Hoy, 9 de abril, en Evangelio (Juan 8,31-42) de la misa se destacan varias palabras: verdad y libertad, Padre e Hijo.
El texto evangélico es según san Juan, el apóstol más íntimo de Jesús, el que reclinara la cabeza sobre su pecho en la última cena, sintiendo el palpitar su corazón divino. Es el evangelista más místico y profundo. Y nos traslada a la enseñanza más sobrenatural del Reino de Dios presente en Jesús.
Jesús, en este cruce de palabras con los judíos que creían en él, trata de guiarles a una compresión mayor de la realidad que les trata de transmitir, pero ellos se muestran muy apegados a la lógica del mundo, de modo que se hace bastante complicado el hacerse entender. Esto les dice Jesús: “mi palabra no cala en vosotros. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre”. “Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y he venido. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió”.
Jesucristo habla de su autoridad para decir lo que dice, es decir, de su procedencia divina, y que ha sido enviado para dar a conocer de lo que ha visto junto a su Padre y halar de “la verdad que le escuché a Dios”. Jesús ha venido a revelar la verdad, una verdad fundamental para que seamos libres: “la verdad os hará libres”. Pero una libertad no estrictamente en términos materiales (“nunca hemos sido esclavos de nadie”, replican los judíos), sino en la dimensión espiritual: “todo el que comete pecado es esclavo”.
El Hijo, Jesucristo, es el que libera: “si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres”. Es decir, que si somos discípulos de Jesús, escuchando y guardando sus palabras, estaremos en la verdad, en la verdad de origen divino que libera del mal que esclaviza mortalmente: “Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
Lectura del santo evangelio según san Juan (8,31-42):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él:
«Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».
Le replicaron:
«Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: “Seréis libres”?».
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque mi palabra no cala en vosotros. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre».
Ellos replicaron:
«Nuestro padre es Abrahán».
Jesús les dijo:
«Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios; y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre».
Le replicaron:
«Nosotros no somos hijos de prostitución; tenemos un solo padre: Dios».
Jesús les contestó:
«Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y he venido. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió».
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Palabras del papa Francisco
(Audiencia, 6 de octubre de 2021)
Catequesis 10. Cristo nos ha liberado
Retomamos hoy nuestra reflexión sobre la Carta a los Gálatas. En ella, san Pablo ha escrito palabras inmortales sobre la libertad cristiana. ¿Qué es la libertad cristiana? Hoy nos detenemos sobre este tema: la libertad cristiana.
La libertad es un tesoro que se aprecia realmente solo cuando se pierde. Para muchos de nosotros, acostumbrados a vivir en la libertad, a menudo aparece más como un derecho adquirido que como un don y una herencia para custodiar. ¡Cuántos malentendidos en torno al tema de la libertad, y cuántas visiones diferentes se han enfrentado a lo largo de los siglos!
En el caso de los gálatas, el apóstol no podía soportar que esos cristianos, después de haber conocido y acogido la verdad de Cristo, se dejaran atraer por propuestas engañosas, pasando de la libertad a la esclavitud: de la presencia liberadora de Jesús a la esclavitud del pecado, del legalismo, etc. También hoy el legalismo es un problema nuestro, de muchos cristianos que se refugian en el legalismo, en la casuística. Pablo invita a los cristianos a permanecer firmes en la libertad que han recibido con el bautismo, sin dejarse poner de nuevo bajo «el yugo de la esclavitud» (Gal 5,1). Él es justamente celoso con la libertad. Es consciente de que algunos «falsos hermanos» —les llama así— se han infiltrado en la comunidad para «espirar —así escribe— la libertad que tenemos en Cristo Jesús, con el fin de reducirnos a esclavitud» (Gal 2,4), volver atrás, y Pablo esto no puede tolerarlo. Una predicación que impidiera la libertad en Cristo nunca sería evangélica: tal vez sería pelagiana o jansenista o algo así, pero no evangélica. Nunca se puede forzar en el nombre de Jesús, no se puede hacer a nadie esclavo en nombre de Jesús que nos hace libres. La libertad es un don que se nos ha dado en el bautismo.
Pero la enseñanza de San Pablo sobre la libertad es sobre todo positiva. El apóstol propone la enseñanza de Jesús, que encontramos también en el Evangelio de Juan: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (8,31-32). La llamada, por tanto, es sobre todo a permanecer en Jesús, fuente de la verdad que nos hace libres. La libertad cristiana se funda sobre dos pilares fundamentales: primero, la gracia del Señor Jesús; segundo, la verdad que Cristo nos desvela y que es Él mismo.
