Lunes de Pascua. Lunes del Ángel. Lunes de los Ángeles

Hoy celebramos el “Lunes del Ángel”, el primer lunes de Pascua.

Se llama así, porque fue un ángel el que avisó a las mujeres que habían acudido a venerar al Señor, que Él había resucitado. Y en honra de ese ángel la Iglesia ha llamado así a este día:

«El ángel tomó la palabra y les dijo a las mujeres: “Vosotras no tengáis miedo; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como había dicho. Venid a ver el sitio donde estaba puesto. Marchad enseguida y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos; irá delante de vosotros a Galilea: allí le veréis. Mirad que os lo he dicho”» (Mt 28,5-7).

Es un día pues para seguirnos alegrando con la Resurrección del Señor, pero también para venerar a los ángeles, portadores de la gracia de Dios, nuestros custodios, mensajeros de las buenas nuevas.

Es importante recordar que los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Como criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad. Son seres personales e inmortales; carecen de corporalidad y, por estar en presencia de Dios eternamente, superan en perfección a todas las criaturas visibles.

Cristo es el centro y cabeza de los ángeles y estos le obedecen porque aman la voluntad de Dios. Por eso, Dios les encomendó el anuncio de sus designios salvíficos.

Para combatir la acción del demonio, que es un intruso, un enemigo entrometido buscando perdernos, tenemos a los ángeles, quienes aunque con frecuencia nos auxilian sin nosotros pedirlo, son muy respetuosos de nuestras almas, y por ello se comunican más con ellas cuando los invocamos, algo que debemos hacer constantemente. Hoy Lunes del Ángel, portavoz de la buena nueva de la resurrección, renovemos nuestra fe y nuestra devoción a los santos ángeles.

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo 28,8-15:

Después de escuchar las palabras del ángel, las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, y llenas de temor y de gran alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos. Pero de repente Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron. Entonces les dijo Jesús: «No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán».

Mientras las mujeres iban de camino, algunos soldados de la guardia fueron a la ciudad y dieron parte a los sumos sacerdotes de todo lo ocurrido. Éstos se reunieron con los ancianos, y juntos acordaron dar una fuerte suma de dinero a los soldados, con estas instrucciones: «Digan: ‘Durante la noche, estando nosotros dormidos, llegaron sus discípulos y se robaron el cuerpo’. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos arreglaremos con él y les evitaremos cualquier complicación».

Ellos tomaron el dinero y actuaron conforme a las instrucciones recibidas. Esta versión de los soldados se ha ido difundiendo entre los judíos hasta el día de hoy.

 

Regina Coeli

Desde hoy y hasta Pentecostés, la Iglesia no reza el Ángelus sino el Regina Coeli, el Reina del Cielo, con el que la Iglesia se alegra junta a la Virgen de la vuelta a la vida de su Hijo, ella que lo llevó en su seno y que tanto sufrió en la Pasión. A continuación el texto completo del Reina del Cielo:

C: Reina del cielo, alégrate, aleluya.

P: Porque el Señor, a quien has llevado en tu vientre, aleluya.

C: Ha resucitado según su palabra, aleluya.

P: Ruega al Señor por nosotros, aleluya.

C: Goza y alégrate Virgen María, aleluya.

P: Porque en verdad ha resucitado el Señor, aleluya.

∙ Oración del Regina Cæli (latín)

C: Regina cæli, lætare; alleluia.

P: Quia quem meruisti portare; alleluia.

C: Resurrexit sicut dixit; alleluia.

P: Ora pro nobis Deum; alleluia.

C: Gaude et lætare, Virgo Maria; alleluia.

P: Quia surrexit Dominus vere; alleluia.

Oremos:

Oh Dios, que por la resurrección de Tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a los gozos eternos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén. (tres veces).

 

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Palabras del papa Francisco

(Regina Caeli. Lunes del Ángel, 1 de abril de 2024)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y Feliz Pascua!

Hoy, lunes de la Octava de Pascua, el Evangelio (cf. Mt 28,8-15) nos muestra la alegría de las mujeres por la resurrección de Jesús: ellas, dice el texto, salieron del sepulcro con «gran alegría» y «corrieron a contarlo a sus discípulos» (v. 8). Esta alegría, nacida precisamente del encuentro vivo con el Resucitado, es una emoción desbordante, que las impulsa a difundir y contar lo que han visto.

Compartir la alegría es una experiencia maravillosa, que aprendemos desde muy pequeños: pensemos en un niño que saca una buena nota en la escuela y no ve la hora de enseñársela a sus padres, o en un joven que logra su primer éxito deportivo, o en una familia en la que nace un niño. Intentemos recordar, cada uno de nosotros, un momento tan feliz que incluso nos costó expresarlo con palabras, ¡pero que quisimos contar enseguida a todos!

Aquí, las mujeres, en la mañana de Pascua, experimentan esto, pero de una manera mucho mayor. ¿Por qué? Porque la resurrección de Jesús no es sólo una noticia maravillosa o el final feliz de una historia, sino algo que cambia nuestras vidas y la cambia por completo y para siempre. Es la victoria de la vida sobre la muerte, esta es la Resurrección de Jesús. Es la victoria de la esperanza sobre el desaliento. Jesús ha atravesado la oscuridad de la tumba y vive para siempre: su presencia puede llenarlo todo de luz. Con Él cada día se convierte en la etapa de un viaje eterno, cada «hoy» puede esperar un «mañana», cada final un nuevo comienzo, cada instante se proyecta más allá de los límites del tiempo, hacia la eternidad.

Hermanos, hermanas, la alegría de la Resurrección no es algo lejano. Está muy cerca, es nuestra, porque nos fue dada el día de nuestro Bautismo. Desde entonces, también nosotros, como las mujeres, podemos encontrar al Resucitado y Él, como ellas, nos dice: «¡No temáis!» (v 10). Hermanos y hermanas no renunciemos a la alegría de la Pascua.

Pero, ¿cómo alimentar esta alegría? Como hicieron las mujeres: encontrando al Resucitado, porque Él es la fuente de una alegría que nunca se agota. Apresurémonos a buscarlo en la Eucaristía, en su perdón, en la oración y en la caridad vivida. La alegría, cuando se comparte, aumenta. Compartamos la alegría del Resucitado.

Y la Virgen María, que en Pascua se alegró de su Hijo resucitado, nos ayude a ser sus testigos gozosos.