La fe, una exquisitez para exquisitos

No me cabe la menor duda, que viendo el panorama contemporáneo, la fe cristiana se está volviendo algo para exquisitos. Creer se está convirtiendo en algo excepcional.

Hacía tiempo que no acudía a la misa temprana antes del trabajo. Hoy he estado en esa misa, temía que, después de varios años y viendo los derroteros por los que ha discurrido la religiosidad en Occidente, los asistentes seríamos contados con los dedos de una mano; pero no, para mi sorpresa, había un buen número de personas, tantas o más que cuando hace 10 años dejé de asistir a laudes y a misa a esa hora. Y con otra novedad, que han aumentado el número de fieles jóvenes.

Pese a todo, a que todo el mundo (occidental) en aluvión desprecia o se muestra indiferente antela posibilidad de creer, a pesar de la descomunal desafección por el hecho religioso y el masivo abandono de la fe y el vivir abrazado generalizado al materialismo como lógica de aprehensión de la realidad y de encontrar sentido a la vida y el objeto de la felicidad centrado en la asunción de la máxima cantidad de placeres y ambiciones mundanas…, pese a todo hay un pequeño número de personas que cree y persiste en su fe en Cristo como Dios y Señor, contra viento y marea, aunque todo los signos exteriores de un mundo agnóstico o ateo traten de contradecirlo y hasta amenazarlo con el Nuevo Orden Mundial.

Las cuarenta personas que asistían a misa a las 8 horas de la mañana, todas fueron a comulgar; lo cual revela que para vivir la fe hay que alimentarse con la eucaristía y de manera diaria, no solo los festivos. Solo con este nivel de profundidad la fe puede soportar la presión y los desafíos a los que se ve sometida por la sociedad -civilización- occidental.

Ante la «global» secularización en el Occidente que como vanguardia muestra la singladura al resto del mundo, el cristianismo real, el de los practicantes, se está convirtiendo en religión minoritaria, pero una minoría -ya casi un resto- que no está dispuesta a dar su brazo a torcer, siendo fieles hasta el final. Ante esta tesitura se podría pensar que existe un enconamiento espiritual de defensa numantina de la fe propia, en una especie de cerrazón fanatizarte, pues no, no, es todo lo contario: se vive la religiosidad desde una experiencia persona satisfactoria, por santificante, que transmite paz y dicha[1].

Cada vez estoy más convencido viendo el delirio general de este mundo desnortado, espiritual y moralmente descante, que el hecho de creer se está convirtiendo en una suerte de privilegio, en una exquisitez para exquisitos; lo destinado para todos, especialmente para los sencillos y humildes, está quedando reducido a unos pocos.

La fe procede de Dios; no es obra humana. Es una bienaventuranza, una inmensa gracia. Un don a acoger por el corazón humano. ¡Felices vosotros los que creéis!

 

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[1] Dicho de paso, y según datos estadísticos: «Los católicos practicantes los más satisfechos y felices. Con diferencias muy significativas los que practican la fe católica están mucho más contentos y felices con su condición que el resto de la población.» (Forumlibertas)

 

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