En primer lugar, es don del Señor. La libertad que los gálatas han recibido —y nosotros como ellos con el bautismo— es fruto de la muerte y resurrección de Jesús. El apóstol concentra toda su predicación sobre Cristo, que lo ha liberado de los vínculos con su vida pasada: solo de Él brotan los frutos de la vida nueva según el Espíritu. De hecho, la libertad más verdadera, la de la esclavitud del pecado, ha brotado de la Cruz de Cristo. Somos libres de la esclavitud del pecado por la cruz de Cristo. Precisamente ahí donde Jesús se ha dejado clavar, se ha hecho esclavo, Dios ha puesto la fuente de la liberación del hombre. Esto no deja de sorprendernos: que el lugar donde somos despojados de toda libertad, es decir la muerte, puede convertirse en fuente de la libertad. Pero este es el misterio del amor de Dios: no se entiende fácilmente, se vive. Jesús mismo lo había anunciado cuando dijo: «Por eso me ama el Padre: porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo» (Jn 10,17-18). Jesús lleva a cabo su plena libertad al entregarse a la muerte; Él sabe que solo de esta manera puede obtener la vida para todos.
Pablo, lo sabemos, había experimentado en primera persona este misterio de amor. Por esto dice a los gálatas, con una expresión extremadamente audaz: «Con Cristo estoy crucificado» (Gal 2,19). En ese acto de suprema unión con el Señor él sabe que ha recibido el don más grande de su vida: la libertad. Sobre la Cruz, de hecho, ha clavado «la carne con sus pasiones y sus apetencias» (5,24). Comprendemos cuánta fe animaba al apóstol, qué grande era su intimidad con Jesús y mientras, por un lado, sentimos que a nosotros nos falta esto, por otro, el testimonio del apóstol nos anima a ir adelante en esta vida libre. El cristiano es libre, debe ser libre y está llamado a no volver a ser esclavo de preceptos, de cosas raras.
El segundo pilar de la libertad es la verdad. También en este caso es necesario recordar que la verdad de la fe no es una teoría abstracta, sino la realidad de Cristo vivo, que toca directamente el sentido cotidiano y general de la vida personal. Cuánta gente que no ha estudiado, ni siquiera sabe leer y escribir, pero ha entendido bien el mensaje de Cristo, tiene esta sabiduría que les hace libres. Es la sabiduría de Cristo que ha entrado a través del Espíritu Santo con el bautismo. Cuánta gente vemos que vive la vida de Cristo más que los grandes teólogos por ejemplo, ofreciendo un testimonio grande de la libertad del Evangelio. La libertad hace libres en la medida en que transforma la vida de una persona y la orienta hacia el bien. Para ser realmente libres necesitamos no solo conocernos a nosotros mismos, a nivel psicológico, sino sobre todo hacer verdad en nosotros mismos, a un nivel más profundo. Y ahí, en el corazón, abrirnos a la gracia de Cristo. La verdad nos debe inquietar. Volvemos a esta palabra tan cristiana: la inquietud. Nosotros sabemos que hay cristianos que nunca se inquietan: viven siempre igual, no hay movimiento en su corazón, falta la inquietud. ¿Por qué? Porque la inquietud es la señal de que está trabajando el Espíritu Santo dentro de nosotros y la libertad es una libertad activa, suscitada por la gracia del Espíritu Santo. Por esto digo que la libertad nos debe inquietar, nos debe plantear continuamente preguntas, para que podamos ir siempre más al fondo de lo que realmente somos. Descubrimos de esta manera que el de la verdad y la libertad es un camino fatigoso que dura toda la vida. Es fatigoso permanecer libre, es fatigoso; pero no es imposible. Ánimo, vamos adelante en esto, nos hará bien. Es un camino en el que nos guía y nos sostiene el Amor que viene de la Cruz: el Amor que nos revela la verdad y nos dona la libertad. Y este es el camino de la felicidad. La libertad nos hace libres, nos hace alegres, nos hace felices.
