La Sabiduría

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Es la pureza, la bondad, la santidad… las que otorgan la sabiduría —y ésta, a su vez, a aquellas—. La sabiduría es emanación de la gloria de Dios. Desde Él —poseedor de ella, pues es su imagen— se esparce en bondad al universo entero, especialmente a los seres humanos, cual espíritus inteligentes, a los que hace amigos suyos, pues Dios les ama porque viven sabiamente, alejados del mal, bondadosa e inmaculadamente.

Estos decía la primera lectura (Sab 7,22-8,1) la misa hace unos días, concretamente el 16 de noviembre, hablando de la Sabiduría, ¡qué cosas dice!:

La sabiduría es un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, móvil, penetrante, inmaculado, lúcido, invulnerable, bondadoso, agudo, incoercible, benéfico, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, todopoderoso, todo vigilante, que penetra todos los espíritus inteligentes, puros, sutilísimos. La sabiduría es más móvil que cualquier movimiento, y, en virtud de su pureza, lo atraviesa y lo penetra todo; porque es efluvio del poder divino, emanación purísima de la gloria del Omnipotente; por eso, nada inmundo se le pega. Es reflejo de la luz eterna, espejo nítido de la actividad de Dios e imagen de su bondad. Siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas; pues Dios ama sólo a quien convive con la sabiduría. Es más bella que el sol y que todas las constelaciones; comparada a la luz del día, sale ganando, pues a éste le releva la noche, mientras que a la sabiduría no le puede el mal. Alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto.

La Sabiduría no es otra que la persona de Cristo, del Hijo, que reúne esos 21 calificativos (3×7, de plenitud) con que comienza la lectura; es el Verbo, emanación purísima de la gloria del Omnipotente; es el Reino de Dios, del que habla el Evangelio de hoy, que reinando en los corazones los mueve a semejanza de la Sabiduría.

De modo que todo aquel que no es bondadoso, santo…, carece de sabiduría —de la presencia del Reino, Cristo, en él—, es decir, es un necio (carente de inteligencia) que no tiene que ver con Dios. Hablando coloquialmente según el lenguaje de hoy, no tiene filin con Dios, no hay amistad, se repelen como cosas opuestas.

La Sabiduría teologal, don del Espíritu Santo, es más que una propiedad o cualidad, es realmente la Presencia de Dios en nosotros, es ver las cosas, la realidad, cuanto nos sucede y vivimos con los ojos del Espíritu Santo, que nos había con una profundidad insondable. La Sabiduría tiene el sabor (el gusto, el saber teológico, un «no sé qué» místico, intimidad de amistad divina) de la santidad.

 La verdadera sabiduría humana se identifica con la bondad, esencia de Dios, al igual que el amor, que amiga y hace afines al Señor. Y en este sentido afirma  san Juan en su primera carta (4,7b-8), «todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor.»

En cuanto a este conocer, decir que es un tener trato con Dios, tener que ver con Él, una familiaridad y hasta parentesco. Pues el término conocimiento (en la mentalidad de entonces) tenía connotaciones «prácticas» y no tan teóricas (como en nuestra concepción actual). Por lo que cabe colegir que el conocimiento de Dios es vivencia del amor divino, de la caridad trinitaria; por eso quien no «conoce»  (practica o experimenta la caridad o amor) no «conoce» (está próximo, tiene filin, afinidad) a Dios.

En fin, que quien no ama está lejos del conocimiento verdadero, bondadoso, puro, lúcido, sabio…  Es decir, está lejos de Dios. Quien está lejos de Dios es un necio, expuesto a peligros… Sólo es sabiduría, la sabiduría que salva.

“Nuestra sabiduría no es como la de los antiguos filósofos; es divina, y a ella vacamos no a fuerza de especulación, sino por la estrecha unión de nuestros corazones con Dios, de quien excelente y abundantemente recibimos el  amor  y la sabiduría como una sola cosa” (Juan de Saint-Samson)[1]

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,20-25):

En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el reino de Dios, Jesús les contestó: «El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros
Dijo a sus discípulos: «Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el Hijo del hombre, y no podréis. Si os dicen que está aquí o está allí no os vayáis detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación.»

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[1] ARINTERO, J. G., Cuestiones místicas, BAC, Madrid, 1956, p.180.

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