Hay algo asombroso en la doctrina cristiana, que la da un carácter trascendente y perdurable en el tiempo:
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- Su capacidad para sobrevivir durante siglos, milenios; pese a tantos avatares y acontecimientos de todo tipo, que la han combatido, o pecados de sus fieles que la han erosionado y desprestigiado, y pese a filosofías, ideologías, concepción políticas, cosmovisiones, religiones, sectas diversas, organizaciones secretas, etc.
- El que se ha mantenido, incluso incrementado el número de creyentes, a lo largo de estos dos milenios, y eso pese a las diversas rupturas y cismas.
- El que haya sido expuesta como un ofrecimiento, a la libre voluntad de ser aceptada. Es más, dándose casos –sobre todo hoy día- mucha de la gente adulta que se convierte… es sin que explícitamente haya sido evangelizada, sino movidas interiormente al tener noticias –leer por internet- o ser llamados interiormente en alguna vicisitud vital, etc.
- La capacidad de tocar íntimamente, afectar, emocionar y enamorar… de su verdad, bien y belleza.
- El Dios cristiano es el Dios del amor, su esencia es la cáritas misericordiosa. Esto hay nada que lo supere pues lo más querido y valorado por todos, porque lo es todo, es el amor; es amor no acabará nunca.
- La capacidad de diálogo con la sociedad, especialmente democrática y de mentalidad científica como la occidental- desde la razón.
- La base de su moral que puede compartir con el hombre común: la ley natural.
- Así podríamos citar más cuestiones que hacen imperecedera la doctrina cristiana, como lo que hace a la persona, su dignidad, la conciencia, la libertad, la espiritualidad, la fraternidad, el sentido, el sufrimiento, la muerte, la trascendencia, la otra vida, los valores indeclinables, etc., y todas las inquietudes y preguntas que el ser humano lleva de dentro, a las que el cristianismo da, como nada ni nadie, respuestas.
En fin, que la prevalencia en la historia humana será por siempre. Es una promesa de Jesucristo: la fuerzas del infierno no prevalecerá sobre su Cuerpo Místico, la Iglesia, despostaría de la verdad de su doctrina; así como su estar presente entre nosotros hasta el fin de los tiempos; así como su Reino que no tendrá fin.