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Catena Aurea
Agustín, In Ioannem trac. 40
Sin duda el Señor quiso fundamentar bien en lo profundo la fe de aquellos que habían creído, para que no creyesen de una manera superficial. Y por eso «les decía Jesús a los judíos que habían creído en El: si vosotros perseverareis en mi palabra, verdaderamente seréis mis discípulos», etc. Respecto a lo que dijo: «Si perseverareis», da a conocer lo que aquéllos encerraban en su corazón, porque sabía que algunos habían creído, pero que no habían perseverado. Y les ofreció una gran cosa, a saber: hacerlos verdaderos discípulos suyos, en lo cual se refiere a algunos que ya habían creído y que se habían vuelto a separar de El. Aquéllos le oyeron y le creyeron, mas luego se separaron, porque no perseveraron.
San Agustín, serm. 48
Y todos nosotros tenemos un solo maestro y bajo El somos condiscípulos. Y no somos maestros porque hablemos desde un lugar más elevado, sino que el maestro de todos es aquel que está en todos nosotros. Poco es el acercarse al discípulo mas es necesario que permanezcamos en el maestro, porque si no lo hacemos así, caeremos. El trabajo es corto. Es breve por la palabra pero grande es el mérito si permanecéis en él. Y ¿qué es permanecer en las palabras de Dios, si no el no caer en ninguna tentación? Si no hay trabajo, recibes gratis el premio, pero si lo hay, espera una recompensa grande.
«Y conoceréis la verdad».
San Agustín, in Joannem, tract. 40
Como diciendo: «así como ahora creéis, perseverando veréis. No creyeron porque habían comprendido, sino que creyeron para comprender. ¿Y qué es la fe sino creer lo que no se ve, y qué la verdad sino ver lo que has creído? Pues si se permanece en lo que se cree, se llega a lo que se ve, esto es, a contemplar la misma verdad, tal y como es, no por medio de palabras que suenan sino por el resplandor de la luz. La verdad es infalible, es pan que alimenta las almas y nunca se acaba, transforma en sí al que le come. Pero ella no se transforma en el que la come. Y la misma verdad es el Verbo de Dios: esta verdad ha sido revestida de carne, y estaba oculta en la humanidad por nosotros, no porque se nos negase, sino para que continuase y sufriese en la carne con el fin de que la carne del pecado fuese redimida».
Crisóstomo, in Ioannem, hom.53
«Y conoceréis la verdad», esto es, a mí, porque yo soy la verdad. Todas las cosas de los judíos eran figuras; pero la verdad la conoceréis en mí.
San Agustín, serm 48
Acaso se dirá: «¿de qué me aprovecha conocer la verdad?» Y por esto añade: «Y la verdad os hará libres». Como diciendo: «si no os complace la verdad, os gustará la libertad». Liberar quiere decir hacer libre, como sanar quiere decir recobrar la salud. Y esto se ve con más claridad en el texto griego, porque según se acostumbra en el idioma latino, generalmente solemos oír que uno queda libre cuando se entiende que ha podido librarse de los peligros y que nada le molesta.
Teofilacto
Así como antes dijo a los infieles «moriréis en vuestros pecados», así ahora anuncia a los que perseveren en la fe, que se les perdonarán los pecados.
San Agustín, De Trin. 4, 18
¿Y de qué nos librará la verdad, sino de la muerte, de la corrupción y de la mutabilidad? Porque la verdad es inmortal, es incorruptible, y siempre permanece inmutable; la verdadera inmutabilidad no es otra cosa que la misma eternidad.
Crisóstomo, ut sup
Los que creían debían tolerar los reproches, pero éstos más bien se irritaron al momento. Y convenía que se disgustasen en el principio. Y más conveniente era que se turbasen cuando dijo el Salvador: «Conoceréis la verdad», para que contestasen: «Luego, ahora no conocemos la verdad y, por tanto, la Ley es mentira, como también nuestro modo de conocer». Pero de nada de esto se preocupaban, y únicamente se dolían de las cosas mundanas, y en verdad que no conocían otra esclavitud más que la del mundo. Por esto sigue el Evangelista: «Le respondieron: linaje somos de Abraham y nunca servimos a ninguno: ¿Pues cómo dices tú?», etc. Como diciendo que no convenía llamar siervos a los que procedían del linaje de Abraham, porque nunca habían servido.
