porque no llegan a fin de mes; muchos pobres de la clase media, que van a la Cáritas a escondidas y a escondidas piden y sienten vergüenza. Los pobres son muchos más que los ricos; muchos más… Y lo que dice Jesús es cierto: “Porque pobres siempre tendréis con vosotros”. ¿Pero yo los veo? ¿Soy consciente de esta realidad? Sobre todo de la realidad escondida, los que se avergüenzan de decir que no llegan a fin de mes.

Recuerdo que en Buenos Aires me dijeron que el edificio de una fábrica abandonada, vacía durante años, estaba habitado por unas quince familias que habían llegado en esos últimos meses. Fui allí. Eran familias con niños y cada uno había ocupado una parte de la fábrica abandonada para vivir. Reparé que cada familia tenía muebles buenos, muebles de clase media, y televisión. Acabaron allí porque no podían pagar el alquiler. Los nuevos pobres que tienen que dejar la casa porque no pueden pagar el alquiler, van allí. Es la injusticia de la organización económica o financiera la que los lleva allí. Y hay muchos, muchos, y nos encontraremos con ellos en el juicio. La primera pregunta que nos hará Jesús es: “¿Cómo te ha ido con los pobres? ¿Les has dado de comer? Cuando estaba en prisión, ¿lo has visitado? En el hospital, ¿lo fuiste a ver? ¿Ayudaste a la viuda, al huérfano? Porque yo estaba allí”. Y por eso seremos juzgados. No seremos juzgados por el lujo o los viajes que hayamos hecho o la importancia social que hayamos tenido. Seremos juzgados por nuestra relación con los pobres. Pero si yo, hoy, ignoro a los pobres, los dejo de lado, creo que no existen, el Señor me ignorará el día del juicio. Cuando Jesús dice: “Porque pobres siempre tendréis con vosotros”, quiere decir: “Yo siempre estaré con vosotros en los pobres. Estaré presente ahí”. Y esto no es ser comunista, es el centro del Evangelio: seremos juzgados por esto.

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