Después de celebrar la Vigilia Pascual, viajábamos felices de retorno a casa el domingo de Resurrección. En estos momentos de alegría, viene a la mente las palabras de Pablo: «Estad siempre alegres» (1 Tes 5,16).
Pues bien, he te aquí que oyendo la radio del coche, en una tertulia de cuatro personas en un programa de RNE (Radio Nacional de España), conversaban sobre la felicidad. Durante más o menos medio hora, estuvieron hablando sobre ella.
Nos quedamos boquiabiertos al comprobar —nosotros que nos sentíamos los más felices del mundo, por nuestra fe— que en ningún momento tocaron el «factor» Dios, la religión, la dimensión espiritual-trascendente, conciencia, el amor cáritas, el sentido de la vida, la muerte, etc. Y tampoco mencionaron a las actividades profesionales en que la gente se sentiente más feliz, en la que aparece en primer lugar los religiosos, sacerdotes y pastores; ni hicieron referencia a la gente en general, común, en la que los cristianos aparecen también como los que más serenos, pacíficos, etc., a la hora de afrontar dificultades, y de sentirse bien con la vida y agradecidos por ella; amén de que —como todos habrán podido comprobar— la gente más alegres de forma serena y constante, con un semblante agradable y afectuoso, suelen ser gente de fe profunda, pues reverbera en el rostro lo que llevan dentro…
Solo cabe decir que es sorprendente cómo ha calado el laicismo militante; de tal forma que se obvia, como algo «naturalmente» descartable, ese realidad tan presente y fundamental como es la dimensión religiosa en la vida de la gente, aunque sea en lo más íntimo, para ser incapaces de ni mencionar y ocultarlo. Que en un país de procesiones, de tradición católica, que tanto debe a la religión cristiana y al aporte de sus valores, que ha forjado el alma de sus gentes en un sentido de la dignidad de la persona, de sentimientos caritativos y misericordiosos, de respeto a los derechos democráticos, de unos principios morales, de una esperanza que va más allá de la muerte… (y que seguramente a ello se debe que sea unos de los países como menos índices de suicidios), resulta, pues, absolutamente decepcionante —y más en estas fechas tan señaladas— que la gente de los medios de comunicación calle vergonzantemente esa verdad de la existencia de Dios.
A pesar de que no se quiera reconocer y se pretenda acallar, la felicidad de los creyentes es algo no nos podrán arrebatar. Pues como decimos en un artículo, «la alegría, patrimonio del cristiano»
Que el Dios resucitado les bendiga a todos.