San Agustín, in Joannem, tract. 41
Respondieron esto, no los que ya habían creído, sino los que había entre la muchedumbre, que aun no creían. Y en esto mismo de que a nadie habían servido jamás, según se entiende la libertad en el mundo, ¿cómo dijeron la verdad? ¿Pues no fue vendido José? ¿No fueron también reducidos los santos profetas a la esclavitud? ¡Oh ingratos! ¿Cómo podéis dudar que sea verdad lo que dice Dios, quien os ha librado de la casa de la esclavitud, si no habéis servido a nadie? Y vosotros mismos, que habláis, ¿por qué pagáis los tributos a los romanos si nunca habéis servido a nadie?
Crisóstomo, ut sup
Pero como el Señor no se proponía inclinar a los judíos a la vanagloria con sus palabras, sino encaminarlos hacia la salvación, no quiso probarles que eran siervos de los hombres, sino del pecado, que es la esclavitud más difícil, de la cual sólo Dios puede librar. Por esto sigue: «Jesús les respondió: en verdad, en verdad os digo», etc.
San Agustín, ut sup
Le da gran importancia a lo que dice en esta forma; es como si hiciese una especie de juramento. Amén 1 quiere decir verdad, y sin embargo, no se ha interpretado así, porque ni el intérprete griego ni el latino se han atrevido a decirlo. Porque esta palabra amén es hebrea. Y no se ha interpretado, para que se le guarde cierto respeto bajo el velo del misterio, no para tenerla como encerrada, sino para que no perdiese su valor al ser explicada. Puede comprenderse cuánta importancia tiene cuando se la repite dos veces: «y digo la verdad», «la verdad lo dice». Aunque no explicase cuando dice «digo la verdad», no podría mentir de ninguna manera. Parece como que lo repite, despertando en cierto sentido a los que duermen, porque no quiere que se desprecie la palabra que dice, que todo hombre, ya sea judío, ya griego, ya rico, ya pobre, ya gobernador, ya mendigo, si peca, es esclavo del pecado.
San Gregorio, Moralium, 4, 42
Y aun aquél que se deja llevar por un mal deseo, somete al dominio de la iniquidad los cuellos libres de su alma 2. Pero sacudimos este dominio, cuando conseguimos librarnos de la maldad que nos dominaba, cuando resistimos con firmeza a una mala costumbre, cuando reparamos el pecado por medio de la penitencia, cuando lavamos las manchas de nuestras maldades con nuestras propias lágrimas.
San Gregorio, Moralium, 25, 20
Con cuanta mayor libertad se dedican algunos a obrar mal, siguiendo su deseo, tanto más sometidos se encuentran a la esclavitud.
San Agustín, ut sup
¡Oh miserable esclavitud! El que vive esclavo de otro hombre, cansado alguna vez del pesado yugo que le impone su amo, descansa huyendo de él; pero el esclavo del pecado ¿a dónde huirá? Lo lleva siempre consigo a cualquier parte que huya, porque el pecado que cometió es interior. La pasión cesa, pero el pecado no pasa; se acaba lo que deleita, pero subsiste lo que punza. Unicamente puede librarnos del pecado el que vino sin pecado y se convirtió en sacrificio para destruir el pecado. Y prosigue: «Y el esclavo no queda en casa para siempre». La Iglesia es la casa; el esclavo es el pecador; muchos pecadores entran en la Iglesia. Y no dijo: «el esclavo está en la casa,» sino «no permanece siempre en la casa». ¿Y si ningún siervo estará allí, quién estará allí? ¿Quién se gloriará de estar libre del pecado? Mucho nos asustó con estas palabras, pero añadió: «mas el Hijo queda para siempre». Luego sólo Jesucristo estará siempre en la casa. ¿Acaso cuando habló del Hijo, no se refirió también a su cabeza y a su cuerpo? Luego, no asustó sin razón, pero dio esperanza; nos asustó para que no amásemos el pecado, y dio esperanza para que no desconfiemos del perdón del pecado. Por cuya razón nuestra esperanza consiste en confiar en ser libres por aquel que ya es libre. El dio el precio de nuestro rescate, no plata, sino su propia sangre; y por esto añade: «Pues si el Hijo os hiciera libres, seréis verdaderamente libres».
San Agustín, serm. 48
El Salvador manifestó con estas palabras no que quedaríamos libres de los bárbaros, sino del demonio; no de la cautividad del cuerpo, sino de la perfidia del alma.
