La humanofobia

Esta realidad de desestima, aversión, exclusión, cancelación o persecución del ser humano es un invención diabólica que cada vez más se está imponiendo en globalismo de nuestro mundo.

En los tiempos actuales este fenómeno se hace más patente que nunca; se busca cualquier causa que sirva de excusa para ir contra la Humanidad, sea parcial o totalmente. El caso es fomentar la humanofobia: un rechazo, culpabilización y «odiosidad» al ser humano en general, en su totalidad. Esto es: no es otra cosa que la llamada misantropía, es decir, es una actitud social y psicológica caracterizada por la aversión general a la especie  humana, pero llevada al extremo en cuanto a su beligerancia; en definitiva, una siniestra fobia contra este ser excepcional dotado de una espiritualidad eterna. Esta repulsa maléfica no puede tener otro origen que demoniaco.

Cada vez se suscitan nuevos grupos o movimientos «revolucionarios» -sectarios  y subvencionados- que, enarbolan banderas reivindicativas de causas más o menos justas, que utilizan para cuestionar y atacar la figura del ser humano (este, en algunos casos, representándolo en el género masculino; contra el que ha que plantear la lucha principal como enemigo a batir).

Nos encontramos en un clima de efervescencia ante la amenaza para el planeta que supone la actividad humana. En estos días se jalea con todo tipo de trompetería la defensa del clima, señalando como culpable al ser humano, parece no haber otra causa o motivo que provoque el calentamiento y contaminación de la Tierra que no provenga del dañino y odioso ser humano. Un depredador al que hay que pararle los pies.

La cultura de la muerte prende de forma propicia en este humus de desprestigio y desprecio. La triada violenta aborto-suicidio-eutanasia cada vez más adquiere mayor relevancia y normalidad en nuestras sociedad.

De modo que para evitar el peligro que representa el ser humano y su proliferación se baraja, es  el reducir el nacimiento de nuevos seres y eliminar a las personas de avanzada edad (dependientes y necesitados de cuidados paliativos), para evitar el aumento la población generadora de la destrucción del planeta.

A este empeño maltusiano de eliminar cuanto menos parcialmente a los habitantes de la Tierra se afanan los que se amparan bajo las siglas del NOM, a los que se suman una gran multitud, que sin ser consciente plenamente de ello, como tontos útiles manipulados.

Cuando al ser humano se le arrebate su dignidad, convirtiéndolo en un animal peligroso, todo resultará más fácil. Hay que desproveerlo de grandeza, para poder acabar con él sin escrúpulos.

Los que no se puede defender los primeros, por el aborto; luego débiles, los que nos tiene recursos para sostenerse, los pobres, lisiados e impedidos, enfermos, dependientes, ancianos, los que representan una carga, etc., dejándolos abandonados, o simplemente, aplicarles la eutanasia.

Al final, la Iglesia, como diría Chesterton será la que defienda al ser humano y especialmente al ser humano más necesitado y perseguido. Aunque a la Iglesia la cueste su marginación y no pocos ataques para debilitarla en su buena fama, no ha de ceder en su posición con respecto al aborto, a la eutanasia, a las diversas ideologías y movimientos contrarios a la grandeza y dignidad del ser humano.

El Señor manifiesta una ternura especial por los más vulnerables, los más frágiles, los excluidos, descartados, los más pobres, los oprimidos, los hambrientos, los prisioneros, los extranjeros, los huérfanos , las viudas, los ciegos, los cojos, los leprosos, los sordos, etc. (Cf. Mt 11,5). Estos, a los pequeños y necesitados que tanto se nombran en las Escrituras, son los predilectos, a los que se dirige especialmente el Reino de Dios, la buena nueva del Evangelio. Y al igual que Dios les elige preferentemente, la Iglesia tiene que estar también con ellos. Ese es su lugar.

En fin, que la humanofobia deriva, como no podría ser de otra manera, en una cristianofobia, por esta razón de la defensa cerrada del ser humano en cuya especie se encarnó el Señor, reivindicándola, salvándola y consagrándola.

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