Los efectos de creer

«Una creencia es verdadera si produce unos resultados que permiten intensificar la vida» (Unamuno).

La fe que no vitaliza, que no se traduce el resultados, en obras –que diría el apóstol Santiago en su carta– es una fe muerta. O sea, como si no existiera, o como decía los clásicos «son músicas celestiales».

La fe está ligada al amor, lo dinamiza, dilata y expande. Porque es un Dios que es amor en quien creemos. En el Cual tiene origen nuestra fe, nuestra vida y todo cuanto de bueno, surgido de una Amor digno de fe.   

Quien ama vive, y quien no, esta como muerto; porque amar es ser, y ser, amar.

Según la fe cristiana, creer en Cristo es entrar en la dinámica de su reino, de su voluntad reinante, que no es otra la del amor.

El amor es de Dios y el que ama ha conocido a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor (1 Jn 4,7-8).

Según el apóstol más cercano a Cristo, san Juan, el amor es un distintivo claro de conocimiento de Dios: quien carece de él, por mucho que diga creer, no cree realmente. A la fe le acompaña íntimamente el dinamismo del amor. Es decir, que del trato con Dios, se derivan unas consecuencias de vitalidad amorosa y santidad.

Si creer no te mejora como persona, seguro que te estás engañando a ti mismo.

Los positivistas más rabiosos, estoy seguro, se pondrían a reflexionar al ver cómo, en centros tutelados por comunidades de creyentes, jóvenes cristianos, por su fe en el poder del Espíritu Santo y por su oración perseverante, llegan a salvar de la ruina física y moral, cuando expertos terapeutas han fracasado, a jóvenes adictos a la heroína, a alcohol, a la prostitución, etc.

No se puede decir que se cree en Dios, sino uno no se compromete en seguirle, en transitar su camino, según un estilo de vida. Si tomo en serio mi fe en Cristo, entonces mi vida tendrá que ser otra.

Si uno cree en Dios y no es cambiado, no cree. Y no cree porque no le conoce, pues conocer verdaderamente, es ser transformado. Creer es ser transformado en la interpretación de la existencia, del destino de la vida, en la aproximación al ser humano y a la realidad.

Razón de bien; lo bueno es criterio de que algo sea apreciado como verdad. Si como afirma, más que pregunta, Unamuno que «la bondad ¿no es criterio de verdad?», es decir, si uno cree que la bondad y el bien es realmente criterio de verdad, no hay problema, todo está resuelto. Dios existe. En caso contrario, si Dios no existe, entonces ‘materialmente’ hay que echarse al monte.  Si no existe la bondad, la verdad,… entonces es lícito y hasta conveniente mentir, engañar, etc.; es decir, no hay moral en sentido fuerte y todo está permitido. Yo estoy convencido que allí donde no existe Dios, llegado el momento, dada una situación difícil, extrema, el hombre es incapaz de mantener el pulso, y es capaz de cualquier cosa.

Verdad es lo que en unas circunstancias personales conduce a una plenitud moral.

Nos humanizamos o nos deshumanizamos, he ahí la cuestión. Lo que no humaniza es mentira. Lo que es verdad «tiene que justificarse ante el hombre sirviéndole para ser», decía Ortega y Gasset. Es bueno y verdad lo que nos hace crecer; lo que hace que el hombre sea Hombre.

Toda creencia que no lleve el marchamo del amor humanizante por divinizante , es una mala creencia.

 

ACTUALIDAD CATÓLICA