El daño que se está causando a una infinidad de niños y adolescentes, principalmente, es enorme. Pero nadie parece o quiere recapacitar: nada parece importar; se deja hacer sin más, también existe —y mucho— el miedo; ni padres, maestros, científicos, médicos, psicólogos, intelectuales… y hasta la religiones, callan culposamente; sólo algunas honrosas excepciones, que se están batiendo el cobre y dando la cara incasablemente, sin reblar.
«La ideología de género, que ha impuesto un delirio a toda la sociedad. Una profunda convicción que va contra la evidencia científica. La idea de que existen más de dos sexos. De que hay un amplio espectro de variedades que van del hombre a la mujer, y que las personas se distribuyen a lo largo de él en cantidades iguales. Confunde adrede los conceptos de “sexo” y “género”, va de uno a otro como si fueran lo mismo, y crea la imagen ilusoria de que el sexo fluye.» (P. Jesús María Silva).
Andan los fanáticos de ideologías extravagantes, disparatadas, insensatas, delirantes, tratando de conducir a la Humanidad por caminos extraños y tenebrosos, y llevándose por delante a cuanto/s haga/n falta con tal de lograr sus objetivos. Gran parte de los que maniobran en pro de esas nefasta causa —como correa de transmisión y a merced de las altas esferas— no piensa o le da igual el daño que causan tratando de promulgar y meter en la cabeza de la infancia y la juventud esas ideas estrambóticas e inhumanas, y sin consideración a los derechos de los destinatarios y sus progenitores. Se está llevando a cabo un proceso de inculcación por todos los medios, especialmente el educativo y el mediáticos, de estas ideologías de género, que están perjudicando gravísimamente la identidad sexual en las más tiernas edades, provocando disforias en un número que por sí mismo escandaliza, y que debería urgentemente hacer recapacitar y echar atrás tan burda y maléfica manipulación que está contaminando las mentes de nuestros pequeños.
Es llamativa esta tolerancia y pasividad ante este tan gran mal. Por un lado, las víctimas y sus responsables, y por otro, los que llevan a cabo esta nefasta operación de lavado de cerebros. En estos, no nos cabe la menor duda, que hay quien piensa que hace bien, como si liberaran a los seres humanos de viejos atavismos, interfieren con su fanático progresismo en las vidas de las personas, a las que han de hacer avanzar por esos derroteros de su verdad, lo quieren o no. Con su poder —lobbista, activista, político, tecnológico, mediático, económico…— aspiran a cambiar a la gente: desposeerla de su naturaleza, deconstruirla, para reconstruir a la imagen y semejanza que ellos dispongan; pero en cualquier caso un engendro, una ensoñación diabólica, que pretendiendo hacernos renegar de lo que somos, seres humanos, una especie singular, con una naturaleza única, humana; para convertirnos en otra cosa: un animal más entre animales, en pie de igualdad, o en artefactos cual mecanos, transhumanistas; pero siempre y en cualquier lugar manipulables y despojados de la dignidad elevadísima de ser hijos de Dios. La ideología trans es parte de este objetivo —un objetivo antihumano y ergo diabólico— que está causando gravísimos e irreversibles daños.
No hay que callar, no hay que dejar de decir lo que está pasando, no hay que dejar de denunciar la irresponsabilidad de este mal que se está expandiendo causando tanto dolor… y que no se detiene.