El Evangelio de (Jn 6,22-29) de la liturgia de la misa del 24 de abril nos habla de cuáles son las obras que tenemos que realizar, que son voluntad de Dios; la primera obra y fundamental y de la que derivan todas las obras (o voluntad de Dios) es el creer en el enviado, en su Hijo, en Jesucristo.
«Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?».
Respondió Jesús:
«La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado».
Todo -todo cuanto podemos hacer según la voluntad de Dios- empieza por la fe que tengamos en el Señor Jesús. Estar unido a Él, como el sarmiento a la vid, recibimos, el alimento vital, espiritual, la gracia divina, el pan eucarístico, que sacia el alma humana, para realizar la voluntad de Dios, expresada fundamentalmente en las Bienaventuranzas, amén del Decálogo, y en el mandamiento del amor.
Sin creer, pues, es imposible vivir en el Reinado de Dios; sin el alimento divino no es posible no es posible mantenerse fiel a lo que el Señor quiere de sus hijos, que demos frutos de santidad, que perduran para la vida eterna.
Quien no vive de alimento eucarístico que proporciona el Hijo del hombre, el sellado -consagrado- por el Padre, y vive apegado en lo material, al alimento perecedero, está lejos de lo que bendice el salmo 118 de hoy día: «Dichoso el que camina en la voluntad del Señor«.
Que nadie se engañe: no se puede vivir haciendo suyo el modo de vivir de Jesús, si no es sustentando en la firme creencia en él, que nos alimenta espiritualmente, con su eucaristía, para que vivamos en y según el reinado de su voluntad. Todo otro empeño, basado en las propias fuerzas humanas, conduce a la melancolía. Hay que confiar en el Señor, y lo demás vendrá por añadidura: llevar a cabo lo que Dios quiere de nosotros.
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,22-29):
Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.
Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?».
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron:
«Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?».
Respondió Jesús:
«La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado».
Salmo 118,23-24.26-27.29-30:
Dichoso el que camina en la voluntad del Señor
Aunque los nobles se sienten a murmurar de mí,
tu siervo medita tus decretos;
tus preceptos son mi delicia,
tus enseñanzas son mis consejeros.
Te expliqué mi camino, y me escuchaste:
enséñame tus mandamientos;
instrúyeme en el camino de tus mandatos,
y meditaré tus maravillas.
Apártame del camino falso,
y dame la gracia de tu ley;
escogí el camino verdadero,
deseé tus mandamientos.