San Agustín, in Joannem, tract. 41
La primera libertad consiste en carecer de pecados; pero ésta, una vez empezada, no es verdadera libertad, porque la carne se levanta contra el espíritu, y así no hacéis lo que deseáis hacer ( Gál 6). Mas la libertad plena y perfecta consiste en no tener enemistad alguna, como sucede cuando la muerte, la última enemiga, es destruida ( 1Cor 15,26).
Crisóstomo, in Ioannem, hom.53
Y como había dicho: «Todo aquél que hace pecado, esclavo es del pecado», para que no se anticipen y digan: «sacrificios tenemos y ellos pueden librarnos», añadió: «El siervo no queda en casa para siempre». Habla de la casa, designando con este nombre el reino del Padre, manifestando, a semejanza de las cosas humanas, que así como el dueño tiene dominio sobre su casa, así Dios tiene dominio sobre todas las cosas. En cuanto a lo que dijo: «no queda», dio a entender que no tenía poder para dar 3; pero el Hijo, que es dueño de la casa, sí tiene ese poder. Por lo que los sacerdotes del Antiguo Testamento no tenían poder de perdonar los pecados por medio de los sacramentos legales, puesto que todos pecaron ( Rom 7,23), incluso los sacerdotes, que, como dice el Apóstol, necesitaban ofrecer sacrificios por sí mismos ( Heb 7,27). Mas el Hijo sí tiene esta potestad. Por esto concluye diciendo: «Pues si el Hijo os hiciere libres, verdaderamente seréis libres», manifestando que la libertad humana, de que tanto se gloriaban, no es verdadera libertad.
San Agustín, ut sup
Y así, no quieras abusar de la libertad para pecar libremente, sino usa de ella para no pecar; tu voluntad será libre si es buena, y quedarás libre del pecado si eres esclavo de la justicia.
Notas
- La Vulgata dice » Amen, Amen dico vobis » donde el castellano ha traducido: «En verdad, en verdad os digo».
- Los cuellos libres del alma parecen hacer alusión -haciendo un analogía con el cuello de una vasija ancha por la base y de boca estrecha- a aquella dimensión de la persona en contacto con la realidad exterior que la rodea.
- El esclavo de la casa.
San Agustín, in Joannem, tract. 42
Los judíos se habían llamado libres, porque descendían de Abraham, y el Evangelista refiere lo que el Señor les contestó acerca de ello: «Yo sé que sois hijos de Abraham», como diciéndoles: «veo que sois hijos de Abraham, pero sólo en cuanto a la descendencia carnal, y no en cuanto a la fe del corazón,» por cuya razón añade: «mas me queréis matar».
Crisóstomo, in Ioannem, hom.53
Añadió esto para que no pudieran decir no tenemos pecado. Por lo que, dejando de reprender la vida que llevaban, únicamente se ocupó de lo más próximo y de lo que aún se proponían hacer, por esto los excluye poco a poco de aquel linaje, enseñando con esto a ser humildes. Porque así como la libertad y la esclavitud se obtienen por medio de las acciones, así el parentesco. Y para que no dijesen: «hacemos esto con justicia,» añadió la causa que los movía, diciendo: «Porque mi palabra no cabe en vosotros».
San Agustín, ut sup
Esto es, no arraiga en vuestra alma, porque no la recibe vuestro corazón. Porque la palabra de Dios es para los fieles lo que el anzuelo es para el pez, coge cuando el pez es cogido, pero no hace daño alguno a los que son cogidos, porque no lo son para su perdición, sino para su salvación.
Crisóstomo, ut sup
Y no dijo: «no comprendéis mis palabras», sino: «Porque mi palabra no cabe en vosotros», manifestando en ello lo elevado de sus enseñanzas. Pero podían decir: «¿pero tú hablas por ti mismo?» Y para evitarlo, añadió: «Yo digo lo que vi en mi Padre», porque no sólo tengo su misma esencia, sino que poseo la misma verdad que el Padre.
San Agustín, ut sup
El Señor quería dar a conocer que su Padre era Dios; como diciendo: «He visto la verdad y hablo la verdad porque soy la verdad». Si, pues, el Señor dice la verdad que ha visto en el Padre, se vio a sí mismo y se predicó a sí mismo, porque El es la verdad del Padre.
