Los cuidados del cuerpo (y del alma)

Vivimos en unos tiempos en que esa parte imperecedera y principal de lo que somos, el alma o espíritu, está siendo relegada al baúl del olvido, y la parte corporal ha tomado una relevancia extraordinaria.  El obsesivo afán por el cuidado del cuerpo, pero más que en el sentido de la salud en cuanto a su aspecto, se ha vuelto neurótico.  La gente —tanto en mujeres como en hombres de toda edad— invierte cantidad de tiempo, esfuerzo y dinero en tener un cuerpo atractivo. Los gimnasios y las clínicas de estética florecen como hongos; hay una demanda increíble, siempre están llenos; son los negocios que mejor funcionan hoy día. Si repararan en su entorno, podrán apreciar los numerosos establecimientos de este tipo; algo inimaginable hace pocos años. Esta es  una realidad —con todo lo que significan— que ha llegado para quedarse.

Este culto al cuerpo (cuerpolátrico) revela una pre-ocupación lo físico, por uno mismo, que hace des-ocuparse (despre-ocuparse) de otras que no entran en el interés ni se piensan en ellas, como si no existieran. Esta desmedida preocupación por la imagen contrasta bien a las claras con la despreocupación y abandono de atención y cuidado al aspecto espiritual: su estética de virtudes y de principios morales. Actualmente resulta poco más o menos que inconcebible la opinión de Berdiaeff: no existe progreso concebible fuera del progreso espiritual.

Y en efecto, esa inflación de establecimientos dedicados al cuerpo está en proporción directa a la demanda; lo cual contrasta con la —ya escasez de demanda— asistencia de gente (especialmente joven) a los «establecimientos» (iglesias) donde «se pone en forma», se cuida, el espíritu. Es una triste paradoja el que incluso veamos templos transformados en gimnasios (de hecho, en muchos o todos los países europeos, ya se han cedido o vendido lugares  del culto, monasterios, etc.; que han sido dedicados a otros fines: bibliotecas, restaurantes, salones, paradores, etc.).

En definitiva: esta exaltación del materialismo corporal ha comportado el ninguneo u olvido de la dimensión más relevante del ser humano como es su espiritualidad. El nihilismo materialista progre, al negar al espíritu su existencia, está reduciendo la noción de la dignidad de la persona a niveles cuasi animal. A esta cosmovisión o concepción antropológica estamos llegando de manera acelerada. Este despojar a la persona humana de su identidad única y excepcionalidad —su espíritu—, proporciona en la vida real serias consecuencias prácticas. Por lo pronto, lo reduce al animal o bestia astuta de Robert Spaemann: preocupado por cómo gestionar con eficiencia todas sus “lujurias”, apetencias, deseos e intereses desordenados, sin otro objetivo, sin importarle la verdad ni cualquier otra inquietud. Y de ahí viene todos lo demás, todos los males de los que estamos siendo cada vez más víctimas.

Todo el mundo, por el mero hecho de ser humano, dispone de alma. Si ante la imparable realidad de la existencia de la espiritualidad humana que se manifiesta incontenible en una sed innata —que Dios ha puesto al darnos el ser—, que por momentos nada ni nadie puede aplacar, se utilizan arteramente soluciones alternativas. Cada vez más están también cobrando fuerza todas esas corrientes encabezadas —o incluidas— por la New Are: las sectas, el yoga, el reiki, el espiritismo, el esoterismo, la brujería, las diversas mancias… Que bajo apariencia de nobles e inocentes actividades que potencia la realidad espiritual de la persona, con capacidades extrasensoriales…, ocultan en el fondo el alejar de la verdad, de abrir las puertas a influencias inmundas.

El espíritu humano tiene sus necesidades de desarrollo, y ha de ser cuidado y alimentado debida y correctamente.

Recogemos aquí el comentario de un profesor que se lamentaba…, poniendo el dedo en la yaga:

Lo de empastillar y la etiología (estudia el origen o las causas de las cosas o enfermedades) es una terrible realidad. En mi profesión, profesor, doy fe del increíble número de casos de alumnos indisciplinados, haraganes y violentos, que son rápidamente clasificados por la psiquiatría como «hiperactivos» y que son empastillados ya desde los 12 años. De ese modo esquizoide, la psiquiatría se inventa un nombre para clasificar un comportamiento cuya causa es más que evidente: la «malnutrición» espiritual del individuo, alimentado en todo caso con sucedáneos humanistas, ecologistas, animalistas (no es casual la proliferación de mascotas en los hogares) o más recientemente con ese auténtico «matarratas» llamado ideología de género. No obstante, también constato que es el propio profesorado en su mayoría quien difunden esta pedagogía materialista, y a vuelta de esquina se horroriza y compunge por ese efecto en los adolescentes. En fin, una auténtica esquizofrenia.

Pero aunque la sociedad tenga este progre discurso groseramente materialista que contamina…, no cabe pretender la huida de él. Es en ese escenario adverso, pero único real en el que nos encontramos, donde debemos realizarnos y creer como personas.  Esto dice Jesús dirigiéndose a Dios Padre, velando por los que son de los suyos: “No te ruego que los saques del mundo, sino que los protejas del malo. No pertenecen al mundo. Como yo tampoco pertenezco al mundo” (Jn 17,15-16).

No hay nada más evidente que lo que no se ve, y afirmamos desde la fe lo que nos ha sido revelado: El Señor, a punto de expirar en la cruz, decía: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu(Lc 23,46), y luego, el primer mártir, San Esteban decía mientras lo apedreaban: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hechos 7,59).

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