Santa Catalina de Siena (1347-1380) fue escuchada y consultada, y su consejo atendido, por los poderes políticos y eclesiásticos de su tiempo, incluido el Papa, adquiriendo una influencia real al alcance de muy pocos hombres.
Para comprender lo que ha significado y significa el cristianismo para las mujeres, hay que pensar sobre todo en el mundo pre-cristiano.
¿Qué vale la mujer en la antigua Grecia? Para Platón, hacia el final del Timeo, el hombre que fracasa se reencarna en una mujer [“Entre los hombres que recibieron la existencia, los que fueron cobardes y pasaron su vida en la injusticia fueron, según todas las probabilidades, metamorfoseados en mujeres en su segundo nacimiento»]; para Aristóteles, la mujer es un “varón mutilado” (Reproducción de los animales, libro II, 737 a. 27-28), una naturaleza defectuosa, imperfecta en lo físico, con un cerebro más pequeño, incompleta, definitivamente inferior. Toda la medicina griega considera a la mujer de la misma forma.
En la edad moderna, tanto Charles Darwin como Sigmund Freud asumirán parcialmente esas convicciones.
¿Y en otras culturas? En la India, por ejemplo, las mujeres son entregadas como esposas desde niñas, las viudas pierden cualquier derecho y pueden ser quemadas (rito del sati), ser mujer es una forma inferior de reencarnación… Por ello todavía hoy en la India, como en China, existe un auténtico “feminicidio” de las niñas en el útero materno o recién nacidas.
La concepción de la mujer cambia radicalmente al imponerse la visión bíblica y cristiana. Hay dos pasajes de las Escrituras muy significativos. El primero está en el Génesis: “Varón y mujer los creó” (Gén 1, 27); el segundo, en San Pablo: “No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3, 28).
¿Cuáles son las novedades más evidentes que se van abriendo camino poco a poco?
Las mujeres cristianas viven los mismos ritos de iniciación que el hombre y pueden elegir la virginidad (el matrimonio no es obligatorio, como en otras sociedades); son abolidos el derecho de repudio y la poligamia, sustituidos por la monogamia indisoluble (que pone a ambos sexos en el mismo plano); las viudas ya no son marginadas y pueden decidir si volver a casarse o no; la esterilidad, tradicionalmente atribuida a una “culpa” femenina, ya no permite al hombre anular el matrimonio; se introducen leyes canónicas para impedir matrimonios forzados y apañados…
En general, se afirma el dicho medieval según el cual la mujer no es dueña ni sierva, sino compañera (“Nec domina, nec ancilla, sed socia”: Hugo de San Victor, De sacramentis, 1.6, 35). De ahí el culto a María, el enaltecimiento de mujeres mártires y santas, la presencia de teólogas celebérrimas como Catalina de Siena e Hildegarda de Bingen (que incluso pueden recibir los estigmas, como Cristo) o personalidades en el origen de Estados modernos como Juana de Arco e Isabel de Castilla…
Y una curiosidad en los siglos XVI y XVII: algunos escritores sostienen la inferioridad de la mujer, recurriendo sobre todo a autoridades paganas. Sus libros, como I donneschi difetti [Los defectos femeninos] de Giuseppe Passi (1599) y Las mujeres no son de la misma especie que los hombres [traducido por Horatio Plata Romano, 1647, al que dio la réplica una monja, sor Arcangela Tarabotti, en 1651], son incluidos por la Iglesia en el Índice de los libros prohibidos.
por Francesco Agnoli
Publicado en Il Timone.
Traducción de Carmelo López-Arias.