Orígenes, in Ioannem, tom. 20
Esta autoridad manifiesta que el Salvador veía todo lo que afectaba al Padre, mientras que los hombres a quienes lo revelaba no lo veían por sí mismos.
Teofilacto
En verdad que oyes a Dios cuando dice: «Digo lo que he visto», pero no creas que se trata de ver corporalmente, sino comprende en esto un conocimiento natural, verdadero y perfecto. Así como los ojos que ven, ven al objeto por entero y verdaderamente, sin engañarse, así yo digo con veracidad lo que vi en mi Padre.
Prosigue: «Y vosotros hacéis lo que visteis en vuestro Padre».
Orígenes, ut sup
Todavía no nombra al padre de ellos; poco más arriba mencionó a Abraham, pero va a decir que otro es el padre de ellos (a saber, el diablo), de quien eran hijos, no por ser hombres, sino por ser malos. Pues el Señor les reprende el mal que hacen.
Crisóstomo, ut sup
Otra versión dice: «Y vosotros, haced lo que visteis en vuestro padre». Como diciendo: «Así como yo muestro al Padre con palabras y la verdad, mostrad también vosotros a Abraham con vuestras acciones».
Orígenes, ut sup
Esto tiene también otra interpretación: «Vosotros también debéis hacer lo que sabéis por vuestro Padre». Pues habían escuchado del Padre lo que está escrito en la Ley y en los Profetas. Y el que habló de este modo contra aquellos que tenían una opinión diferente, demuestra que el que había dictado la Ley y enviado a los profetas era el mismo Dios, Padre de Jesucristo. Preguntemos entonces a aquellos que postulan dos naturalezas, una del Padre y otra del Hijo, que dicen que han oído cosas diferentes del Padre y que esto es imposible. Si estas naturalezas bienaventuradas eran del Salvador, ¿por qué querían matarlo, y cómo no entendían sus palabras?
Mas los judíos tomaron muy a mal el que dijera el Salvador quién había sido el padre de ellos, porque decían que aquél que es padre de muchas gentes, habría de ser su padre; por esto sigue el Evangelista: «Respondieron y le dijeron: nuestro padre es Abraham».
San Agustín, ut sup
Como diciéndole: «¿qué te atreverás tú a decir contra Abraham?» Parece que le provocaban para que dijese algo malo acerca de Abraham, y así les ofrecería ocasión de hacer lo que se proponían.
Orígenes, ut sup
Pero también el Salvador destruyó esto mismo, porque les daba a entender que aun esto lo decían con mal fin; por esto sigue: «Jesús les dijo: si sois hijos de Abraham, haced», etc.
San Agustín, ut sup
Y sin embargo, les había dicho antes: «Yo sé que sois hijos de Abraham»; por eso ahora no negó que descendieran de él, pero critica su modo de obrar. Su descendencia material, efectivamente venía de él, pero no estaba conforme su vida con la de Abraham.
Orígenes, ut sup
También puede decirse lo que dice en el texto griego: «sé que sois de la descendencia de Abraham». Mas para que esto se vea, veamos en primer lugar la diferencia que hay entre la descendencia corporal y el modo de obrar del hijo. Bien sabido es que la descendencia lleva consigo las disposiciones de aquél de quien se procede, cuyas propiedades aún continúan y se sostienen; y el hijo, aun después de engendrado por la unión del hombre y la mujer, aun después de alimentarse con sustancias extrañas, conserva el parecido de quien lo engendró. Y en cuanto al cuerpo, el padre subsiste en el hijo por la generación; mas si el hijo no lleva en sí algo de la naturaleza del padre, no puede decirse en absoluto que es hijo suyo. Y como los hijos de Abraham se conocen por sus obras, debe procurarse que no se crea que proceden de otros principios infundidos en algunas almas, en cuyo caso debamos comprender que son de la descendencia de Abraham. Por eso, no hay que imaginarse que todos los hombres descienden de Abraham, porque no todos los hombres tienen un mismo modo de pensar fijo en sus almas. Conviene, pues, que aquél que desciende de Abraham se haga asimismo hijo suyo por la semejanza, y es posible que destruya por su negligencia o desidia lo que hay en él de su primogenitor. Mas aquéllos a quienes el Salvador dirigía la palabra, vivían aún con la esperanza, por lo que Jesús sabía que aquéllos que aún eran hijos de Abraham, según la carne, no habían perdido la esperanza de poder hacerse verdaderos hijos de Abraham. Y así les dice el Salvador: «Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham», porque si además de ser hijos de Abraham hubieran podido añadir su gran fe, hubieran abrazado la doctrina del Salvador. Pero como no eran hijos de Abraham en este sentido, no entendieron las doctrinas, sino que quisieron matar al Verbo, y ver cómo destrozarle, porque no comprendían su grandeza. Si alguno de vosotros desciende de Abraham y aun no comprende al Verbo de Dios, no se proponga matarle, sino transfórmese en lo que debe ser un hijo de Abraham, y entonces comprenderá al Hijo de Dios. Algunos eligen una obra de las muchas de Abraham, como aquello ( Gén 15,6): «Creyó Abraham en Dios, y se le consideró como digno de premio». Y para que puedan entender que la fe son obras, no se les dice en singular: «haced la obra de Abraham», sino en plural. Y yo creo que esto se les dijo en equivalencia de lo que es en realidad: «haced todas las obras de Abraham,» para que según la historia de Abraham, tomada en sentido alegórico, imitemos sus obras en sentido espiritual. Pues en efecto no es lícito que el que quiera ser hijo de Abraham se case con esclavas, ni que después de la muerte de su mujer se case con otra siendo ya viejo.
