Sensibilidad: inclinación natural o sobrevenida a emocionarse ante sentimientos de amor, ternura, compasión. Capacidad de captar los sentires ajenos. En su sentido misericordioso: corazón capaz de «empatizar» con la necesidad otro, con su miseria, pobreza, desvalimiento… Porque se da un trascender, un salir de sí hasta el otro, de trasladarse hasta ponerse en su lugar, meterse en su piel, solizarizandose en sus padeceres y dolerse con él.
La sensibilidad es, pues, natural en el ser humano, le pertenece, le caracteriza en su condición desde que fue creado como tal. Es una gracia de nacimiento, como lo es el ser creado de la nada y con la improta divina de ser hecho a imagen y semejanza de Dios.
Un caso concreto, real, representativo, que habla de la «sensibilidad» de nuestros días:
Tenemos un vecino muy aficionado a mandar constantemente guasap con unos mensajes de una sensibilidad exquisita. Los manda a todas las horas; hasta de madrugada.
Fue funcionario hasta que una dolencia cardiaca le jubiló prematuramente. Ahora se ha recuperado, y vive muy bien y sin preocupaciones; excepto la de su madre, de una salud muy delicada que junto con la edad avanzada, la ha postrado en cama. Viven solos ellos dos; ella viuda y él soltero; sin hipoteca y con la pensión de ambos, no tiene problemas económicos.
La madre hasta hace unos meses se levantaba con esfuerzo hasta apoltronarse en un sillón y pasar el día sentada en el salón viendo la televisión, rezando, etc. Más o menos, se sentía bien así; hasta que ha recaído.
Su hijo, el de la sensibilidad subida, ha decidido dejarla en la cama, de por vida. Es incapaz de molestarse en incorporarla a una silla de ruedas, para que siguiera viviendo bien, más o menos como hasta ahora. Pues nada, esta persona de guasap emocionables y sensibles, parece despreocuparse de prestarle esta elemental atención…. Le resulta más cómodo dejarla ahí «semiabandona», soñolienta en la cama, sólo atendida por una persona de servicio social que viene un momento una vez al día para asearla algo y cambiarla en dodotis.
En fin, el caso es que desde que le comentamos que debería comprarla o alquilarla una silla de ruedas (para lo que dispone de medios más que suficientes con las dos pensiones de ella y él, que se gasta en caprichos y francachelas), e incorporarla para hacer una vida «manos o menos normal», y también contratar a una asistenta o cuidadora por más tiempo e incluso los domingos… Pues nada, que se ha enfadado con nosotros y nos evita para no vernos. Debemos representarle su mala conciencia.
Esta es la cruda realidad de muchos hijos para con sus progenitores. Es lo que hay en los tiempos presentes: mucho guasap aterciopelado, mucha pose, postureo, sensiblería ñoña; pero de compromiso real, de hacer algo por los demás, poco o casi nada. Una pena. Y mientras engañándonos a nosotros mismos con una sensibilidad postiza, de plástico, líquida, evanescente, sedante cual aguardiente, ausente de conciencia.
La sensibilidad verdadera que mantiene abierta la herida no importa, es más se ha descartado por incómoda. Tan sólo importa la sensibilidad que no molesta, que no cuesta, que no inquieta o pre-ocupa; una sensibilidad del gusto, de disfrute, del capricho, del egoismo, etc. Es decir, una postsensibilidad, o falacia o ficción de sensibilidad. Tal y como ocurría con la postverdad. Más o menos, pues, para la sensibilidad se repite el mismo patrón, hoy día, que para la verdad. Todo es de una falta de autenticidad pasmosa.
Esta es la seudo sensibilidad que se lleva hoy día; estricta apariencia de tal, irreal, pues no hay trasdencia hacia el projimo, no hay salir verdadero de la zona de confort que comporte sacrificio del yo, en alguna medida -aunque sea pequeño- .
Todo lo cual traerá consecuencias impredecibles.