
El evangelio de la misa del domingo 3 consta de dos partes diferenciadas, pero que tienen un nexo común: la cerrazón humana, la contumacia en el error, la inflexibilidad, etc., comporta un carácter duro e inmovilista, impenetrable, receloso; contrario al espíritu de la infancia, de los pequeños, de los que tienen el corazón confiable, abierto a creer, dispuesto tierna e inocentemente a la bondad y amabilidad de la verdad y la realidad. «Saberse pequeños, saberse necesitados de salvación, es indispensable para acoger al Señor.» (Papa Francisco)
Se contrapone la dureza de corazón de los «adultos» con la disponibilidad del ser como niños para acceder al Reino de Dios. Al ser racionalista a ultranza, pertrechado con una mentalidad ciencista y materialista, de probar y tocar, con las adherencias de las flaquezas y los pecados, le resulta asumir la gracia que dispensa la fe e introduce en el dinamismo del reinado de Dios, cuya voluntad no debería de requerir de preceptos, pues se sostiene en el amor, en la ternura, en la misericordia, en la confianza, etc., y esto lo entienden muy bien los espíritu sencillos, sin trabas ni pertrechos mentales, ni resabios consecuencia de la maldad acumulada en los corazones, hasta cegarlos.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,2-16):
En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?»
Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?»
Contestaron: «Moisés Permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.»
Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios «los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne.» De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.»
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.»
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.
Dice M.-D. MOLINIE, en El coraje de tener miedo[1]:
Es necesario el silencio material (que también es necesario), sino el silencio de las ideas: no hay que aferrarse a las propias pequeñas ideas -sobre todo sin son grandes ideas-, sino ser como niños que no saben lo que se les va a decir.
Cuando se miran las cosas espirituales de una manera humana, quiere decir que no se las toma en serio…
Un paso de Dios no se sabe nunca lo que es…
Dejaos hacer. No es muy original, no es muy difícil de practicar, pero es muy difícil de comprender (quiero decir comprenderlo de esa manera que hace que se practique).
En la vida cristiana no difícil no es la práctica, sino el comprender.
El problema no consiste en ser fuerte, sino en acoger la luz, en no resistir contra ella o (lo que viene a ser lo mismo) esquivarla con ligereza.
Dejarse hacer por Dios no es algo banal. En efecto, a medida que su luz penetra en nosotros, descubrimos con espanto de qué tinieblas trata de liberarnos.
El problema está en evitar descarrilar, sino en ser siempre lo suficientemente flexibles como para que Dios pueda ponernos de nuevo en los raíles. Sólo los santos llegan a tal flexibilidad
Nosotros no llegamos a guardar el equilibrio de la verdadera vida, como niños que aprenden a andar y se caen continuamente. Repito que esto no es grave, en tanto que nosotros aceptemos restablecernos; pero si nos obstinamos, es la muerte. El endurecimiento de corazón es diabólico…
Jesús reprocha a los apóstoles después de la resurrección:
«Tenéis el corazón duro. Porque no creéis que he resucitado. No lo creéis, porque es demasiado hermoso: ahí está vuestra falta».
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[1] Ed. Paulinas, Madrid, 1979, pp.5-10.
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