Prosigue el Señor: «Mas ahora me queréis matar, etc.».
Crisóstomo, ut sup
Esto es porque era verdad que Jesús era igual al Padre. Por esto querían los judíos matarle. Y para demostrar que el decir esto no era contrario al Padre, añadió: «la verdad que oí de Dios».
Alcuino
Porque Aquél que es la verdad ha sido engendrado por el Padre, y oír le no es otra cosa que proceder del Padre.
Orígenes, ut sup
Dijo el Salvador: «Me queréis matar siendo hombre», como dando a entender: no digo Hijo de Dios, ni digo el Verbo, porque el Verbo no puede morir. Digo: aquello que veis, porque esto que veis es lo que podéis matar, y a quien no veis sólo podeis ofender».
Prosigue el Salvador: «Abraham no hizo esto».
Alcuino
Como diciendo: «probáis que no sois hijos de Abraham, porque hacéis cosas contrarias a las que hizo Abraham».
Orígenes, ut sup
Alguno puede decir que todo esto se dice sin necesidad, porque Abraham no hizo lo que en su tiempo no podía hacerse, puesto que Jesucristo no nació en su época. Pero debe contestarse que en tiempo de Abraham había nacido un hombre que predicaba la verdad que había oído de boca del Señor, y sin embargo no fue buscado por Abraham para matarle. Y sépase que la venida espiritual de Jesús no faltó a sus santos en ninguna época. Y por esto comprendo que todo hombre que, después de su regeneración y de las demás gracias que le ha concedido Dios, peca, vuelve a crucificar al Hijo de Dios, por el reato de culpa en que ha reincidido. Y esto no lo hizo Abraham.
Prosigue el Salvador: «Vosotros hacéis las obras de vuestro Padre».
San Agustín, ut sup
Pero aún no dice quién es el padre de ellos.
Crisóstomo, ut sup
Mas el Señor les dice esto, queriendo quitarles la vanagloria de la descendencia y convencerlos de que ya no pongan la esperanza de su salvación en la descendencia natural, sino sólo en la descendencia que obtendrán por la adopción. Y esto era precisamente lo que les impedía venir a Jesucristo, porque creían que con sólo descender de Abraham ya tenían segura su salvación.
San Agustín, in Joannem, tract. 42
Los judíos, según parece, empezaban a comprender que el Señor no les hablaba de la generación natural, sino del modo de vivir. Las Sagradas Escrituras suelen llamar fornicación espiritual al acto por el que un alma se entrega como prostituta a muchos y falsos dioses. Por esto sigue el Evangelista: «Y ellos le dijeron: nosotros no somos nacidos de fornicación, un Padre tenemos que es Dios».
Teofilacto
Como si respondieran que buscaban vengar a Dios, y que por esto se declaraban contra El 1.
Orígenes, in Ioannem, tom. 22
Como habían sido argüidos de que no eran hijos de Abraham, responden peor que antes, insinuando con oculta intención que el Salvador había nacido de adulterio. Pero más me parece que respondieron deseando armar una discusión, porque habiendo dicho antes: «Nuestro padre es Abraham», y habiendo oído: «Si sois hijos de Abraham, haced sus obras», ahora dicen que tienen un padre mayor que Abraham (esto es, Dios), y que no han nacido por fornicación. Mas el demonio no procrea de esposa, sino de ramera, o sea de la materia, a aquéllos que, apoyados en las cosas carnales, se adhieren a la materia (puesto que nada hace por sí mismo).
Crisóstomo, in Ioannem, hom.53
¿Y vosotros, qué decis? ¿que tenéis a Dios por Padre, y acusáis a Jesucristo porque dice esto mismo? Y lo más admirable consistía en que muchos de ellos habían nacido hijos de fornicación, porque se hacían muchos casamientos ilícitos. Mas no los reprendía por esto, sino que insiste para manifestar que no son hijos de Dios. Por esto sigue: «Y Jesús les dijo: si Dios fuese vuestro padre, ciertamente me amaríais, porque yo de Dios salí y vine».
San Hilario, De Trin 1, 6
Y no desaprueba el Hijo de Dios que tomen el nombre religioso aquéllos que se llaman a sí mismos hijos de Dios y dicen que Dios es su padre; pero reprende la temeraria usurpación de los judíos, que presumían tener a Dios por padre cuando a El no le querían. Y no es lo mismo poder decir que uno existe porque ha salido del Padre, que decir que viene del Padre. Pero como dice que tienen que amarle aquellos que afirman que tienen a Dios por Padre porque ha salido de El, explicó que la razón del amor estaba en la generación. Dice que ha salido de Dios para indicar el nacimiento incorpóreo, pues la fe que permite confesar a Dios como Padre ha de merecerse con el amor a Cristo, que ha sido engendrado de El.
Y no puede ser bueno, respecto de Dios Padre, quien no ama al Hijo, porque la causa de amar al Hijo no es otra que el hecho de que el Hijo ha venido del Padre. Luego el Hijo es del Padre, no por haber venido al mundo, sino por haber sido engendrado por El. Y así todo amor podrá dirigirse al Padre, si se cree que el Hijo es de El.
San Agustín, ut sup
Así pues, la procesión del Verbo, respecto del Padre, es eterna, porque es de El como Verbo del Padre, y vino a nosotros porque el Verbo se hizo carne ( Jn 1,14). Su venida es su humanidad, su mansión es su divinidad; llamáis a Dios Padre, pues consideradme como hermano.
San Hilario, ut sup
Pero da a conocer que no tuvo origen en sí mismo, cuando añade: «Y no vine de mí mismo, mas El me envió».
Orígenes, ut sup
Yo creo que dijo esto porque algunos venían por sí mismos y no eran enviados por el Padre. Acerca de esto se dice por Jeremías: «Yo no los enviaba y ellos corrían» ( Jer 23,21). Y dado que aquellos que introducen dos naturalezas se valen de esta palabra, hay que decir en contra de ellos que San Pablo, cuando perseguía a la Iglesia de Dios aborrecía a Jesús y por esto le dijo el Señor: «¿por qué me persigues?» ( Hch 9,4). Y si es verdad lo que se dice aquí: «Si Dios fuese vuestro Padre, me amaríais», también debe ser verdad lo contrario: «si no me amáis, de ningún modo podrá ser Dios vuestro Padre». San Pablo no amaba a Jesús al principio; por esto hubo un tiempo en que Dios no fue Padre de Pablo. Así pues, Pablo no fue hijo de Dios por naturaleza, pero fue hecho hijo de Dios poco después. Porque ¿cuándo puede ser Dios Padre de alguno, sino cuando cumple sus mandamientos?
Crisóstomo, ut sup
Y como los judíos muchas veces preguntaban diciendo: «¿Qué es esto que dice, a donde yo voy no podéis venir vosotros?», por esto añade: «¿Por qué no entendéis este mi lenguaje? Porque no podéis oír mi palabra».
San Agustín, in Joannem, tract. 42
Y no podían oírlo, porque no querían enmendarse creyendo.
Crisóstomo
En primer lugar, debe practicarse la virtud, que es la que oye al divino Verbo, y así después podremos comprender todo lo que nos diga Jesús; porque mientras no somos curados del oído propio por el Verbo que dijo al sordo: «Abrete» ( Mc 7), no se puede percibir cosa alguna por el oído.
Notas
- Contra el Señor Jesús.